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Alberto Garzón y la importancia de la palabra “izquierda”

Alberto Garzón en un mitin el 16 de mayo en Gijón.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Rivas Vaciamadrid —

Entre todos los frentes que tiene abiertos Izquierda Unida en esta campaña electoral en 50 provincias y 13 comunidades autónomas, Alberto Garzón reserva la tarde del lunes a Madrid, pero no a la ciudad de Madrid. El psicodrama colectivo en que se ha convertido IU en esta comunidad hace que la gran esperanza blanca de su coalición, este malagueño nacido en La Rioja y residente en Madrid, haya tenido que rodear las trincheras de la capital y se haya acercado a Rivas Vaciamadrid (75.000 habitantes), el mayor municipio de España con alcalde de IU.

Es territorio amigo o, por usar una terminología a la que sólo le falta un cartel a la entrada de la ciudad, la “aldea de los galos”. Como en el cómic de Goscinny y Uderzo, un reducto de rojos rodeado de gente de derechas por todos los sitios en una comunidad controlada por el Partido Popular desde hace más de una década y donde el Gobierno regional es adicto al marcaje estrecho al 'enemigo'.

Es un tópico un poco gastado, y la presentadora del acto lo recuerda diciendo que “Rivas no es sólo la aldea gala”, pero la tentación debe de ser irresistible. El alcalde, Pedro del Cura, que inicia el mitin, se lanza a exprimir lo que llama la “metáfora simpática” y dice que Génova lanza “sus legiones” (romanas, claro) sobre Rivas y se pone “el casco de legionario”. El símil entra al final en terreno nada original cuando dice que “tenemos una poción mágica que nos hace invencibles, ¿sabéis cuál es?”... (pausa dramática que una mujer aprovecha para decir en voz baja “nosotros”), y sí, la pregunta era fácil porque el alcalde dice que es “la gente”. Desgraciadamente, el mitin no acaba con un banquete de jabalíes.

Garzón no es Astérix (quizá por estatura, pero tampoco hay que pasarse en una crónica de campaña), pero va a tener que emplearse a fondo en un contexto político que es muy desfavorable para IU. No es sólo que Podemos vaya por delante en las encuestas, es que sus dirigentes no dejan de repetir que la izquierda que representa IU no da miedo a la derecha.

El líder de hecho de IU niega la mayor. Una de esas aburridas nubes de palabras con las que se analizan ahora los discursos de los políticos daría en su caso un resultado revelador: la palabra “izquierda” domina su mensaje. Ni ideologías desfasadas, ni centralidades de tableros. A día de hoy, Garzón se ha refugiado en la ortodoxia, o sencillamente en sus ideas de siempre: “Es un tiempo complejo, convulso. El suelo se mueve bajo nuestros pies, y por eso deben prevalecer los valores de la izquierda”.

Se cuida muy mucho de aparecer como adalid de una nueva izquierda. Los adjetivos están ahora cargados de peligro. Los experimentos no son lo mejor para una campaña electoral. “El capitalismo es un orden criminal. Tiene hambre de dinero, de recursos naturales. Nos considera a todos sólo recursos humanos”, dice. “Este capitalismo nos lleva al abismo social y medioambiental. Hay que tirar del freno de emergencia”.

De Rivas es Tania Sánchez, la exconcejala de IU que hizo tanto por la confluencia de fuerzas de izquierda en Madrid, y que al final no pudo o no quiso participar en ninguna candidatura. Hay que verlo también de otra manera. Podemos no permitió para Madrid la fórmula de coalición de partidos que sí aceptó para Barcelona en la lista encabezada por Ada Colau. Pero si alguien esperaba que Garzón hiciera en Rivas una declaración a favor de esa confluencia en un futuro, es decir, a final de año de cara a las elecciones generales, se quedó con las ganas. Sí habla de unidad popular, pero con sólo un ejemplo válido, el de la lucha en la calle contra los desahucios. “Todo lo demás es politiquería. Transformar una sociedad no consiste sólo en unas elecciones para elegir concejales”.

Al ser un mitin de IU, alguien tiene que utilizar la palabra “utopía”. Pero Garzón le da la vuelta al concepto que ha dado lugar a tantas diatribas que a veces suenan hasta religiosas (el paraíso al que llegaremos si somos buenos) y que sólo alcanzan hasta el final de una campaña electoral. Si la palabra parece llevar puesta como carga el adjetivo 'irrealizable', el diputado de Málaga nos provoca dando la vuelta a la discusión: “Nos dicen que invertir 9.400 millones de euros en sacar del paro a un millón de personas es una utopía. ¿Y en cambio no es utopía rescatar a la banca con 71.000 millones? Nos han convencido que preservar los servicios públicos es una utopía, ¿pero no es una utopía rescatar autopistas sin coches y aeropuertos sin aviones?”.

Los que imponen estas normas responderían que para ellos no son irrealizables porque tienen el BOE bien controlado. Quizá esa sea la diferencia entre unas utopías y otras.

Esta es la primera campaña nacional en la que Garzón aparece como el próximo candidato de IU a la Presidencia del Gobierno. La primera en la que se examina en los mítines, no ante los periodistas, sino ante sus futuros votantes. No esperen del diputado de Málaga gritos desaforados, golpes en el atril o el movimiento de hacha (mano abierta arriba y abajo, zas, zas, zas) que estrenó Felipe González y que ahora utiliza Susana Díaz. Tampoco el ceño fruncido. Nada de rock 'n' roll, ni mucho menos heavy metal. Suena más a jazz que no se apaga, persistente, con mucho ritmo, con notas que se encadenan con fluidez. Garzón enlaza un tema con otro con seguridad, sin que parezca que está repitiendo el mitin que dio ayer a 300 kilómetros, sin querer impartir una lección magistral.

Tampoco la audiencia de menos de 200 personas al aire libre tiene muchas ganas de saltar de sus asientos, como ocurre en otros mítines con mucha más gente en espacios cerrados.

“Alberto es un hombre al que se le entiende”, dice después uno de los asistentes. El periodista le pone en un aprieto para que lo compare con Julio Anguita. “Bueno, Anguita era otra cosa. Era el profesor” (o quizá habría que escribir El Profesor). No es extraño que haya diferencias. Anguita era capaz de echar una buena bronca a sus propios votantes por no haber hecho antes los deberes, por perezosos, por limitarse a votar cada cuatro años, por no hacer la parte que les tocaba del trabajo.

Al final, un seguro votante de IU acepta la premisa del periodista. ¿Apela más a la cabeza que al corazón? Sí.

Alberto Garzón va a necesitar trabajarse más el segundo órgano.

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