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Gafas 4D para entender mejor a Podemos

Pablo Iglesias en el acto de Podemos sobre el debate del estado de la nación, en febrero de 2015.

Andrés Gil

Podemos es un partido político. En construcción. Eso sí. Pero un partido al fin y al cabo.

Hace tiempo que Podemos es mucho más que aquel colectivo que se presentó en enero de 2014 en el Teatro del Barrio, en Lavapiés (Madrid) agrupado en torno al campus de Somosaguas de la Complutense; Izquierda Anticapitalista; algunos cuadros y ex colaboradores de IU y el PCE; y activistas del 15M, de la asociación Contrapoder, de Juventud sin Futuro y de las mareas y el movimiento antidesahucios.

Podemos es un partido en construcción en el que se conjugan ritmos y concepciones; y en el que, cada vez más, los ritmos de las instituciones –ayuntamientos, comunidades, Congreso, Senado, Europa–, en las que tienen cientos de cargos públicos –y de liberados–, generan interferencias en los debates internos.

Así, en Podemos se pueden dibujar tres tipos de ejes que pueden marcar diferentes posiciones políticas en cuestiones tácticas y estratégicas: izquierda dentro del régimen o ruptura; transversalidad discursiva o posiciones de izquierdas; y confluencia o partido único. Y esos tres ejes, junto al factor humano, se mueven en un espacio 4D y hacen que las personas y familias no puedan asociarse a un simple sistema-espacio 2D, como si fuera un futbolín, de Iglesias Vs Errejón.

Izquierda dentro del régimen Vs ruptura. Es un debate que también se vive en Izquierda Unida, que hinca sus raíces en algo que a menudo recuerda Julio Anguita: el PCE del interior frente al PCE del exterior; el PCE que defendía la ruptura frente al PCE de Santiago Carrillo, eurocomunista, que pactó la reforma en la Transición y transigió con la monarquía y el olvido de los crímenes del franquismo. Un PCE que transformó su organización –sectorial–, pensada en el franquismo para estar presente en los espacios de conflicto, por una organización territorial pensada para la institución y los ciclos electorales. Un PCE y, posteriormente, una IU, que se acomodó en muchas ocasiones a ser un complemento del PSOE en lugar de plantear una ruptura democrática con el sistema político y económico de la Transición.

Ese esquema también se reproduce en Podemos: los hay más posibilistas, más socialdemócratas, que, aunque sean minoritarios y no se les oiga, se encuentran más cómodos cooperando con el PSOE, aunque pacte con Ciudadanos, que planteando una alternativa que sitúe al PP y al PSOE en planos semejantes por sus políticas económicas –privatizaciones, reforma del artículo 135 de la Constitución– y sociales –desahucios, por ejemplo–, además de sus sombras por la corrupción –casos ERE, Bárcenas, Gürtel, Púnica– y la connivencia con los poderes económicos –puertas giratorias–.

En este eje, por ejemplo, tanto Iglesias como Errejón se situarían en el espacio de la ruptura, en el de la exigencia al PSOE, por desconfianza, de algo más que un documento –en este caso la vicepresidencia y parte del Gobierno– para darle su voto. Mientras que Carlos Jiménez Villarejo, ex candidato en las Europeas, ha evidenciado su alejamiento de Podemos precisamente por el rechazo del partido a facilitar la investidura de Pedro Sánchez tras su pacto con Albert Rivera.

“Seguramente Carolina Bescansa, cuyo maestro académico es Julián Santamaría, expresidente del CIS con el PSOE, en algunos casos pueda bascular en este eje y tener posiciones más templadas de ruptura... O fichajes recientes, como el ex JEMAD Julio Rodríguez, a quien nadie se lo imagina impugnando el régimen del 78”, reflexionan fuentes de Podemos.

Transversalidad discursiva Vs posiciones de izquierdas. O populismo de izquierda Vs izquierda marxista. Una de las primeras declaraciones que impactaron de Podemos fue su sentencia de que “la izquierda y la derecha son una metáfora” y que aspiraban a la “centralidad del tablero”. Es decir, la transversalidad discursiva, el célebre “significante vacío” que acuñó Ernesto Laclau, referente de Íñigo Errejón.

