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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Historia de un volcán: la izquierda se revoluciona

Ilustración: Belén Espejo

Juan Luis Sánchez

Esta es la historia de un volcán. La historia de un momento que desde el futuro veremos como algo muy breve pero que según el reloj ha durado cuatro años. Comenzó, digamos, el 15 de mayo de 2011. Aquella energía, aquella pulsión que creó un gran volcán de fuego político, ha intentado tomar mil formas diferentes para reventar la cima, taponada desde siempre. El mundo exterior respondía con sus paredes más rugosas, con los muros más gruesos, bloqueando la energía a cada paso, dejándola escapar a lo sumo en erupciones laterales. Así se fraguó el fuego que ahora ha reventado la cima del volcán y sale a la superficie cuando muchos ya lo daban por apagado.

Los ecos de Sol

Aquellos mensajes en las plazas que decían “no nos vamos, nos mudamos a tu mente” eran una forma muy inteligente de decir “en realidad no estamos seguros de cómo seguir a partir de aquí, pero lo vamos a intentar”.

Durante un año y medio, tras las elecciones generales de 2011 en las que el PP obtuvo mayoría absoluta y cuando se agotó la fase más eufórica del movimiento, se produjeron los ecos de Sol, fórmulas que intentaban recuperar, repetir, volver a intentar lo ya vivido. “Sabemos el camino de vuelta”, decía otra pancarta que colgaba en Sol el día en que se desmontaba la acampada. En realidad, no. Rodeando el Congreso, al asalto, apelando a la posmodernidad o a la lucha de la clase obrera, estando a la vez con los mineros y con los funcionarios, depositando las esperanzas en la nostalgia de un aniversario o intentando un jaque al rey. Respuesta: bloqueo. Nada se movía, nada parecía pasar.

Mareas y liderazgos

Las mareas consiguieron victorias. Sacaron a la superficie algo de la potencia que permanecía subterránea. La privatización sanitaria en Madrid, parada en los tribunales. La privatización del agua, atosigada en Europa. Pero de nuevo eran manifestaciones parciales. Cuando asolaba la sensación de derrota o cuando una victoria dejaba cierta sensación de misión cumplida, aquel camino se enfriaba de nuevo, aunque fuera temporalmente. El muro es demasiado fuerte.

En el libro Las 10 mareas del cambio (2013) contamos que las mareas funcionan con el músculo de lo aprendido durante el 15M y que éste a su vez se vale de la creatividad de una generación que está modelando desde principios de siglo, sin darse cuenta, una nueva sociedad civil con nuevos discursos, con nuevas palabras.

De entre todos los “hijos del 15M”, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) fue la primogénita, la heredera de las legitimidades más amplias, esa de la que cualquier activista que estuviera en las plazas se ha sentido orgulloso. Se ha escrito mucho sobre la construcción de un movimiento verdaderamente distribuido y horizontal, que ha llegado a capas de la población donde nunca se ha asomado la política. La PAH introdujo una novedad importantísima no prevista en el 15M: la explotación mediática de una cara y un talento, los de Ada Colau, donde hasta entonces no había habido más que esfuerzos para que el clima no tuviera un rostro, para evitar jerarquías y dificultar los ataques. Ada Colau demostró la eficacia de tener una voz personal que exprese la de muchos. “Ada solo hace un trabajo de los muchos que hacemos en la PAH, que es la de ofrecer su cara, pero es una más”, insistían sus compañeros de causa.

Fue tal su fulgurante aparición que empezó a resonar que Colau debería presentarse a las elecciones europeas. Pero la PAH es un movimiento y no un partido; y Ada Colau no podía dar el salto directo desde la portavocía de la PAH, que ahora acaba de dejar, a una lista electoral. Todavía noTodavía no.

Nadie puede negar la construcción de cambio que supone la PAH en muchos planos, como otras tantas mareas y dispositivos activistas. Pero el asalto de lo institucional quedaba para este instrumento, de nuevo, bloqueado.

Adiós PSOE

¿Y por qué la grieta por la que se colara el fuego del cambio no iban a ser los partidos que ya existen? ¿Por qué esa nueva cultura política no se iba a poder abrir paso dentro de los partidos que dicen representar los valores sociales?

