Mediana, demócrata y mujer: las tres cruces de Cristina de Borbón
Cada vez que un niño dice que no cree en las hadas, muere un hada en algún sitio. Cuando un país entero deja de creer en las princesas, nace una cuenta en Suiza. Decía Boris Izaguirre que todo empezó a ir mal “cuando Iñaki y Cristina se compraron una casa en Pedralbes, el mejor barrio de Barcelona, por 7,5 millones de euros, y la gente empezó a preguntarse cómo podían permitírsela”. Pero la crisis de Cristina Federica de Borbón empezó el día que España se convirtió en democracia. O lo que es lo mismo, la culpa de todo lo que le ha pasado la tiene su padre, don Juan Carlos I, sumajestad.
La Infanta Cristina tiene tres cruces: nació mediana, demócrata y mujer. Su padre quería regentar una monarquía moderna como la danesa, pero no tan moderna como para que fuera segunda en la cola del trono en lugar de la séptima. La Constitución Española dice que en el trabajo no puede hacerse discriminación de sexo, pero la línea sucesoria aún “prefiere el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer”. Ojito, Leonor. Un descuido y te vas fuera.
El Rey obligó a sus hijos a crecer en un pabellón de caza lleno de tojos con nombre de opereta y también a estudiar. Y Cristina fue a la universidad pública y hasta abrazó la vanguardia convirtiéndose en el primer miembro de la familia real con un título universitario, casándose con un atleta olímpico y consiguiendo un trabajo en la Obra Social de la Fundación La Caixa. Todas las estrellas parecían bien alineadas cuando las monarquías democráticas empezaron a fliparse con plebeyas como Kate Middleton, Mette-Marit de Noruega y Mary de Dinamarca.
La infanta Cristina, tataranieta del káiser Guillermo II de Prusia, descendiente del Rey Sol y de la reina Victoria de Inglaterra, se había quedado atascada entre Downton Abbey y Jersey Shore. Cuando una periodista divorciada que no notaría una lenteja bajo siete colchones ni aunque viniera envuelta en alambre de púas se convirtió en reina, su única esperanza era el nº 11 de la calle Elisenda de Pinós.
Pedralbes (2004-2009)
La casa era irresistible, apropiada y se compró. Costaba casi tanto como la partida entera que el estado destinaba ese año a la Casa del Rey, 7,78 millones a repartir entre todos sus miembros. Pero ¿qué significa el dinero en un barrio como Pedralbes, donde todos los caminos van a la clínica Planas, cuando la familia Urdangarin vivía ya apretujada en un mísero apartamento de 300 metros cuadrados con tres hijos y los criados? La finca tenía más de 2.000 metros cuadrados, dos casas, tres plantas, diez baños, siete dormitorios, gimnasio, piscina y jardín. Cristina cobraba 1.800 euros por solucionar el hambre en el tercer mundo, Iñaki tenía dinero ahorrado y empezaba a hacerse un nombre con las consultorías deportivas. La hipoteca de más de 20.000 euros mensuales se iría sacando de aquí y de allí. Solo tenían que arreglarla.
Cuando después quisieron venderla pidieron 9,8 millones y les llamaron especuladores. Otra injusticia más, porque a los casi seis millones de la compra y los casi tres del arreglo, hay que sumarle al menos uno de sufrimiento. Los herederos del arquitecto Jose María Villalonga dicen ahora que los duques estropearon la finca pero había que ver cómo la dejaron: todas las ventanas, puertas y tuberías estaban podridas o rotas. El abogado Mario Herrera, su último inquilino, se calentaba las rodillas con estufas de gas. Había humedades, hongos y gotelé.
