Elordi: “Estamos ante el final de un trayecto. El sistema político está agotado”
- El libro inaugura la colección de eldiario.es Libros, sello lanzado entre eldiario.es y RocaEditorial.
Carlos Elordi es uno de esos periodistas en los que te querrías convertir con el paso de los años. No solo por lo que sabe, que es mucho, sino por la facilidad que tiene para explicarlo y atrapar al lector desde la primera hasta la última palabra. Columnista de eldiario.es, ha vivido y padecido el franquismo, ha sido testigo del tránsito a la democracia, del 23F, de los Gobiernos de Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Rodríguez Zapatero; ha sido corresponsal en España del diario italiano La Repubblica; ha trabajado en prensa, radio y televisión. Y siempre con la misma premisa: la de explicar las claves de lo que ocurre con una pasión de la que es imposible escaparse. Ahora inaugura la colección de eldiario.es Libros con ¿Quiénes mandan de verdad en España?
¿Qué pretende con este libro?
Quería ordenar una visión de conjunto de las sensaciones que tengo sobre cómo están las cosas. Un libro da la ocasión de articular las ideas. Para hacer un discurso completo de todas las sensaciones que tengo de lo que está pasando y por qué. Era una necesidad de completar mi trabajo diario.
El discurso es poco alentador.
Estamos ante el final de un trayecto. El libro es sobre el sistema político, y está bloqueado, no da más de sí. Tiene que ser reformado profundamente. La crisis ha sacado a la luz todos los fallos de una manera tremenda, todos los problemas que configuran el bloqueo del sistema. La crisis económica se resolverá, o se irá superando, en plazos largos porque los problemas de la economía española son gravísimos. El sistema es otra cosa, ha de resolverse en otro frente. No veo en escena ninguna fuerza, ninguna dinámica que hoy por hoy esté en condiciones de propiciar ese cambio necesario. En ese sentido soy pesimista.
¿Y la protesta?
La protesta incide en el día a día, se tiene en cuenta, pero no creo que vaya a ser un actor fundamental. Como no lo fue la presión social en el cambio político tras la muerte de Franco y que permitió la creación de un sistema que ya está acabado. Por muchas razones, pero sobre todo porque la protesta no está impulsada ni encaminada hacia un proyecto de transformación de la sociedad. La protesta es por cosas que se tenían o se están dejando de tener, por situaciones insostenibles... Pero sustancialmente la sociedad, aunque está más o menos a disgusto, no tiene voluntad de meterse en más cosas. No hay un propuesta alternativa. En esas condiciones, la protesta social, que va a condicionar el proceso y es importante, no creo que vaya a ser un actor fundamental. Los actores clave son otras fuerzas reales. En el análisis de esas otras fuerzas reales veo a los partidos incapaces de imponerse al resto de fuerzas vivas de la sociedad. En el libro cito a un gran periodista catalán, Agustí Clavet, Gaciel, un hombre de derechas y muy crítico con la burguesía por haber permitido que se hundiera la República y haber dejado el país en manos de los militares y la ultraderecha, y los dueños, que ya están otra vez ocupando el poder. Los dueños, la alta burguesía, la banca, los altos cuerpos de la administración, la Iglesia, son los que mandan. No tienen proyecto, son muy atrasados, muy primitivos, su ideología es egoísta, sin proyecto de transformación, y el futuro de esta España sin capacidad de promover nada nuevo está en manos de ellos.
Esos dueños de los que habla, ¿no pueden ser frenados por el Gobierno y los partidos?
Los partidos, según la Constitución, debían hacerse con el control, les da unos poderes de intervención y presencia extraordinarios. El sistema nace de la continuidad con el franquismo, y esa continuidad la encarna el rey. Es la única condición que se pone para la Transición. Que ese señor que ha puesto Franco, sea el jefe del Estado, y no como una figura decorativa sino como el personaje tras el que se colocan las fuerzas vivas del franquismo. Hay dos hechos sustanciales: uno es este pacto entre los poderes reales y el sucesor de Franco, y el otro es que el nuevo sistema esté montado en torno a los partidos. Treinta años después y por muchas razones que se explican en el libro, los partidos políticos han entrado en una deriva. Teniendo el mismo poder, enorme, no son capaces de imponer un proyecto político a la sociedad.