Hay algo que a muchos activistas que vienen de movimientos sociales les cuesta admitir y a lo que la cúpula del PSOE nunca llegó a reaccionar: en las plazas del 15M había mucho, muchísimo, votante del PSOE. Muy cabreado, sí, pero que había apoyado a Zapatero por lo menos en 2004. Una generación que aprendió a explorar la nueva política de la sociedad civil interconectada: Nunca Máis, No a la Guerra, 11M-13M, por la libertad en internet, los más viejos contra la LOU y los recién licenciados contra Bolonia, y casi todos con camisetas de “no vas a tener casa en tu puta vida”; es decir, la gente que sí vio venir la burbuja que el PSOE no quiso pinchar. Gente que empezó a descubrir que estaba más cómoda en esos espacios o en ONG que esperando a comprobar si Zapatero les fallaba o no. No todos, claro, eran votantes del PSOE; pero muchos sí.

¿Cómo respondió Ferraz a esa apelación tan directa que le hacía el 15M, o al menos a la parte que podríamos definir como un movimiento de las bases sociales de izquierdas contra sus propios partidos? Presentando a Rubalcaba a las elecciones. ¿Y cómo respondió el partido tras la estrepitosa derrota? Eligiendo a Rubalcaba como secretario general y a José Antonio Griñán como presidente.

¿Y qué pasó después? Que Rubalcaba se quedó y se empezó a fomentar la idea, retroalimentada desde algunos medios sin complejos, de que en España se necesitaba una gran coalición con el PP para salir de la crisis ordenadamente. Lo que se proyectaba estaba claro: eso que está pasando (ellos pensaban que solo en la calle) no es útil para el PSOE. Bloqueo.

Y, por tanto, aquellos votantes dijeron adiós.

#OccupyIU

Izquierda Unida estaba en el 15M. Desde muy pronto. No se puede decir que fuera el motor del acontecimiento porque también su estilo y prácticas estaban en entredicho en aquel clima. Que la gente no se identificara como “de izquierdas”, que usara palabras como “el 99%” en vez de “el pueblo”, desconcertó a los cuadros, pero sus militantes participaban en las asambleas con naturalidad.

Del contacto y la complicidad en las asambleas entre militantes y otros activistas surgió la oportunidad: entrar en IU para abrir IU, renovar IU para llevar a IU a lo más alto. #OccupyIU, se decía de broma en redes y bares.

¿Cómo respondió IU? Diciendo que sí, que claro, que “IU debe ser menos partido y más movimiento”. Justo entonces les apareció un regalo en la puerta: un chaval de 26 años le da un repaso en el programa de debate 59 segundos a los portavoces de Juventudes Socialistas y Nuevas Generaciones. Resulta que aquel chaval, que va a la tele como miembro de ATTAC y participante en asambleas del 15M, que enseguida se convierte en una referencia en Internet, es militante de IU en Andalucía. Se llama Alberto Garzón.

Le llevan de mítines y le ponen en la lista de las generales como forma de dar espacio al 15M en la candidatura. La apuesta se modera a mitad de camino: iba a ser por Sevilla, que tiene el escaño asegurado, pero al final le colocan en la lista de Málaga, su provincia, con muchas opciones de quedarse fuera: IU llevaba desde el año 2000 sin obtener diputado allí. Garzón lo consigue.

Hay un momento trascendental en esta parte de la historia: la IX Asamblea de IU de la Comunidad de Madrid. La corriente crítica, que apostaba por una apertura mucho más arriesgada a lo que sucedía en la calle y a la que se acercan muchos nuevos simpatizantes desde las plazas y las redes, pierde por 17 votos la votaciónpierde por 17 votos la votación para tomar el rumbo de la organización. Ese resultado, ese bloqueo, esa votación interna que no tuvo más repercusión social que la de los titulares de un par de días, marcó el futuro de IU en toda España. Una revolución interna en la cúpula de Izquierda Unida en Madrid –cuyos líderes actuales son totalmente desconocidos para el gran público, a pesar de que su discurso debería estar en expansión– se habría visto desde todo el estado como una señal inequívoca, como fuegos artificiales anunciando el 5th of November. No ocurrió. Bloqueo.

Las europeas

La oportunidad debía llegar en las europeas. ¿Y qué pasó? Que Izquierda Unida volvió a repetir un candidato, Willy Meyer, al que tras haberse presentado tres veces solo conoce el 30% de la población. De hecho, la formación decide no colocar su cara en la inmensa mayoría de los carteles electorales que se pegan por todo el país, consciente de que no representa para el público la renovación política que piden bases, votantes o simpatizantes.

