Pedro Sánchez, Susana Díaz y la crisis de la fórmula partido
Susana Díaz o Pedro Sánchez. Y, atravesando a los dos, la crisis de la fórmula partido en toda Europa, sobre todo de los partidos que tradicionalmente han apuntalado los regímenes políticos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: los partidos socialdemócrata y conservador.
Las recientes elecciones presidenciales francesas han encumbrado a Emmanuel Macron, sin partido; han concedido el mejor resultado histórico al espacio representado por Jean-Luc Melenchon, también sin partido; y han evidenciado la crisis de los conservadores –terceros– y socialistas –quintos–.
Y Francia es el último ejemplo, pero no el único: Donald Trump fue elegido presidente de EE UU al margen de su partido; y los gobiernos de muchos países Latinoamérica en la última década se han presentado a las elecciones más como movimientos que como partidos. Un modelo que, a escala municipal, se produjo en España en 2015 con candidaturas como Ahora Madrid o Barcelona en Comú, por ejemplo. Incluso Podemos ha cosechado grandes resultados electorales antes de tener estructura de partido.
En este contexto, las primarias del PSOE afrontan no sólo la elección de un líder; la crisis de la socialdemocracia en Europa, que se arrastra desde 1989 y se agudiza desde la Tercera Vía; sino la propia crisis de la fórmula partido y del modelo bipartidista.
Y ahí comienzan a cruzarse y entrecruzarse pros y contras entre los dos principales candidatos, Susana Díaz y Pedro Sánchez. “Susana es casa”, dice un dirigente socialista que le apoya: “Con Susana está el partido; Susana es el PSOE: le apoyan Felipe y Alfonso; Madina, Rubalcaba; los presidentes de Asturias, Aragón, Extremadura; alcaldes... La foto de la presentación de Susana es la del PSOE de hoy y de ayer”.
Susana Díaz representa ese hilo que une el presente del PSOE con su pasado; la síntesis entre González y Guerra; el regreso a Andalucía, cuyos dirigentes han dado los mejores resultados al PSOE. Y también la argamasa entre el aparato y los dirigentes territoriales; el poder orgánico y el institucional; el imaginario de que ella encarna los pilares del edificio socialista; que con ella el derrumbe no se producirá y que el PSOE nunca será un PASOK.
Pero esa virtud de Díaz es la que precisamente más peleada puede estar con el sentido común de época; con el tiempo histórico que alerta de que los partidos fallan como agente de mediación con la sociedad; que los dirigentes adolecen de conexión con la ciudadanía; que los partidos sostenedores del régimen del 78 están sufriendo la crisis que vive el propio régimen.
¿Y Sánchez? Dirigentes de Unidos Podemos creen que les beneficia más una victoria de Díaz –creen que les deja aún más hueco en entornos urbanos, jóvenes, a la izquierda–; pero también reconocen que precisamente Díaz puede, mejor que Sánchez, apuntalar el edificio socialista. Porque Sánchez, mientras puede conectar mejor con tiempos en los que los que aparecen como outsiders son más queridos por el votante; quien se presenta como peleado con el establishment gana en apoyos; lo cierto es que Sánchez ha encadenado los peores resultados electorales del PSOE –el 20D y el 26J–.
Así, Sánchez, como Díaz, también encarna sus propias paradojas. Además de la de acarrear con el cartel de mínimos electorales, está la de la organicidad. Es decir, ¿puede un secretario general gobernar un partido con los principales cargos orgánicos e institucionales en contra? No sólo en contra, sino que esos cargos orgánicos e institucionales son los que le desalojaron de la secretaría general después de haber sido elegido por la militancia. Es decir, que un Sánchez que aparentemente conecta mejor con el sentido común de época, viene de mínimos electorales; que ese Sánchez que intenta escapar de la fórmula partido tiene a los principales rostros de ese partido como enemigos.
Pase lo que pase este domingo, gane quien gane, Sánchez o Díaz; Díaz o Sánchez; el PSOE elegirá entre dos modelos divergentes con la incógnita de que el que pueda ser mejor para la supervivencia del partido pueda ser lo que más contradicciones presente con el momento histórico; con la incógnita de que quien quiera aparecer como más acorde a los tiempos sea el que menos conecte con lo que el imaginario colectivo asocia a la institución PSOE.