Las facturas de Aizoon del verano de 2008 de lugares como el Arlberg Hospiz del Tirol (6.627 euros), el Albergo S. Chiara de Roma (7.260 euros) o el Pestana Kruger de Sudáfrica (1.323,35 euros) o las tres noches en el Marqués de Riscal, en la Rioja Alavesa (1.573,54 euros) solo demuestran una cosa: los Urdangarin no tenían casa porque la suya estaba en obras. Mientras tanto, Felipe y su periodista estrenaban chimenea francesa, ventanas de suelo al techo, muros entelados y mármol travertino en el pabellón del Príncipe. Las obras de Pedralbes empezaron en 2004 y, cuando estaban casi acabando, se tuvieron que ir. Iñaki recibió una oferta de trabajo que no podía rechazar.
Washington (2009 - 2012)
Urdangarin no mentía cuando le dijo al juez que no recordaba muy bien lo que ganaba como directivo de Telefónica Internacional en Washington. Pensó que eran unos 350.000 euros al año y resultaron ser 1,4 millones. Pero ¿cómo va a saber un duque lo que le paga una multinacional? ¿O lo que cuesta un polideportivo? Los miembros de la Casa Real tienen preocupaciones más elevadas. Acusar a una Infanta de defraudar a la Seguridad Social por no saber si un miembro del servicio es doncella, telefonista o auxiliar administrativo, o por usar la tarjeta que no debe es absurdo.
“La Infanta nunca ha ido a renovarse el pasaporte o el DNI, así que es muy normal que no entendiera los detalles de cómo funcionaba su empresa”, decía Kyril Saxe-Coburg en una entrevista al Vanity Fair. Como Miss America, el objetivo de la Infanta Cristina era y ha sido siempre conseguir la paz en el mundo y tener su propio apartamento. Y el de su marido era abrirle a Telefónica las puertas de EEUU y América Latina, un trabajo que un deportista está especialmente preparado para realizar.
En democracia la realeza trabaja, pero por prestigio y generosidad, nunca por los beneficios económicos que se puedan derivar de sus actividades. Nada podían saber los duques de contratos y facturas. Telefónica ya se ocupaba de pagarlas, incluyendo el alquiler de 7.500 euros mensuales o los 16.000 euros por cabeza que costaba el colegio privado de sus cuatro hijos. Naturalmente, los niños pasaron del Liceo Francés de Barcelona al Lycée Rochambeau de Bethesda, para no perder el francés. Prueba de la satisfacción de la empresa con su presidente del Comité de Relaciones Institucionales es que, medio año después de declarar ante el juez Castro, Telefónica renovó el contrato con Urdangarin, incluyendo el blindaje de 45 millones de euros en caso de cancelación. Cuando, en el verano de 2012, el duque pidió su excedencia temporal lo hizo por iniciativa propia y no porque se lo mandara Fernando de Almansa, el entonces jefe de la Casa del Rey, como han dicho las malas lenguas.
La casa de Leland Street era bonita, el barrio estaba bien. El único negro que habían visto los niños fue Barack Obama, cuando venía a visitar a gente como el periodista George Will. Pero tenía solo siete habitaciones y cuatro baños; hay que imaginarse lo que era aquello cuando juntaban a los cuatro niños con los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Porque España todavía invierte cuatrocientos mil euros anuales en proteger a los Urdangarin, repartidos en cinco policías que cambian cada tres meses, con sueldo, casa y dietas.
Al principio, lo peor era no poder volver a casa porque se la habían alquilado a un amigo de Don Juan Carlos, el príncipe Sheik Hamed ben Hamed al-Hamed, por 36.000 euros mensuales. Después de la imputación de Iñaki, ya no pudieron volver a ningún sitio. Por eso se fueron a Aspen, donde no les conocía nadie. Pasar la nochevieja esquiando, bebiendo ponche y comiendo pavo relleno con arándanos puede costar el equivalente al producto interior bruto de un país pequeño, pero proteger a tu familia de la vendetta de una sociedad que ha perdido los valores, eso no tiene precio.
