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Escribir obliga a pensar

Portada de 'Los idus de Octubre' de Josep Borrell.

Josep Borrell

Escribir obliga a pensar, es una forma de liberación mental que a veces se siente como una urgente necesidad. Yo también he sentido la necesidad de escribir sobre mi vivencia de lo que podemos llamar la primera gran crisis del PSOE en el siglo XXI, que estalla en el 2017, aunque en mi opinión sus raíces empiezan a crecer en el 2010. Mi participación en el desenlace inmediato de esa crisis ha sido mucho más limitada, y en consecuencia mi información menos amplia, pero he estado presente en algún momento crítico, como el Comité Federal del día 1 de octubre del 2016, cuando se rechazó la convocatoria del Congreso Extraordinario. Yo voté a favor. Y en el del día 23 de ese mismo mes cuando se decidió la abstención, con mi voto en contra. Y antes y después del mismo tuve ocasión de participar en algunas entrevistas en televisiones y radios que tuvieron algún impacto y a las que también me referiré. De hecho, he empezado varias veces a escribir páginas como estas, con la intención de liberar emociones, ordenar ideas y compartirlas con la gente que me pedía explicaciones y opinión. Pero nunca fui muy lejos en el ejercicio. La pausa de esta Semana Santa, al haber resistido la tentación de pisar las últimas nieves de la sierra, me ha ofrecido la oportunidad de volver a intentarlo. Este será un libro atípico, escrito en la urgencia y limitado en su alcance y extensión.

Inevitablemente, mezclaré las anécdotas con la categoría para explicar al detalle lo que ocurrió en momentos precisos y con protagonistas concretos, y a la vez trataré de situar esa crisis del PSOE en el contexto general de la crisis de la socialdemocracia europea, relacionada con el proceso de integración y el actual contraataque de la globalización. Aunque ese objetivo ambicioso requeriría sin duda de un texto más extenso y elaborado.

La primera vez que pretendí escribir sobre la crisis del PSOE fue en mi Pirineo natal la noche del 30 de octubre 2016, después de seguir el coloquio entre un grupo de afiliados del PSOE que precedió a la entrevista de Pedro Sánchez con Jordi Évole en el programa Salvados. Era el día después de haber renunciado a su acta de diputado para no tener que abstenerse en la investidura de Rajoy. La mayoría de los participantes, provenientes de distintos puntos de España, manifestaron, con alguna significativa excepción, su desazón por lo ocurrido. Pedían que alguien les explicara qué es lo que realmente había pasado para llegar a una situación que implicaba un cambio traumático en la dirección del partido, y en las posiciones que primero se habían propuesto a los electores y, después, se habían mantenido y reiterado en los órganos del partido con respecto a facilitar la formación de un Gobierno del PP.

Me impresionó ese sentimiento de desconcierto y desamparo, y la preocupación por el futuro del PSOE que se manifestó en ese coloquio. Creo que fue un buen indicador del estado de ánimo interno que lo ocurrido había provocado en el partido socialista. Ocho meses más tarde, el próximo 21 de mayo, y después de una campaña innecesariamente larga, se votará de nuevo a un secretario general y sabremos cómo habrá evolucionado ese estado de ánimo desde entonces. Pero pienso que el interés de estas páginas no se va a acabar el 21 de mayo con las primarias del PSOE. Porque los problemas de fondo a los que nos enfrentamos, que afectan a su futuro como organización política y a la socialdemocracia europea como fuerza de transformación social, no se van a resolver ese día. Aunque ciertamente el resultado de la elección va a condicionar, y mucho, lo que ocurra después.

Ese coloquio entre afiliados socialistas fue un buen estímulo para escribir intentando contestar a sus preguntas e inquietudes y explicando mi versión de los acontecimientos, que era bien diferente de la que se trasmitía de forma muy mayoritaria en los medios de comunicación y desde varios órganos y dirigentes del PSOE, embarcados unos y otros en una dura crítica del secretario general dimitido. Pero al día siguiente el atractivo de la montaña nevada y soleada pudo más que mis buenas intenciones de la víspera.

