1917-2017: ¿Qué es 'revolución' 100 años después de la toma del Palacio de Invierno?
1917-2017. Este martes se cumplen 100 años de la Revolución Rusa. Pero, ¿qué significó la revolución bolchevique? ¿Qué sentido tiene ser revolucionario en 2017? Pablo Iglesias, Alberto Garzón, José Antonio Pérez Tapias, Álvaro García Linera, y Mario Tronti reflexionan sobre ello.
El propio Lenin escribía en 1923: “Pienso que las cosas ocurrieron del mismo modo en todas las revoluciones verdaderamente grandes, porque las revoluciones verdaderamente grandes se originan en las contradicciones entre lo viejo, entre lo que tiende a desarrollar lo viejo, y la más abstracta aspiración a lo nuevo, que debe ser tan nuevo como para no contener ni un ápice de lo viejo. Y cuanto más radical sea la revolución, tanto más se prolongará el período en que se mantengan muchas de esas contradicciones”.
El secretario general de Podemos, durante la presentación del libro 1917. La Revolución rusa cien años después (Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez eds., Akal), afirmó: “El genio bolchevique es esa llave política que abre las puertas de la historia que parecían cerradas. Es algo que va mucho más allá de la propia Revolución de Octubre, que va mucho más allá de la experiencia soviética, de sus avances y de sus crímenes innegables. Es algo que va mucho más allá de la historia de los países socialistas, de las revoluciones y de los partidos comunistas”.
Según Iglesias, Lenin “es la clave fundamental para entender la Revolución, fue capaz de inaugurar una nueva ciencia política para ganar, que ya no pretendía solo interpretar la historia sino transformarla, es decir, convertir la filosofía en ciencia política. Esto es lo que sitúa a Lenin, independientemente de sus ideas, en una figura para la ciencia política equiparable a lo que representa Maquiavelo, Weber o Schmitt”.
“Los de abajo, a pesar de su debilidad y de su ausencia de instrumentos para cambiar las cosas, se encuentran con una serie de mecanismos para la acción política que les hace temibles para el adversario”, reflexionaba Iglesias: “Lenin es un genio de la conquista del poder cuando el poder está por los suelos. Es un genio de la conquista del poder político. No solo son capaces de alentar una insurrección. Además son capaces de producir orden. Esto tiene muchísimas expresiones históricas, de esa capacidad de lectura de las puertas que abre la historia. El genio bolquevique es esa llave que abre puertas que parecían cerradas”.
Pero, ¿qué significa ser comunista hoy?
El coordinador de IU y dirigente del PCE, Alberto Garzón, explicaba en una entrevista con eldiario.es: “¿Qué significa ser comunista? Para mí sería una forma de resumirlo decir que el comunismo es una suerte de concepción del mundo. Es decir, son como unas gafas a través de las cuales vemos la realidad social y la realidad que nos rodea. Y esas gafas son diferentes que las que suele usar la mayor parte de la población en un momento como este. Son unas gafas que te permiten estar más sensibilizado frente a injusticias estructurales, coyunturales, como pueden ser los desahucios, el desempleo, la opresión sobre la mujer, el destrozo del medio ambiente. Son unas gafas que permiten visualizar eso y que además te proporcione herramientas para combatirlo. En ese sentido, la columna vertebral probablemente de lo que significa ser comunista es no querer vivir en una sociedad que está regida por el principio de la ganancia, sino buscar una sociedad alternativa. Y eso abre un abanico muy amplio de posibilidades que permite desmitificar determinadas acepciones también. El comunismo no es estatalizar la economía. El comunismo es mucho más amplio que todo eso y puede tener elementos de estatalización de determinados sectores productivos o puede tener fórmulas diferentes de la propiedad, como puede ser herramientas cooperativas, pueden ser herramientas comunales, etcétera”.
“Y, después”, proseguía, “es un movimiento político y social, no es simplemente unas gafas, es más que eso. Es un movimiento político y social formado por mucha gente heterogénea que comparte esa sensibilidad y que en la práctica, porque es muy importante establecer la práctica y no solo la teoría, se actúa para transformar la realidad o intentar transformar esa realidad en un mundo más justo”.