Bloqueo.

Como los partidos que hay ponen paredes de roca fría ante el magma que se gesta en su propia base, esa nueva generación lo intenta montando sus propios partidos. No estamos hablando de las mismas personas que van pasando de un sitio a otro. Estamos hablando de miles de personas, motivadas por algo en común, participando en dispositivos de desahogo y construcción que se echan a la hoguera de la indignación. Unos arden. Otros no.

Equo nació antes del 15M y le cogió a contrapié. Venía de fundarse alrededor de una crisis, la del cambio climático, cuya repercusión quedó pronto sepultada por la crisis financiera y de las instituciones democráticas. Muchos simpatizantes de Equo eran activistas del 15M y viceversa; ha sido de las formaciones que más ha experimentado y trabajado con la transparencia y la democracia interna, que ha bebido más de conceptos y puntos de vista para una nueva izquierda. Pero su perfil ante el gran público pocas veces ha trascendido el carácter de “partido verde”, refrendado por la elección en primarias del ecologista Florent Marcellesi, en un momento en que la sociedad española pide algo mucho más transversal. En las generales obtuvieron algo más de 200.000 votos. En las últimas europeas, menos. Gracias a que comparten lista con Compromís, su candidatura colocó un escaño en el Congreso y ahora otro en Europa.

El primer partido post15M fue el Partido X. Nació alrededor de un colectivo de activistas culturales, políticos y digitales de Barcelona, que había demostrado su capacidad con acciones como 15MPaRato o con algunos de los equipos más potentes en redes sociales del 15M como @democraciareal. Estaban en su mejor momento y fueron a por todas. Pero de entrada intentaron una pirueta muy complicada: no decir quiénes eran –o sea que no servía de nada que estuvieran “de moda”– y desde el anonimato pedir a sus contactos en el activismo que apoyaran el proyecto, con lo que la erosión pública la acabaron sufriendo sus círculos de confianza. No terminó de funcionar y el primer tirón fue polémico, desconcertante. Meses después, el fichaje del informático huido del HSBC Hervé Falciani como candidato hizo que ganaran mucho prestigio mediático, que se abrieran algunas puertas, aunque rara vez las de la televisión. Falciani no era desde luego un animal de la dialéctica. Exploraron un sistema de primarias innovador y muy complejo que ni siquiera los más informados llegamos a comprender del todo. El conocimiento producido en todo ese proceso servirá para otras formaciones políticas, pero durante la campaña electoral su discurso se hace cada vez más concreto, más técnico, más tecnológico y queda atrapado.

Bloqueo.

Y Podemos

Paralelamente, diferentes formaciones ensayaban el baile del frente amplio de izquierdas conociendo cómo acaba la fiesta: en nada. Durante meses, y con una atención mediática algunas veces exagerada, se produjeron reuniones para intentar “sumar fuerzas”. Solo era posible con IU e IU no estaba por la labor si no mantenía su papel actual.

Podemos es lo que es porque IU no se abre. La coalición, mayoritariamente, tiene su forma de trabajar y no siente que tenga que cambiar las manera en la que se toman las decisiones internas o las caras que deben representarlas. La presión ya es pública y viene hasta de caras conocidas dentro la propia formación. Pero nada.

Podemos es lo que es por efecto rebote contra el muro de IU. El grupo de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, que han formado parte personal y profesionalmente de la órbita de la coalición, se alían con parte de Izquierda Anticapitalista y la idea crece rápido. Pablo Iglesias cuenta en eldiario.es, entre otros medios, que se presentará a las elecciones.

La creación de un partido alrededor de una figura mediática, un tertuliano con coleta que le da caña a Marhuenda en la tele usando sus propias armas pero con más preparación, suscita muchas dudas en muchos círculos activistas. Algunos de los más influyentes de los grupos que se identifican más habitualmente con el 15M –que están convencidos de la victoria del mito de Anonymous, de la autocomunicación de masas, de las multitudes sin rostro que logran el cambio– desprecian el personalismo y la construcción de una alternativa política por parte de un grupo de intelectuales que diseña de arriba a abajo un proyecto. Pronto se demuestra que, más allá de las características personales de Pablo Iglesias, la forma en la que se proyecta públicamente es una estrategia de comunicación de masas.