Algo parecido me ocurrió en un lugar mucho más lejano. Esta vez desde una perspectiva externa a la de los miembros del PSOE. En un refugio en las faldas del volcán Puyehue, en medio de los bosques de la Araucanía. Allí me encontré con un grupo de jóvenes montañeros españoles, medio siglo más jóvenes que yo, y con ellos compartí cena y charla junto a la lumbre. Inevitablemente la conversación giró en torno a lo que había pasado en el PSOE. No tenían una idea muy precisa de lo ocurrido, pero no les había gustado nada y desde luego no había contribuido a reforzar su simpatía por el PSOE ni a votarlo.

En realidad confesaron que no lo habían hecho nunca. Lo ocurrido, consecuentemente, no les animaba a hacerlo. Y lo peor es que algunos de ellos explicaban que sus propios padres, votantes socialistas de toda la vida, tampoco comprendían ni aprobaban lo ocurrido y que posiblemente después de eso dejarían de votarlo. Como se puede imaginar la conversación trató sobre las relaciones entre el PSOE y Podemos, y sobre de quién era la responsabilidad de que al final, después de dos elecciones y dos investiduras frustradas, la historia hubiese acabado con un gobierno del PP, elegido con el menor número de votos en contra de todo el periodo democrático y que frustraba las expectativas del cambio que hubiera sido posible.

La percepción de la realidad que tenían mis jóvenes contertulios no se aproximaba mucho a la mía. En general, culpaban más al PSOE que a Podemos de que al final no hubiera habido acuerdo. Creo que en parte por falta de información y en parte por prejuicios ideológicos. Los más enterados reprochaban a Sánchez haber negociado un acuerdo primero con Ciudadanos (C’s), al que reiteradamente había calificado como “de derechas” durante la campaña electoral, y haberle pedido después a Pablo Iglesias que se sumara a un pacto en cuya elaboración no había participado. Desde luego ni habían oído hablar de una resolución del Comité Federal del PSOE del 28 de diciembre del 2015, que vetaba la negociación con Podemos mientras no abjurara de su apoyo a un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Y tantas otras circunstancias que condicionaron el resultado de una negociación e imposibilitaron el único acuerdo que hubiese podido crear una alternativa al PP que era un acuerdo transversal PSOE­Podemos-­Ciudadanos.

El libro de Jordi Sevilla todavía no estaba escrito, pero ahora pienso que les vendría bien leerlo, aunque me temo que es poco probable que lo hagan. Quizás ellos y otros como ellos, puedan encontrar en estas páginas una respuesta a sus preguntas e inquietudes, más elaborada que esa conversación junto al fuego a miles de kilómetros de aquí. Esa noche volví a empezar a escribir. Pero ¿cómo cambiar la marcha entre los lagos y volcanes de la cordillera andina por horas de encierro ante el teclado del ordenador? De manera que el día siguiente seguí mi camino, las palabras quedaron en mi mente y el libro sin escribir. La tentación, o la íntima necesidad intelectual, de hacerlo me ha surgido en otras varias ocasiones, como cada vez que leía a uno de los múltiples articulistas o líderes socialistas despellejando a Pedro Sánchez y atribuyéndole todos los males que aquejan al PSOE. Pocas personas habrán sido objeto de descalificaciones más sistemáticas, continuas, vitriólicas y muchas veces injustificadas.