Entonces, ¿qué queda?
Quedan incógnitas, pueden pasar muchas cosas que alteren. Lo más probable es que esa pérdida de iniciativa política de los partidos, de supeditación a los dueños, pueda irse modificada, pero la perspectiva es que los partidos sigan conservando el poder, cada vez más formal, que se vayan sucediendo las elecciones y que sean incapaces de imponer proyectos. Primero, porque la crisis económica obliga una supeditación a los designios europeos y, también, porque la gente no quiere oír hablar de los partidos. Por la izquierda y la derecha. Si el eje que hace funcionar el sistema político, los partidos, tienen un porvenir tan espantoso, pues no cabe ser muy optimista. Lo más normal es un lento deterioro, un clima social de cabreo, de disgusto, con recortes y empeoramiento de las condiciones generales de la población y un empobrecimiento por los recortes en la asistencia social. Lo siguiente son las pensiones. ¿Qué va a pasar con el Estado de las autonomías? Tal y como está concebido y se ha desarrollado no puede seguir porque no tiene sentido una distribución de competencias cuando una buena parte de las comunidades está arruinada. Hay que reformar el Estado, pero es que resulta que está Cataluña. El futuro español está lleno de incógnitas. Y la UE no está muy lejos de una crisis profunda del concepto de Europa, a lo mejor el susto nos lo da Europa.
¿Ve algún signo positivo?
Mi visión es muy pesimista. No tengo una esperanza de mejora sustancial, sobre todo en lo económico. El desastre es tan extraordinario… El problema es que España tiene seis millones de parados. Sobra el 27% de la población activa. Reabsorber ese 27% va a producir efectos extraordinarios. Uno es el descenso del coste general de producción, otro es la inmigración; este fenómeno de jóvenes españoles yéndose hacia Alemania no ha hecho más que empezar, y no se van obreros manuales sino los mejor formados. Pero también se tienen que ir inmigrantes. Va a haber una convulsión social, hay bajadas de salarios y habrá cambios sustanciales en el esquema de la realidad empresarial española. Hay muy pocas empresas con proyecto de futuro. Es un sistema de capitalismo castizo. ¿Cómo la suma de pequeñas y medianas empresas van a cambiar el sino de la economía? Todo eso va a muy largo plazo.
¿Qué perspectivas tiene el sistema político?
Desoladora. Se va a producir un cataclismo y una reducción de las prácticas democráticas. La tendencia natural del PP es ir recortándolas, y el resto de grandes poderes va a promover una reducción del espacio de maniobra democrática. Lo que más se parece al franquismo es la televisión pública. No tiene comparación con el resto de Europa. Es el medio masivo. Lo que les cuentan a la gente de lo que está pasando es propio casi de una dictadura. Hay un amplio colectivo de gente que tiene otras ideas y no está dispuesta a aceptar ese estado de cosas.
¿Podrá canalizarse ese impulso?
Eso solo se canaliza canalizándolo. No hay experiencias de otro tipo. Beppe Grillo, por ejemplo, se lo ha inventado y se lo ha currado. Se ha juntado, se han reunido, ha buscado dinero, un programa, una gente, unos objetivos, unos lemas… No hay nada que salga espontáneamente. Cualquier proyecto que abandone el aspecto organizativo está condenado al fracaso. La historia es tajante. Mientras no surja, hay que seguir dando la castaña, pero aunar a la gente es una tarea nacional.
¿Por qué no se está haciendo este ejercicio de organización alternativa?
En España ha sido todo demasiado fácil. Yo soy muy viejo y vengo de cuando todo era muy difícil. Era tentador hacer cosas contra Franco, pero era voluntarista, muy difícil. Desde entonces, buena parte de lo que ha ocurrido, el Estado asistencial, la mejora de salarios, se ha producido sobre la marcha, contrariamente al discurso de que “conquistamos” la democracia. La gente se ha acostumbrado, en España no se ha construido una tradición organizativa y reivindicativa. Como las cosas se han conseguido con facilidad, la sociedad está desmovilizada. Ahora protesta, hay que seguir con las protestas, pero tiene que haber una vocación de pensamiento autónomo pero constructivo. Hay que proponer.