Han pasado dos años desde entonces, los tiempos en los que lanzaron el término casta –en lugar de oligarquía, que tiene connotaciones más izquierdistas–, o cuando habló de “lo viejo y lo nuevo” y “los de arriba y los de abajo” –en vez del discurso de clase, con reminiscencias marxistas– o cuando alzó banderas del 15M sobre profundización democrática –“no nos representan”– o lucha contra la corrupción y la austeridad –“no es una crisis, es una estafa”–.

Ha pasado casi un año de cuando Pablo Iglesias dijo aquello de “cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas, pero no te acerques”. Y ahora, en el debate de investidura, Iglesias recurrió, en un discurso que escribió el mismo, a numerosas banderas de la izquierda y el activismo para diferenciarse de Pedro Sánchez: la memoria histórica, el subcomandante Marcos, las mareas ciudadanas, la historia republicana del PSOE, el 15M... Y echó mano de los GAL para recordar el terrorismo de Estado en tiempos de Felipe de González, quien “tiene las manos manchadas de cal viva”.

Ese discurso de Iglesias, netamente de izquierdas pero sin pronunciar una sola vez la palabra “izquierda”, con el que pueden sentirse identificados Irene Montero, Rafa Mayoral, Juanma del Olmo, Juan Carlos Monedero y los anticapis, por ejemplo, se sitúa en el lado opuesto de la transversalidad discursiva que cultivan otros dirigentes, como Íñigo Errejón, Carolina Bescansa o Pablo Bustinduy.

Confluencia Vs partido único. A menudo se recuerda que Jesús Montero, secretario general de Podemos en Madrid ciudad, definió Ganemos Madrid como “plato precocinado”. Y no es por casualidad. Una parte importante del partido está convencida de la potencia de la marca Podemos por sí misma como maquinaria electoral y, también, de que es el “canal” por el que ha de transitar “la fuerza del cambio”. A pesar de ello, Podemos ha entrado en confluencias donde se ha visto desbordado: en candidaturas municipalistas y en Galicia, Catalunya y País Valencià para el 20D; o incluso en el grupo parlamentario de Podemos en la Asamblea de Madrid, donde convive el oficialismo de Podemos con anticapis, Equo y Convocatoria por Madrid. Y, a partir de ahí, se ha combinado la idea de partido único o partido movimiento –en términos más de populismo de izquierdas– o partido orgánico –en clave más gramsciana– con la de “fuerzas del cambio”, que incluye a las confluencias.

La tensión entre la pureza del Podemos y la apertura de Podemos, que, según los defensores de esta última hipótesis, debería hacerse mayor en un futuro 'Vistalegre dos' reconstituyente, va y viene. Se visibilizó antes de las municipales y las resistencias a entrar en candidaturas municipalistas –como Madrid–; posteriormente, durante las negociaciones con Alberto Garzón; y más tarde se está viendo con las diferentes posiciones en torno a la confluencia gallega con vistas a las autonómicas y el nuevo sujeto político catalán impulsado por Ada Colau.

Y en esta tensión, el dimitido Sergio Pascual, como Jesús Montero en su momento, estaba menos por la confluencia, en oposición, por ejemplo a Iglesias o los anticapis. O los propios Luis Alegre o Juan Carlos Monedero.

El factor humano y la hegemonía del espacio. Por encima –o por debajo– de teorías, posiciones políticas, biografías personales y referentes académicos, se encuentra la piel y las relaciones personales, las amistades de años –como la de Iglesias y Errejón–, que crea vínculos, pasiones, familias, tribus, grupos de Telegram y, también, candidaturas para primarias internas. Ya sean compas o camaradas, del puño, la mano abierta o la V de victoria, el factor humano opera en toda organización. Y, con ello, la ambición de quien aspira a un cargo público o a un cargo interno; y de quienes quieren el poder y las liberaciones políticas para los suyos y los de su entorno.

Como en todo partido político. Y Podemos es un partido político. En construcción. Eso sí. Aún no se sabe si terminará siendo más o menos rupturista, más o menos transversal en el discurso, más o menos confluyente. Pero un partido al fin y al cabo.

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