En época de campañas electorales, suelen haber muchos periodistas, asesores de imagen, expertos en comunicación y tertulianos, entre otros, hablando de la importancia de los aspectos más nimios que suceden en unas elecciones. Cuando se celebra un debate electoral, las discusiones pueden llegar a rozar lo absurdo: que si Nixon iba mal afeitado, que si Bush padre no debía haber mirado el reloj, que si la niña de Rajoy fue una mala idea… posiblemente, estos tres ejemplos sean ciertos y todos se podrían calificar de errores. Pero cabe preguntarse algo mucho más importante y normalmente ignorado: ¿hay alguien que dejara de votar a Rajoy en 2008 por el ejemplo de la niña?
Los debates pueden ser fundamentales por varias razones. Sin ser exhaustivos: 1) Consiguen grandes audiencias: el de 2011 emitido en 17 cadenas lo siguieron más de 12 millones -un 54% de cuota de pantalla. 2) Los votantes podemos conseguir información muy valiosa y de primera mano. 3) Aunque estén muy reglados, hay margen para la improvisación y la espontaneidad (la respuesta de Aznar a González en 1993 cuando después de que este le respondiera varias veces con “... lo que usted quiera y dos huevos duros, que decían los hermanos Marx”, Aznar replicó “Cambie usted de frase porque los huevos duros se le han podrido”). 4) Los ciudadanos recibimos un mensaje sin intermediarios que, por muy importante que sea el ‘post-debate’ y los comentarios de sesudos tertulianos y todólogos, nos permite emitir nuestro propio juicio. 5) En función de cómo se desarrollen, condicionan la agenda y el debate público en los últimos días de campaña (como se desdibujó Pizarro ante Solbes en 2008); 6) Posibilitan la comparación de propuestas electorales.
Pero la pregunta a hacerse no es tanto si el color de la corbata fue o no el adecuado –no conozco a nadie que votara a Rajoy (o a Rubalcaba) por la corbata- sino cuántos votos de más o menos se consiguen. Así, ¿cuántos votantes ganó Romney en su primer debate electoral? ¿Cuántas personas dejaron de votar a Obama por, según todos los sondeos, haber perdido el primer debate? ¿Cuántos de los que se iban a quedar en casa el día de la elección decidirán ir a votar después del debate de anoche? Y las respuestas a estas preguntas son las que no se suelen responder. Pero, supongo que estaremos de acuerdo, para poder afirmar (o negar) que un debate electoral ha sido muy influyente, deberíamos averiguar cuántos electores/votos más (o menos), se lleva un determinado candidato gracias a su actuación en el debate.
Hay varios estudios en ciencia política que han intentado estimar los efectos de los debates, casi siempre en los Estados Unidos. Ezra Klein, en su blog del Washington Post, hace un resumen de los resultados de diversos estudios académicos realizados para varias elecciones norteamericanas. Por ejemplo, Nate Silver -uno de los mejores estadísticos y analista de datos de Estados Unidos, encuentra que en sólo dos elecciones -1980 y 2000-, los candidatos cambian sus posiciones en las encuestas después del primer debate. Sunshine Hillygus, de Harvard y Simon Jackson, de Stanford, encontraron efectos negativos muy tenues contra Al Gore en los debates de 2000. En definitiva, la evidencia empírica sobre los efectos electorales es, como mucho, mínima y, en el peor de los casos inexistente.
Esto no quiere decir, que los debates sean inútiles. Más bien que aún no somos capaces de diferenciar entre un cambio genuino debido al debate de un cambio temporal basado en el entusiasmo momentáneo. O como explica Roger Senserrich en Politikon, mientras que en los sondeos diarios del jueves y el viernes, Romney mejoró considerablemente, el sábado el movimiento fue mucho menor mientras que el domingo y el lunes había se volvía a la 'normalidad' demoscópica.
¿Y qué sabemos sobre los efectos de los debates en España? Poco. Y sabemos poco porque se han celebrado sólo para tres elecciones generales 1993, 2008 y 2011. Para 1993, los resultados no son concluyentes y algunos indican que el PSOE salió beneficiado pero otros dicen que se favorecieron por igual. En 1996, 2000 y 2004, el PSOE pidió celebrar los debates a dos y el PP, por distintas razones, se negó. En 1996 esgrimió que un debate a dos era antidemocrático y debía ser a tres o más bandas; en 2004, Gabriel Elorriaga, el director de la campaña del PP, dijo que no acepta el debate porque “el PSOE no aspira a gobernar, sino a formar un conglomerado de izquierdas”. En 2008 y 2011, con técnicas más avanzadas de estimación se encontraron resultados muy destacables. En 2008, los efectos para el PP fueron nulos y algunos que se iban a abstener acabaron participando, la proporción de votantes que vio el debate acabó votando por el PSOE entre 6 y 12 puntos más que aquellos que no vieron el debate. En cambio, en 2011, haber visto el debate aumentó la probabilidad de votar al PP de Rajoy entre siete y diez puntos mientras que no tuvo efecto para el PSOE de Rubalcaba (el CIS publicará próximamente un libro sobre las elecciones 2011 donde se podrá leer este y otros estudios sobre dichas elecciones).
En definitiva, los debates son necesarios, hay que celebrarlos y habría que avergonzar a los candidatos y partidos que se negaran a debatir. Ahora bien, una cosa es que se celebren, otra es que tengan efectos y que sean los efectos que suelen decir los medios. Por tanto, la próxima vez que escuchemos a sociólogos, periodistas, políticos, comentaristas, tertulianos, etc., hablando del gran acierto de o del fallo garrafal de –y aquí pongan el nombre que prefieran- preguntemos de cuántos votos estamos hablando.