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Activismo y boicot cultural
En éstas ando, reflexionado sobre las producciones culturales y el activismo (también) cultural y político que lleva a pedir que se boicoteen ciertas manifestaciones culturales. Y en estas ando, a partir del boicot que ha realizado la asociación Palestinarekiko Elkartasun Taldea con motivo de la proyección en el 63 Festival de Cine de San Sebastián Zinemaldia a la película Barash (Michal Vinik, Israel, 2015). Esta acción se inscribe en una campaña internacional que plantea el boicot como una forma de presión general contra Israel.
Confieso que me enteré de la protesta en las puertas del cine, que entré a ver la película, que sin duda resulta una deliciosa historia de iniciación de Naama Barash, una adolescente israelí que transita por una relación con una compañera de instituto, narrada y construida desde un registro y un punto de vista que huye de maniqueísmos y dramatismos. Supone todo un referente de construcción positiva del amor entre dos chicas jóvenes, que no termina bien, pero termina sin dramas, e incluye una secuencia de sexo entre ambas digna de entrar en el olimpo de las representaciones lésbicas positivas. Luego ya Naama tiene una familia: Liora, una hermana soldado que acaba en la cárcel por tener una relación con un chico árabe; un hermano adolescente; una madre preocupada y un padre orgulloso de ser judío.
Me alegra mucho haber visto la peli sin ningún tipo de condicionamiento político. A nivel cinematográfico mi análisis es neutro. Pero grandes dudas se plantean. ¿Podemos ver una película como Barash obviando el contexto político y las certeras críticas que suscita? Por un lado una obra de arte es un producto vivo que siempre va a tener su lugar en el espacio cultural per se. Pero, por otro, no entiendo las películas de Cecilia Bartolomé, Pilar Miró o Josefina Molina sin contextualizarlas en el momento en el que se rodaron, el de la Transición, sin apenas referentes. Contextualizadas aún son más grandes. De la misma manera, Joaquín Sabina me parece un impresentable, pero en una época adoré sus canciones, y sigo disfrutando de ellas.
No soy muy ducha en el conflicto judío-palestino. En este sentido me calan las palabras de Brigitte Vasallo en el artículo Burkas en el ojo ajeno: el feminismo como exclusión en el que introduce el concepto pinkwashing como “captación (el secuestro) de los derechos de las comunidades LGTBI para hacer ”limpiezas de cara“ a políticas represivas, racistas y xenófobas, que utilizan las libertades sexuales como excusa para negar a algunos grupos de población sus derechos de ciudadanía”.
Vasallo pone como ejemplo el caso que nos ocupa:
Claro, ante estas palabras, la recepción de Barash varía.
¿Entonces, gana el contexto? La respuesta es complicada. El contexto marca y define. Pero este contexto colonizador, negador y opresivo no quita que la película, para quien no tenga este contexto sea una referencia válida. De hecho, desde la representación de jóvenes lesbianas lo es. Lo ideal sería que todo el público tuviera los instrumentos para hacer una lectura integradora de la película. Es lo que a mí me pasa. Es mucho más que válida como referente, de hecho es necesaria, pero no puedo olvidar las palabras de Vasallo, que inteligentemente retumban en mi cabeza.
Además, a cuenta de esta necesaria polémica reflexiono sobre otros dos aspectos. El primero, ¿tendríamos la misma fuerza y repercusión un grupo de feministas que clamaremos al cielo y boicoteáramos una película misógina? Es verdad que no nos daría la vida, y en el fondo soy jodidamente partidaria de no boicotear nada y de que la gente extraiga conclusiones, pero ahí queda la pregunta.
El segundo viene al hilo del boicot al grupo punk 'Penetrazion Sorpresa' por sus supuestas letras misóginas y sexistas, y que tantas opiniones está suscitando en un feminismo más acostumbrado al inmovilismo, al cotilleo y matar a la mensajera que a la profunda reflexión. ¿Tenemos el derecho de boicotear sus actuaciones? ¿Estamos todas de acuerdo con esta lectura y con lanzarnos a censurar? [Si alguien no conoce el contexto, lean esto y esto]
Me acuerdo del artículo De Charlie Hebdó a la ley contra la LGTBfobia: discursos de odio y censura estatal de Pablo Pérez Navarro en el que se reflexiona sobre el derecho a la blasfemia y el derecho a la ridiculización e incide en la idea de que, si condenamos y fiscalizamos, nunca podremos nosotras blasfemar ni ridiculizar. Me quedo con su última reflexión:
Todavía mucho que pensar y debatir. Las polémicas siempre son buenas, sin duda nos hacen crecer.
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