Cuando desperté, Donald Trump todavía estaba allí. Lanzando exabruptos incendiarios, Trump seguía liderando las encuestas para ganar la nominación republicana. Y tiene serias opciones de hacerse con la victoria en las decisivas primarias de New Hampshire, que son el Ohio o, mejor dicho, el Aragón, de los republicanos, pues quien gana en New Hampshire, con un electorado relativamente moderado, tiene muchos números de alzarse con la candidatura republicana en las presidenciales americanas del próximo año. Todos los analistas que llevan meses prediciendo la caída de Trump parece que lo han minusvalorado.
¿Cómo es posible que tantos votantes republicanos, incluidos los moderados, voten a un candidato con diagnósticos tan insensatos como que “cuando México envía su gente, no envían a los mejores; envían a la gente que tiene muchos problemas, y traen esos problemas...drogas…crimen…violadores”? ¿Cómo es posible que voten a un candidato que presenta propuestas tan insensatas como construir una muralla impenetrable en la frontera mexicana – eso sí, con una “gran y bonita puerta” para quienes tengan los papeles en regla – y asegurar que México va a pagarla? ¿Cómo es posible que voten a un candidato con cambios de opinión tan insensatos como decir, en relación al aborto, que es “muy pro-choice” y en otra ocasión que “soy pro-life”?
Muchos de sus rivales son también provocadores natos. El caso más obvio es Ben Carson, que encabeza los pronósticos en el primer estado a decidirse en la carrera republicana: Iowa. En una inabarcable lista de excesos verbales, Carson ha dicho que la apariencia de Obama era emblemática de “muchos psicópatas” , que el Obamacare es la “peor cosa que le ha pasado a esta nación desde la esclavitud”, y que, con un gobierno que “intimida a su población”, EEUU es “muy parecida a la Alemania Nazi”. Y, tras la masacre en un campus de Oregon hace un mes, Carson intensificó todavía más su furiosa defensa del derecho a ir armado. Con un país consternado, Carson declaró que, en el caso de haber estado en el campus de Oregon, “yo no me hubiera quedado quieto y dejar que me disparara” y recordó que, como doctor, había extraído muchas balas, pero “nunca vi un cuerpo lleno de agujeros de bala que fuera más devastador que quitar el derecho a portar armas”.
Ciertamente, los republicanos tienen un problema. Pero no sólo ellos, aunque nos consuele pensar que la política disparatada es un coto de una derecha americana radicalizada. Pues hay paralelismos con algunas de las formas que la política está adoptando en muchos países occidentales, una política muy mediatizada, de consumo rápido, eslóganes fáciles y, en general, poco apegada a la realidad.
En el pasado programa de ‘Salvados’, Umberto Eco definió el modus operandi de algunos medios de comunicación como una “máquina del fango”, por su capacidad de deslegitimar al adversario político revelando secretos de su vida. Pero, independientemente de si existe voluntad de los medios para generar fango, de si hay unos intereses ocultos para deslegitimar a tal o cual partido, el problema es más profundo. Es posible que no se pretenda deslegitimar; que no existan hilos ocultos que tratan de favorecer a unos intereses políticos. La verdad puede ser todavía más deprimente. La verdad puede ser que muchos medios de comunicación piensen que efectivamente es así cómo debe tratarse la política.
El problema de fondo no es tanto el partidismo de los medios de comunicación como su visión de qué es la política. Esta, de manera creciente, se concibe y se presenta en los medios como una lucha en el fango entre personajes políticos (en ocasiones, más personajes que políticos), para divertimento de los espectadores.
Estamos asistiendo al encumbramiento de una verdadera “política del fango”. Una política simple, pero muy trabajada. No es casualidad que “El Arte de Negociar” escrito por Trump sea la biblia de los vendedores. La estrategia de marketing político de Trump se basa, como él mismo admite, en “jugar con las fantasías de la gente”, usando la “hipérbole”. La realidad, los datos, todo eso es secundario. Sus insultos a políticos (como Hillary Clinton) y líderes de opinión del establishment (como Arianna Huffington) están calculados para marcar distancia con los productos estándar, para dar la sensación de novedad, frescura, autenticidad. De alguien que habla como la gente corriente y no como la casta.
Trump se jacta de ser un “chico de Queens” que se enfrenta a un poderoso y corrupto establishment que ha convertido a EEUU en un “infierno”. En otras latitudes tenemos políticos mediáticos que también nos quieren sacar del infierno, enfrentándose a los poderosos, a esos “que odian a la gente humilde” y que “no soportan que un chico de Vallecas pueda ser presidente del Gobierno”.
Y los chicos de Queens y de Vallecas sólo son dos ejemplos de una tendencia cada vez más acentuada: una política cada vez más personalizada y mediatizada. Una política en la que importa cada vez más el Quién y el Cómo que el Qué y el Por qué.