Granados, el 'yuppie' que quiso ser político (y se abrasó por ello)
Una noche de diciembre de hace más de un lustro, en plena fiesta navideña ofrecida por la Comunidad de Madrid y cuando los empleados del cátering comenzaban a recoger las barras del cóctel, el entonces consejero de Justicia e Interior, Francisco Granados, quiso continuar la fiesta: “Pues se hace una ampliación de contrato”, comentó entre risas ante la negativa del encargado, y soltó un “si no hay más botellas traemos las de mi despacho”. Parecía una fanfarronada. Pero, al final, los camareros, que se miraban medio extrañados, prolongaron su jornada y el festejo se adentró, aún más, en la madrugada. El evento se hacía en la sede de la consejería de Granados. Y Granados era el rey de la fiesta. Así se las gastaba. Era la época cúspide de la burbuja inmobiliaria, el dinero a espuertas (y la trama Gürtel).
En ese caldo de cultivo en el que los dirigentes del PP de Madrid no paraban de exclamar que la región era “la locomotora económica de España”, Francisco Granados trató de convertirse en la figura política de la derecha regional al calor del sol de Esperanza Aguirre y terminó abrasado. Granados era un yuppie. Un broker de la bolsa al que su pasado con el dinero había despertado el gusanillo político. Un sueño que estaba ya convertido en pesadilla por obra y arte del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, al que trató de disputar el favor de la reina madrileña del PP. Perdió.
Nacido en Valdemoro en 1964, saltó de la banca privada a la alcaldía de su pueblo en 1999. Con ese perfil de éxito profesional, de liberal, de capitalista, Esperanza Aguirre lo reclamó para su equipo en 2003. Y al año siguiente lo colocó de secretario general del PP madrileño. Fulgurante. Se juntaron en el Ejecutivo de Aguirre su hombre de toda la vida, Ignacio González, y la nueva oleada: Granados. Se inició una lucha por el poder dentro del núcleo más duro del PP. Dentro de la administración más importante que manejaba el partido durante los años de oposición de Mariano Rajoy. El bastión popular. Allí el dinero, las inauguraciones sin cesar de obras (Granados empezó como responsable de Transportes) y las mayorías absolutas en las urnas mantuvieron esa disputa en modo interno y soterrado -en la que algunos aseguran que hubo episodios de gritos mutuos-. En la cima de la montaña de gasto público en la que se convirtió Madrid, Granados se sacaba lustre.
Pero la ambición política le pudo, y los enemigos empezaron a mostrar las garras. En 2006 un extraño incendio en el garaje de Francisco Granados calcinó el Mini que usaba su mujer, Nieves Alarcón. Con las llamas trascendió que el vehículo estaba a nombre de una constructora de Valdemoro, Grandes Locales de Negocios. El consejero explicó que el antiguo dueño no había tramitado aún el cambio de titular. Una mancha en el historial que se diluyó tras su perenne sonrisa y en el mar de una bonanza económica a la que le quedaba poco. En 2009 la constructora volvió a ser noticia, porque construía una mansión en la que, sin ser la dueña, Nieves Alarcón elegía materiales y detalles. Tras publicarse la información, Granados y su mujer renunciaron a mudarse.
Número tres de Aguirre
En 2008 se convirtió en titular de Presidencia, Justicia e Interior. Ya era número tres. Con una sede a escasos metros del edificio de la presidenta, en las jornadas vacacionales ejercía de presidente en funciones. Daba las ruedas de prensa en nombre del Gobierno. Ascendía. Tanto Granados como González trabajaban su imagen. Les gustaba hacer corrillos con los periodistas, gastaban bromas, lucían simpatía. Donde iba el uno iba el otro, quizá, para no dejar campo libre.
Pero en 2009 le estalló en las manos al hasta ahora senador y diputado regional el escándalo del espionaje político, la llamada gestapillo. Espionaje por parte de funcionarios al servicio de la Comunidad hacia compañeros de partido. Unos acólitos de total confianza que el ex alcalde se había traído de su pueblo. El departamento de Interior dependía de Granados. Y los seguimientos se habían producido contra Manuel Cobo (vicealcalde de Madrid) y Alfredo Prada (ex vicepresidente de la Comunidad).
Ambos se habían significado a favor de Mariano Rajoy en el momento de mayor debilidad del líder en 2004. El mismo momento en el que se especulaba con una posible toma del poder nacional del PP por parte de Esperanza Aguirre. En medio del barullo del supuesto espionaje político, Ignacio González apareció como perseguido con cámaras ocultas en un viaje a Cartagena de Indias (Colombia) a cuenta del Canal de Isabel II. Así, Francisco Granados fue dibujado como cabeza de una red de espionaje político a colegas de partido e Ignacio González como víctima a pesar de que muchas fuentes policiales aseguraron que uno y otro caso no podían ser parte de los mismos perseguidores. Granados comenzaba a declinar.
“Para lo que hago, que es sólo apretar botones...”, ha deslizado el ex dirigente popular para restarle importancia a su salida del mundo político. Fue el destino de desagüe que le dejaron tras caer en desgracia. En 2011 hubo elecciones autonómicas y, tras ganarlas Esperanza Aguirre, Granados ya no entró en el Gobierno. Le habían ofrecido ser el portavoz parlamentario, según filtró entonces el equipo de González. No quiso.
Así que en una tarde fría de noviembre de 2011, Aguirre y González terminaron el trabajo y sacaron a Granados de la secretaría general del PP de Madrid. Se aupaba allí al futuro presidente de la Comunidad. Al pie del edificio de Génova, 13, sólo Granados emitió algunas palabras de “agradecimiento” a Aguirre por la confianza. Aguirre y González salieron por el garaje hacia la Puerta del Sol. Él iba camino del Senado. Un silencio a cambio de ese trabajo que hoy desprecia en el momento de la caída completa.