Garzón, quien acaba de publicar Por qué soy comunista (Península), reflexionaba: “La ideología se transfiere a través de múltiples idiomas ¿no? Desde luego, una cosa es entender lo que es el ideal, lo que hemos definido como la explotación del mundo, la herramienta para transformar la sociedad que ha movilizado, como decías tú a millones de personas a lo largo de la historia y que lo sigue haciendo. Sigue siendo una bandera, una suerte de esperanza, una suerte de, en última instancia de motor de la acción y que permite luchar contra las injusticias y ser una herramienta de emancipación. Claro, que también las experiencias históricas nos han demostrado no solo victorias, sino también derrotas y no solo victorias plenas, sino también derrotas dentro de esas victorias. Y efectivamente nosotros tenemos que abordar la experiencia histórica desde un punto de vista crítico. Como si quisiéramos hacer una suerte de pensamiento científico aplicado a la realidad social. Es decir, hay veces que se hacen juegos de prueba y error y entonces tenemos que ser conscientes de que cuando han pasado determinadas cosas en la historia, hay que afrontarlas críticamente. Ver qué ha fallado. Ver cuáles son las deficiencias, que probablemente no son pocas y a mi juicio, no son desde luego pocas, pero desde una perspectiva constructiva”.
“Evidentemente”, decía, “no se suele dar una perspectiva crítica desde el punto de vista que yo estoy planteando, sino más bien una batalla ideológica por la cual el capitalismo estaría cumpliendo lo que es la tesis de Fukuyama de los años 90 del fin de la Historia. Del fin de las ideologías que es supuestamente la década de los 90, con la caída del Muro de Berlín en el 89 y la disolución de la Unión Soviética en el 91, que habría dado lugar a una única discusión: ¿cómo gestionar el capitalismo? Y todo lo demás sería pasto de la historia. Yo no creo en esa tesis, creo realmente que vivimos en realidades que están cruzadas por conflictos provocados por el capitalismo y que hay que combatirlos. Y cuando me preguntan, imagínate ya me pregunto hasta yo, cuando me preguntan si tiene sentido ser comunista hoy, digo que sí. Y va a tener sentido siempre que exista el capitalismo, porque es una herramienta que pone al capitalismo como sistema económico amoral, un sistema económico regido solo por la ganancia, como el principal, pero no único, causante de los problemas que vivimos en la realidad cotidiana”.
El socialista José Antonio Pérez Tapias tercia: “¿Pero qué líder político reivindica hoy la Revolución de Octubre? En la misma izquierda se pasa de puntillas sobre su recuerdo, como si nadie la quisiera en su haber, temiendo que se la cuenten en el debe. Queda para estudio de historiadores o actos culturales. Sin embargo, fue un acontecimiento como pocos, punto de inflexión de la historia –empezando por hacer posible el final de la Gran Guerra, que no se veía en el horizonte-, concreción de una acción política donde partido –de inmediato los bolcheviques monopolizaron el protagonismo revolucionario- y pueblo, éste con un campesinado en rebeldía y un proletariado escaso pero combativo, abrieron camino al ”experimento“ de construir una sociedad socialista, con las miras en horizonte comunista. Desgraciadamente, entre guerra interna, acoso externo y la deriva dictatorial consumada por Stalin, el proyecto pronto se torció. Le quedó la gesta de la lucha heroica contra el nazismo. Al cabo de décadas, la URSS desapareció, por implosión, en el fin de etapa de un sistema que llegó a ser totalitario y nunca salió del burocratismo en que se fraguó su fracaso, incubado al calor de la Guerra Fría”.
Por su parte, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, explicaba su teoría de qué es una revolución: “Lo mismo que entendíamos en 1917, en 1848... No es un acto, sino un proceso, en el que las viejas complacencias, y tolerancias morales de los gobernados hacia sus gobernantes se licúan. Donde las viejas identidades estables y conformistas de las clases subalternas se licúan. Y todo se vuelve un torbellino creador, y es como si el espacio-tiempo einsteniano se comprimiera en un instante, en un solo segundo, y tienden a suceder cosas, y a movilizarse gente con una velocidad y con una amplitud que marea, enloquece”.
“Una revolución”, decía, “es una mezcla gráfica de lo licuado, en que las clases, las identidades, las tolerancias se licúan y la gente comienza a sentirse empujada a tomar decisiones, a participar. Los apáticos de la calle que están viendo escaparates o van al mercado, el joven estudiante preocupado por su futuro de un momento para otro se siente compelido por una fuerza moral interna a participar en las cosas que le afectan: el desempleo, el salario, el abastecimiento, el transporte público, el agua, la luz... Se siente compelido a tomar decisiones, siente que no es suficiente que otros decidan por él y que llegó el momento de participar. Cree conocer, se siente capacitado para participar con un grupo del barrio, del trabajo. Es un momento de una tremenda democratización de la sociedad, porque la gente comienza a sentir la necesidad de tomar decisiones”.