Sin dejarse influir por las críticas de quienes podrían ser sus prescriptores naturales, Iglesias coge los ingredientes del éxito mediático de discursos como el de Ada Colau, los mezcla con otros de la izquierda latinoamericana, los desliga de responsabilidades para con ningún colectivo previo y multiplica su potencia al no tener que circunscribirse a ninguna temática política concreta. Cuando les dicen “personalistas, demagogos”, Podemos dice: sí, pero funciona; y queremos ganar.

A pesar de que la repercusión de la candidatura, para quien sabe medirla, está clara, muchos… no lo ven. Pero muchos de los que ven Cuatro y La Sexta sí lo ven. Muchos de los que dentro de esas mareas y de esas casas y oficinas necesitan un clavo al que agarrarse, ardiendo si puede ser, sí lo ven. Muchos de los que se vieron abandonados por el PSOE e ignorados por IU sí lo ven. Muchos de los que vieron que Equo o el Partido X sí pero luego no sí lo ven.

Podemos es por ahora un espacio conceptual mucho más asequible y seductor que otras propuestas mucho más endogámicas de quienes pensaban que estaban navegando con el sentir general. Donde muchos interpretábamos impasse y repliegue, quizá había lejanía.

El reto fundamental de Podemos como proyecto es ahora hacer un equilibrio complejo: el origen ideológico y el marco referencial de sus impulsores no es exactamente el mismo que el del grueso de sus votantes, precisamente porque han sido muchos. Ahora queda por ver quién desplaza a quién y dónde se encuentran exactamente.

Esto es el volcán reventando

El resultado de las elecciones europeas ha sido el agujero, el cráter, para que se liberara por fin, en todo lo alto, el magma del volcán a punto de explotar. Después de tres años en los que la fuerza de lo subterráneo ha chocado con todas las paredes posibles, liberando de vez en cuando alguna corriente a través de Geishers como las mareas o los gamonales, la erupción ha sido clara y se ve desde muy lejos. El resultado electoral ha provocado la dimisión de Rubalcaba y eso ha acelerado la abdicación del rey. También ha caído Willy Meyer. Ahora nadie puede fingir que no está pasando nada.

Decir que Podemos es el 15M votando es una simplificación que deriva en interpretaciones desenfocadas; es además de una falta de respeto por los votantes de Izquierda Unida, Equo y otras opciones, también en la abstención, personas que son tan 15M como los que hayan votado a Podemos. Pero es indiscutible que su resultado ha servido como señal no manipulable de la vigencia de ese clima de hastío y exigencia. Podemos ha sido la llave inglesa que ha abierto la compuerta que hasta ahora nadie había conseguido abrir. Por eso hay tanta gente que, aunque no haya votado a Podemos, aunque realmente no se identifique al 100% con su discurso, celebra aunque sea a posteriori su éxito.

No sabemos aún si Podemos concentrará la mayoría de esa energía liberada o ahora que está en superficie el fuego buscará otras formas para solidificarse. Ahora ya los muros no podrán contenerla. Si lo intentan, el éxito total de Podemos es muy probable. Además de un posible desbordamiento de IU, puede ser un serio peligro para el PSOE. Piensan los clásicos que un discurso populista de izquierdas y con un punto de demagogia faltona y mordaz no es compatible con el votante del PSOE. Será que no recuerdan los mítines de Alfonso Guerra o el vídeo del dobermanel vídeo del doberman.

De nuevo, la pregunta de fondo no es si la estrategia de Podemos funciona sino qué tipo de política reproduce. Una escena que lo resume: en la celebración electoral de los simpatizantes de Iglesias, miles de personas gritaron “que sí, que sí, que sí nos representan”. A algunos el sarpullido por escuchar aquello en los vídeos todavía no se les ha aliviado.

Pero quizá aquel “que no nos representan” que se gritaba en las plazas no significaba lo mismo para todos los que lo gritaban. Unos, sí, querían nuevas instituciones para gestionar en común la democracia, desde abajo y en horizontal. Otros lo que estaban queriendo decir es algo más sencillo: “busco desesperadamente a alguien que me represente, porque éstos ya no”. En esas ambigüedades y dudas se ha movido todo durante tres años. Hasta ahora.

Ha comenzado una nueva historia.

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