Fue a Aspen donde el Rey don Juan Carlos mandó a Fernando de Almansa, que además de jefe de su casa era vizconde del Castillo de Almansa y consejero de Telefónica, para pedirles que tuvieran un cariño con la institución y renunciaran a sus derechos dinásticos. Cuando eres la séptima, pensarían, qué más te da. Llegó con el secretario general de la empresa, Ramiro Sánchez de Lerín y Cristina los mandó de vuelta con cajas destempladas. Como castigo, el Rey aprovechó su penúltimo discurso navideño para decir que “cualquier actuación censurable deberá ser juzgada” y que “la Justicia es igual para todos”. Que tiene gracia, siendo como es el único exento en esta monarquía tan moderna donde “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.
Las navidades pasan y el círculo se cierra, pero Cristina no quiere renunciar ni divorciarse. Los únicos miembros de la familia real que les hablan son la Reina Sofía y la Infanta Elena. A finales de agosto de 2012, Iñaki Urdangarin hace público un comunicado: “Ante la posibilidad de que el procedimiento judicial abierto y en el que estoy incurso pudiera tener alguna incidencia negativa para el Grupo Telefónica (…) he decidido solicitar a la compañía una excedencia temporal, la suspensión de mi contrato y de mis funciones”.
Dicen que César Alierta le había fichado sin ganas y que estaba esperando la llamada de Almansa para desficharle sin más. Iñaki dijo que era temporal y que “regreso de Washington a Barcelona con la intención de volver a desarrollar con la compañía nuevas actividades en el futuro”. Así es como la Infanta, su marido y sus cuatro hijos volvían a la casa de sus sueños. Solo que Washington había sido una burbuja. De vuelta en Barcelona, los Duques se encontraron con un muro de franca hostilidad.
Pedralbes (agosto de 2012- agosto de 2013)
No podían salir de casa sin que alguien los llamara chorizos. La gente se agolpaba en la puerta del cine y los restaurantes para increparlos al salir. La prensa se escondía bajo los coches, en los arbustos, para fotografiarlos. Los vecinos de Pedralbes prohibieron a sus hijos relacionarse con los Urdangarin. La familia real se había cerrado como una ostra. Ese verano, Cristina tuvo que cambiar las queridas playas de Palma por las de Bidart, que en lugar de veleros tienen surfistas y terrazas con menú del día; y el Palacio de Marivent por la casa de su suegra. La única familia que tenía era ahora el clan Urdangarin-Liebaert.
Hasta la tradicional comida de Navidad se celebró aquel año en Vitoria, en el restaurante Felipe, mientras que el otro Felipe leía el evangelio en la Zarzuela con su mujer, sus majestades eméritas, la infanta Elena, las hermanas de Don Juan Carlos, la tía Irene de Grecia y todos los sobrinos y nietos de don Juan Carlos menos cuatro. En enero de 2013, la foto del Príncipe Felipe ignorando a sus sobrinos durante la final del mundial de balonmano en el Palau de San Jordi dio la vuelta al mundo en un segundo. En abril de 2013, la Infanta volvió a modernizar a la monarquía española convirtiéndose en el primer miembro de la familia real en ser imputada por un juez.
A la ignominia del juez Castro y se le sumó una venganza que, como es natural, hizo llorar de felicidad a un pueblo sediento de sangre. Dos meses después de la imputación, el exsocio de Urdangarin, Diego Torres, filtraba unos correos personales del duque cuyo contenido conocemos todos. La Infanta supo, pocas horas antes de que se enterara España, que su marido había cambiado la llama olímpica por el fuego de un hogar ajeno. O no tan ajeno, porque implicaba al mejor amigo del duque, testigo de su boda y compañero en el FC Barcelona.
En el ínterin, el resto del mundo supo también lo que pensaba Urdangarin de su cuñada, la princesa Leticia, de su suegra y de los Aznar. Con la cabeza alta y el corazón roto, Cristina se mudó con la familia a Suiza, donde la renta per cápita es la cuarta del mundo y ser paparazzi es ilegal. Iñaki se quedó en Barcelona para vender la casa.