Pedro Sánchez habrá cometido errores, sin duda. Algo debe de haber hecho mal cuando se ha creado tantos enemigos y ha conseguido unir contra él a tantos que ayer fueron mutuos adversarios. Pero no dejo de sorprenderme ante esa rara unanimidad en la crítica, desde El País a La Razón. O cuando una persona tan juiciosa y respetada como Iñaki Gabilondo le califica de tumor que le ha crecido al PSOE y que habría que extirpar. O cuando el presidente de la Comunidad Autónoma de Aragón habla de eliminar el veneno que se ha inoculado al Partido Socialista. O cuando el expresidente Zapatero hace gracias comparando las propuestas de participación de los afiliados en las decisiones del partido con la intención de convertirlo en una empresa que se dedica a hacer encuestas. ¿No sabe que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) utiliza habitualmente esos procedimientos? ¿También está “podemizado” el SPD? O cuando articulistas de renombre -aunque de su nombre no quiera acordarme- nos advierten del riesgo que correríamos todos los ciudadanos en caso de que los afiliados socialistas, “que han perdido la conexión con los votantes” y “se han quedado alienados dentro de sus estructuras partidarias”, “se encierren en su paranoia antisistema, dispuesta a amotinarse detrás de cualquier voz de protesta”. Cuidado, advierten, si los afiliados socialistas cometiesen el error de reelegir a ese “proscrito”, “se pondría en peligro la estabilidad del Gobierno”, “con el riesgo de que el régimen de la transición se precipitase hacia una crisis existencial” y “revivirían todos (¿todos?) los demonios del pasado año”.

¿No les suena un poco apocalíptico? ¿De verdad Pedro Sánchez tiene un proyecto que quiere romper España? Si así fuera, una persona como yo, fogueada en el combate contra el independentismo catalán, debería haberse dado cuenta. ¿De verdad va a “podemizar” el PSOE? A mí me parece que lo que defiende establece serias diferencias respecto a las concepciones políticas y a los procedimientos de decisión hoy vigentes en Podemos. ¿De verdad va a “romper” el PSOE porque representa opciones incompatibles con lo que este partido ha sido y representa?

Nadie es propietario de las esencias socialistas ni tiene el psoímetro con el que medir el porcentaje de identificación con una organización que debería ser abierta y, si quiere ser mayoritaria, inevitablemente plural. Proclamar que en el PSOE todos somos igual de izquierdas es un simplismo reductor. Nunca ha sido así. Siempre ha habido diferentes sensibilidades y, cuanto más amplio sea el espectro social al que representemos, más las habrá.

¿De verdad Sánchez es el gran responsable del gran declive electoral del PSOE? Creo que no. Ciertamente no ha revertido la caída del 2011 y el porcentaje de voto socialista ha seguido bajando; pero las cosas son más complicadas que las interesadas visiones simplistas. A este tema le dedicaré un capítulo específico de este libro. Juntando esas visiones críticas, parece que sigue en vigor la tesis expuesta por el periódico El País en su editorial del 1 de octubre del 2016 que llamaba desde su título a “Salvar al PSOE” del “insensato sin escrúpulos que no duda en destruir al partido”. Ahora por lo visto la llamada se dirige a salvar al PSOE del amotinamiento de su militancia paranoica y antisistema…

En fin, las opiniones son libres y si te pagan por publicarlas suerte que tienes. No es mi objetivo entrar en confrontación dialéctica con quien las emite. Lo importante no son las réplicas ad hominem que tienen un interés limitado y entran dentro de las anécdotas que este libro no podrá evitar, sino la formulación de análisis de los que se puedan derivar propuestas. Aunque debo reconocer que ese tipo de exabruptos también me han impulsado a escribir estas páginas. Y conste que esos ejemplos a los que me refiero son solo críticas relativamente moderadas en la forma. Prescindo de los ataques que más parecen dictados por una fobia irracional o por alguna circunstancia que afecta a la relación personal entre Sánchez y los que así le critican.

También sentí la necesidad de escribir después de escuchar a Susana Díaz, secretaria general del PSOE de Andalucía, presidenta de dicha Comunidad Autónoma y candidata a la Secretaría General del PSOE en las primarias de mayo, describir en una entrevista en televisión su versión del desarrollo del Comité Federal del 1 de octubre, con escenas de compañeros llorando por los rincones incluidas, en el que se produjo la dimisión de Pedro Sánchez. Y en varias ocasiones más que sería interesante pero interminable describir.

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