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La tercera mayoría absoluta consecutiva encumbra a Feijóo como el principal barón del PP

Feijóo, en un acto de campaña.

José Precedo

Alberto Núñez Feijóo no solo ha revalidado el Gobierno de Galicia. Su tercera mayoría absoluta consecutiva desde 2009 –en plena crisis económica– es un hecho inédito en la política española. Nadie más lo ha conseguido. En Europa, desde la caída de Lehman Brothers y el crash financiero de 2008 tampoco hay antecedentes en los grandes gobiernos. Una lectura apresurada de la noche electoral gallega llevaría a apuntar que la victoria en su tierra viene a dar aire a Mariano Rajoy para seguir en La Moncloa sin necesidad de unas terceras elecciones. El presidente en funciones se empleó personalmente en la campaña y hasta pateó aldeas en compañía del polémico dirigente ourensano, José Manuel Baltar, imputado por ofrecer un empleo a cambio de sexo a una aspirante a trabajar en la Diputación provincial. Igual que sucedió en 2009, cuando el liderazgo de Rajoy pendía de un hilo y Feijóo contra todo pronóstico se hizo con el Gobierno gallego.

Pero sobre todo la tercera mayoría absoluta seguida lo encumbra además como el principal barón del partido y sirve su nombre en bandeja a esos poderes fácticos empeñados en deslizar que el desbloqueo del Gobierno en Madrid pasa por un cambio de cara en el cartel del PP. Feijóo ha demostrado que es capaz de lograr en Galicia lo que Mariano Rajoy no ha podido hacer en toda España. Lo anticipó a su manera el propio candidato en estas semanas de mítines. “Galicia va a dar una lección a toda España el 25 de septiembre”, repetía desde el atril.

El candidato popular y presidente de la Xunta en funciones también ha prometido en la campaña –y volvió a hacerlo anoche– que seguirá al frente del Gobierno regional hasta 2020 y que no ha ganado “para salvar a nadie” pero en su entorno todos saben que sus verdaderas aspiraciones están en Madrid, donde se siente más cómodo y empezó a alimentar hace 20 años su perfil de gestor: primero al frente del Insalud y luego como lugarteniente de Francisco Álvarez Cascos de presidente de Correos. ¿Es usted el futuro del PP?,  le preguntó casi de madrugada ya con el triunfo aplastante en el bolsillo una reportera: “No, yo soy el presente de Galicia”. 

Su omnipresencia en los debates de política nacional –que ha aprovechado todos estos años para marcar distancias con los escándalos de su partido obviando los que le afectan a él mismo en Galicia– se resintió en 2013, al trascender su vieja amistad de finales de los 90, cuando ya era el número dos de la Sanidad gallega, con el contrabandista Marcial Dorado, hoy en prisión condenado por narcotráfico. Durante meses redujo sus apariciones en los medios de comunicación nacionales. Pero que su cabeza siguió en Madrid lo evidencia su última charla en el Hotel Ritz, el pasado abril dentro del Fórum Nueva Economía. Allí, ante varios ministros, dirigentes del PP y algún gerifalte del IBEX-35 explicó por qué rechazó el salto a la política española para repetir como candidato en Galicia. Sus argumentos tenían un tono de disculpa. La verdadera razón es que Feijóo decidió quedarse en Santiago porque era el único candidato del PP con opciones de volver a gobernar, tal y como señalaban todas las encuestas.

Por eso, porque él era el reclamo, su cara se colocó sobre un mapa de Galicia y las siglas del partido menguaron en el atrezzo de campaña. Todo el protagonismo para el candidato que además es la marca. La eterna división de la izquierda y las luchas fratricidas en el PSOE han hecho el resto: el PP ha logrado mantener la Xunta con 41 diputados (a falta de computar las últimas papeletas llegadas del exterior) tras años de recortes e incluso ha incrementado dos puntos su porcentaje de voto (del 45,8% al 47,6%). 

Tras una década al frente del PP gallego ha logrado perpetuar la obra de su antecesor, Manuel Fraga, quien se mantuvo como presidente de la Xunta entre 1989 y 2005, aunque él con porcentajes de votos sensiblemente superiores. Como Fraga, Feijóo ha logrado aglutinar todo el espacio de centro derecha -en el ámbito rural y también en las ciudades- en torno a las siglas del PP. Y como Fraga ha ido empequeñeciendo al PSdeG para situar como adversario a los nacionalistas, hoy dentro de la coalición En Marea. 

Eso en la izquierda. Por la derecha, ni UPyD primero ni Ciudadanos ahora ni Mario Conde en 2013 ni el actual experimento de Democracia Ourensana esta vez, han logrado encontrar fallas en su electorado. Esa es parte de su gran obra: las élites locales, económicas y mediáticas y la coalición de intereses que acompaña al Gobierno gallego han achicado todo el espacio a cualquiera que se presentase como alternativa a Feijóo estos últimos años.

Control de los medios y dependencia del caciquismo

Los medios públicos que controla con mano firme su equipo de colaboradores –en 2009 prometió regenerar la tele y la radio autonómicas pero al frente de ambos siguen dirigentes nombrados por el Partido Popular– han constituido todos estos años un fenomenal aparato de propaganda. El último ejemplo, en las noticias de TVG del pasado viernes, víspera de la jornada de reflexión: reservaron espacio fuera del bloque electoral para sus proyectos estrella: una fábrica de drones en Ourense y más carga de trabajo para el deprimido sector naval. Las informaciones críticas con el PP directamente se silencian, tal y como vienen denunciando los periodistas del ente público. Ese control de los medios de comunicación también lo equipara con Fraga. Igual que la dependencia del caciquismo. El Feijóo que llegó al poder en 2009 prometió “acabar con él en un día”. Siete años después, Baltar hijo ha sucedido a Baltar padre sin que el líder regional haya conseguido evitarlo. Parte de la contundente mayoría absoluta de Galicia le corresponde al dirigente ourensano. En su eterno feudo ourensano, el PP ha cosechado la victoria más aplastante de las cuatro provincias: nueve diputados por cinco del resto de los partidos. Es la parte menos fotogénica del legado Feijóo para esos medios nacionales ante los que les gusta exhibirle.

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