Ginebra (agosto de 2013)
Isidre Fainé, presidente de Gas Natural Fenosa y de La Caixa y su jefe durante años, había mandado a Cristina a Ginebra con un sueldo de 238.000 euros brutos al año y todos los gastos pagados, incluyendo casa, dietas y colegio. Pero, con los bienes embargados y dos fianzas pendientes de 14.957.262 y 2,7 millones de euros cada una, no quedaba otra salida que el pluriempleo. Quiso la suerte que uno de los mejores amigos de su padre, el príncipe Karim al-Hussayni, necesitara urgentemente una asesora para la Fundación Aga Khan. Dicen que cobraba unos 300.000 euros por coordinar las iniciativas filantrópicas de la Fundación y de la Aga Khan Trust for Culture, pero el dato no ha sido confirmado de manera oficial.
Como cualquier mujer que consigue no un trabajo sino dos en plena crisis, Cristina celebró la nochevieja en el Intercontinental Le Grand de París con su familia y con veinticinco de sus amigos más cercanos. La cena en el Café de la Paix, a 500 euros por barba, despertó la ira de los envidiosos, que en los meses siguientes también criticaron sus estancias en el exclusivo Adlon de Berlín y sus vacaciones en La Toscana. Le recriminaban a la Infanta seguir viviendo a todo trapo cuando poco antes había pedido una rebaja de su fianza, cosa que el juez le había negado, atentando gravemente contra su derecho de defensa y contra su dignidad real. Pero no fue por no poder pagarla. Era un problema de contrición.
Consideraba el juez Castro que Cristina de Borbón no merecía la rebaja porque no había mostrado ni culpa ni arrepentimiento. “Nunca se ofreció voluntariamente a dar su versión de los hechos; que incluso antes de su inicial convocatoria judicial se negó a hacerlo hasta que a su estrategia procesal le convino lo contrario; y que en su declaración, a la que se llegó con gran esfuerzo, no se advirtió el más mínimo reconocimiento de los hechos, ni tan siquiera a título de error o imprevisión, actitudes que son totalmente legítimas en el marco jurídico, pero escasamente afines a la de quien dice haberse prestado a reparar un daño”. Esta era la clase de mezquindad a la que se enfrentaban los duques. Todo empeoró con la abdicación del Rey.
De Juan Carlos I a Felipe VI
Decía Woody Allen que lo bueno de ser pobre es que puedes cumplir los 70 sin que tus hijos te declaren incompetente mental para poder quedarse con tu patrimonio. Al pobre don Juan Carlos le retiraron por rico, por rey y por haber querido una democracia moderna en un país que no lo era. El Rey será inviolable pero tuvo que abdicar cuando mejor se lo pasaba, disparando elefantes en Botsuana con su amiga Corinna, y todo porque se rompió la cadera, vaciló en un desfile y a su yerno favorito se le daba mejor la pelota que los números. Cuando el teniente coronel Tejero dijo que no había asaltado el Congreso para eso, se refería a esto, su serenísima. Monarquía es no tener que decir nunca lo siento. Democracia es abdicar.
Los Urdangarin siguieron la investidura por la tele, como si fueran primos terceros. El 7 de enero de 2014, con el informe de Hacienda en la mano, el juez había vuelto a imputar a Cristina por doble fraude fiscal. Los correos filtrados de Urdangarin habían puesto en evidencia lo que ya sabíamos todos: que casarse con una divorciada que ha hecho carrera en la televisión tiene consecuencias directas y a menudo hilarantes. Al nuevo Rey Felipe VI le faltó tiempo para revocarles el título de Duques de Palma que les había regalado su padre cuando se casaron en 1997. Desde entonces, los únicos actos públicos que comparten con su familia son funerales: el de Kardam de Bulgaria y el del infante don Carlos de Borbón Dos Sicilias. Y lo que es peor, Cristina tuvo que solicitar una baja temporal sin sueldo de su trabajo en La Caixa hasta que finalizara su comparecencia en el caso Nóos, porque los estatutos de la Fundación no permiten que sus directivos sean imputados en causas fiscales. Tres semanas después se reincorporó al trabajo. La caja de Fainé entiende que los delitos por los que se juzga a la Infanta nada tienen que ver con la actividad que desempeña en la Obra Social y, por lo tanto, no hay incompatibilidad. Ahora dicen que Cristina dimitirá definitivamente de su puesto para dedicarse de lleno a la Fundación Aga Khan, incluso que se mudaría a Lisboa donde su jefe se acaba de comprar el palacio de Henrique Mendoça por 12 millones de euros.