Según García Linera, “la revolución es un momento de democracia absoluta, todo está en debate y por todos. ¿Cómo se conduce eso? ¿Hacia dónde se radicaliza? Qué identidades licuadas previamente dan lugar a nuevas identidades ya va a ser un tema del desarrollo de la revolución. Pero básicamente una revolución es un proceso de profunda politización y una democratización absoluta de la sociedad”.
Mario Tronti, senador italiano, militante histórico del PCI y teórico del operaismo, intervenía este 25 de octubre en el Senado italiano –de acuerdo con el calendario juliano, vigente durante el Imperio Ruso, el 25 de octubre es la fecha de inicio de la revolución– para exponer una reflexión sobre la revolución soviética, traducida por Sin Permiso: “La revolución comenzó con tres palabras como consignas: paz, pan y tierra. Palabras simples que tocaron el corazón del antiguo pueblo ruso. Tres cosas que habían sido quitadas a aquel pueblo. La revolución se las restituyó. Por esto ”el asalto al cielo“, que habían intentado en vano los heroicos comuneros de París, ganaron en San Petersburgo con el asalto al Palacio de Invierno. Colegas: conozco bien cómo sigue la historia. Una revolución, que había nacido de la guerra, se encontró en guerra con el resto del mundo, cercada y combatida. No intento, por esto, esconder, y menos justificar, las desviaciones, los errores, la violencia, los verdaderos y propios crímenes cometidos. Aquí está el gran problema de por qué la revolución, es decir, el gran proyecto de transformación del curso de las cosas, desemboca históricamente en el terror. Y el problema no involucra solo a los proletarios. Los burgueses no han resuelto de manera diferente la toma del poder. La revolución inglesa a mediados del Seiscientos, la revolución francesa de fines del Setecientos, ambas han hecho caer en el canasto la cabeza del rey. Y la revolución estadounidense, para lograr la más estable democracia del mundo, pasó por una terrible guerra civil”.
“Revolución y guerra, revolución y terror, ¿son entonces inseparables?”, se preguntaba Tronti: “¿Debemos entonces por esto renunciar al intento de un cambio total? ¿Es necesario resignarse a las prácticas de reformas graduales, que nunca arriesgan a poner en discusión la relación, que es una relación forzada, entre el abajo y el arriba, entre lo bajo y lo alto de la sociedad? Este es el problema que nos presenta aún hoy, después de un siglo, aquel octubre del 17. Es por esto por lo que, de ser posible, aislaría el valor liberador de aquel acto revolucionario de los fracasos de la época y también de las restricciones anti libertarias, que lo siguieron en su realización”.
“El periodo de transición de dictadura”, decía Lenin, según recogía el dirigente socialista Fernando de los Ríos en Mi viaje a la Rusia sovietista (1921), “será entre nosotros muy largo..., tal vez cuarenta o cincuenta años; otros pueblos, como Alemania e Inglaterra, podrán, a causa de su mayor industrialización, hacer más breve este período; pero esos pueblos, en cambio, tienen otros problemas que no existen aquí; en alguno de ellos se ha formado una clase obrera a base de la dependencia de las colonias. Sí, sí, el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de ésta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?”
“Nosotros no podemos vencer al capitalismo extranjero”, proseguía Lenin, según Fernando de los Ríos, “al cual sostienen las masas obreras, y necesitamos reconstruirnos económicamente. Rusia se ha mantenido estos tres años mediante sacrificios inauditos pero no puede continuar sufriendo las privaciones actuales, y ello sólo podría evitarse o mediante las concesiones, o porque estallase la revolución mundial, que no sólo la deseamos, sino que tenemos seguridad absoluta de que está comenzada, aunque se desenvuelve más lentamente de lo que fuese de desear”.
Lenin proseguía: “Hemos despertado en el país el año 17, mediante nuestra propaganda, el entusiasmo político, defendiendo las ideas de paz y Soviet, que es la institución más democrática que puede idearse; hemos suscitado más tarde en el pueblo el entusiasmo militar, mostrándole cómo las naciones burguesas se coligaban contra nosotros, y ahora lograremos despertar el entusiasmo por la reconstrucción económica”.