¿Tanto se ha acomodado la sociedad?
Aquí, en los años 30, hubo más militancia, constancia y solidaridad que en cualquier sitio. Y eran mucho más cañís que nosotros. Si se dan las condiciones, en España se puede hacer. Pero hay una sociedad muy bien acostumbrada, que ha disfrutado de un salto social alucinante. Buena parte de los obreros con 60 años tienen hijos licenciados, y familias que recuerdan haber pasado hambres monstruosas en los 50, son gente con un bienestar inaudito, con hijos que viajan… Para ellos ha sido un milagro. Es una sociedad muy bien acostumbrada. Tiene que haber una conciencia de necesidad de pensamiento autónoma. La protesta, en el fondo no es autónoma, es una reacción a algo. Tiene que haber un pensamiento autónomo, no necesariamente de ultraizquierda, que es volver a proponer los mismos planteamientos de hace 80-100 años, cuya formulación política no funcionó. Tienen que ser propuestas autónomas, que tracen un camino.
¿Tiene capacidad el sistema para reinventarse y sobrevivir?
El que cambie todo para que no cambie nada de Lampedusa ya se ha producido, y ahora se está comprobando. La capacidad que tengan los poderes constituidos para reinventar esto, yo no la veo. No veo a Botín, a Francisco González, a Florentino, a los que salen en la tele o están detrás, la Iglesia... No lo veo. Porque sus intereses son muy pedestres. Conducen una economía casi de rapiña. No hay visiones de ningún tipo, y con las autonomías tienen un discurso de hace 50 años, de centralización. Del poder, tal y como está conformado, no creo que surja ninguna iniciativa. Querrán hacer dos cambios y seguir. Pero tienen un problema terrible, que es el rey, lo van a mantener ahí y ni él ni su hijo son poderes… La monarquía tiene a la derecha social en contra, salvo que se organizara un festejo de izquierdas y se agarraran corriendo a la institución. No creo que pueda haber un nuevo Lampedusa. Aquí lo que va a pasar es que vamos a seguir en esto, cambiando algunas cosas… Pero fíjate la que se organiza para cualquier acuerdo dentro del PP, se están matando. Todo es muy difícil, nadie manda de verdad en la política. En todo caso, hoy por hoy no veo un golpe autoritario.
¿Tiene la derecha una agenda al margen de la coyuntura económica?
Es una mezcla de modernidad y antigüedad. El Estado asistencial se ha construido contra la derecha retrógrada española, que es muy grande. Es una creación del pacto entre los partidos conservadores y los socialdemócratas. El pensamiento social de la Iglesia estaba en eso. La derecha más clásica tiene el discurso de que cada uno tenga lo que se pueda pagar. Es un sentimiento clasista. En un momento en el que un Estado no puede hacer frente a sus gastos, esta idea renace. Está también el viejo mito de que el Estado es ineficaz, que hace las cosas mal, de ahí las privatizaciones. Ninguna de las dos cosas son nuevas. Pero tiene un límite, la resistencia del propio sistema. La gente está muy hecha a los servicios públicos. Veo dramático el caso de la educación, porque la propuesta es ridícula, su modelo tiene raíces franquistas. Pero la enseñanza está muy privatizada y no tienen mucho margen de maniobra. Y en la sanidad, ¿qué más van a quitar? ¿Van a cargarse todos los hospitales? Saben que la gente está con la sanidad pública, porque es lo que tiene. La agenda de la derecha es conseguir que vengan los americanos de Las Vegas o cuatro perras para hacer obras públicas, o que cualquier actividad tenga los parabienes del Estado. Salvo cuatro de las grandes empresas españolas, están todas centradas en el reparto de la tarta interior. Tiene la agenda de mantener eso. Había un reto de que eso dejara de ser así con la entrada de España en la Comunidad Económica Europa. Pero se acabó. Supuso una oportunidad inmensa y la aplicación no ha sido esa porque los capitales españoles han preferido dedicarse a especular y dedicarse a las obras públicas y la construcción.