En cualquier caso, es difícil imaginar a una persona de sensibilidad elevada viviendo en Suiza con 300.000 euros al año. Cristina paga 5.000 euros mensuales por su ático de 200 metros cuadrados en la Rue de les Granges, en el barrio de Florissant. La Ecole International de sus cuatro hijos cuesta 114.000 euros anuales. El bufete de Roca que la defiende cuesta unos 150.000 y Mario Pascual Vives, que defiende a Urdangarin, rondará los 50.000. Ya han tenido que deshacerse de gran parte del servicio. Pronto no tendrían para comer.
Los 6.950.000 euros de la malaventa de Pedralbes se fueron tan pronto como habían llegado. Cuando imputaron a Iñaki, la hipoteca era todavía de 4,4 millones, más el casi medio millón de euros de su cancelación, las fianzas y la deuda de Iñaki con Hacienda, que era de 253,705 euros. La culpa de esta última pella la tuvo, por cierto, el Rey Juan Carlos. Como a cualquier pareja que empieza, el padre les había dado 1,2 millones para la entrada de la casa, sin aclarar si era un préstamo o un regalo. Cómo podía saber Iñaki los peligros del dinero real, aunque venga del rey himself, cuando lo declaró como donativo. Y cómo podía saber la Infanta que Iñaki ya lo había declarado cuando lo puso como préstamo en su propia declaración.
El descenso de la Infanta refleja el respeto que le tiene la moderna monarquía con la que soñaba su padre a la institución que la vio nacer. El Ayuntamiento de Palma de Mallorca retiró su nombre de calles, plazas y paseos. El de Murcia, también. Cuando Ada Colau le quitó la Medalla de Oro que le había dado el alcalde Pasqual Maragall en 1997, Josep Garganté de la CUP propuso quitarle todos los honores a todos los miembros de la dinastía borbónica. Cuando le tocó bajar la rampa de los juzgados de Palma el 8 de febrero de 2014, la Jefatura Superior de la Policía Nacional en Baleares aconsejó que lo hiciera en coche para garantizar su seguridad. Ella misma decidió hacer a pie los últimos metros, demostrando que no tenía miedo de nada ni de nadie. Rodeada por 200 agentes de seguridad.
Pase lo que pase con el caso, el daño está hecho y es permanente. Los exduques de Palma son víctimas del capricho de don Juan Carlos, que como padre soberano del pueblo español, tenía la responsabilidad de dar al pueblo lo que necesitaba y no lo que quería. Algo presagiaba el escudo del Ducado de Palma con su árbol arrancado y un lobo escuchimizado con la lengua fuera lampasado de gules. El árbol arrancado es claramente su casa, de la que Cristina y los suyos han sido expulsados en una persecución que sólo se puede calificar de jacobina.
El lobo famélico es un pueblo que envidia a la realeza porque no entiende las cosas de la sangre. Es un lobo cubierto de tiña, una metáfora que se entiende bien. Todos esos amigos de Iñaki diciendo ahora que se le subió a la cabeza, que se creía por encima del bien y del mal. ¿Cuántas medallas ganaron? ¿Cuántas princesas besaron? La soledad es el precio de las grandes alturas y allí no hay lugar para arrepentimientos. Cuando las cosas no tienen remedio no debe pensarse más en ellas; lo hecho, hecho está.
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