En política no existe el derecho al olvido
La difusión de la noticia de que Rodrigo Rato se reunió con Jorge Fernández Díaz en la sede del ministerio del Interior amenaza con dar al traste con los esfuerzos del Gobierno por convencer a los ciudadanos de que apuesta por la transparencia y lucha contra todo tipo de corrupción, en especial con la que corroe sus propias filas. No es la primera vez que la opinión pública conoce una cita de un cargo o dirigente del PP con alguien que con el tiempo se ha convertido en indeseable. O que gracias a la hemeroteca o a las redes sociales se descubre una relación pasada que ahora se intenta negar.
La polémica suscitada por la cita entre el ministro del Interior y el antiguo responsable del FMI y vicepresidente del Gobierno de José María Aznar obligaba a Fernández Díaz a comparecer el viernes en el Congreso para dar explicaciones. La versión oficial esgrimida por el ministro para justificar el encuentro es que se avino a reunirse dada la preocupación de Rato por su seguridad. Entre los argumentos, las increpaciones y los “más de 400 tuits con insultos y amenazas” hacia el antiguo responsable de Bankia hoy imputado por su gestión.
Fernández Díaz insistió en que hizo lo que tenía que hacer y que hubiera hecho lo mismo con cualquier otro alto cargo en la misma situación. Es más, para negar el favoritismo llegó a explicar que se había reunido con otros imputados y condenados. Para tratar de negar el favoritismo hacia Rato, Fernández Díaz añadió que ha mantenido reuniones con otras personas en la misma situación o similar, pero que no eran del PP. “Algunos estuvieron en la cárcel”, precisó dirigiéndose a los diputados socialistas.
También esta semana la presidenta de la Comunidad de Madrid ha tenido que dar explicaciones en público sobre su relación con Alejandro De Pedro, el principal conseguidor de la trama Púnica. La red de corrupción armada por Francisco Granados y David Marjaliza salpicaba a Cristina Cifuentes a raíz de viejos tuits cruzados con el empresario que prometía elevar la reputación de los dirigentes del PP en las redes sociales.
Del “no conozco a este señor”, Cifuentes pasó a quitar importancia a su relación con De Pedro. Maldita Hemeroteca había rescatado sus reproches a De Pedro por no haberse saludado cuando coincidieron en 2010 y hasta había amenazado con una “colleja cariñosa” si se volvía a repetir. Unos meses más tarde, en enero de 2011, ambos se encontraron en el congreso del PP y pudieron conocerse personalmente. La propia Cifuentes se ocupó de difundir la foto a través de su cuenta de twitter y de celebrar que se hubieran “desvirtualizado” mutuamente.
Esperanza Aguirre no llegó a tanto, pero bastó con rescatar de la hemeroteca sus fotos con alcaldes imputados por la trama de corrupción que su número dos, Francisco Granados, urdió junto a su amigo David Marjaliza. Ella había asegurado que la mayoría de imputados por la corrupción en la operación Púnica le resultaban desconocidos pese a que había presidido la Comunidad de Madrid y seguía al frente de la formación en la región. “A estos alcaldes ni los conozco”, afirmó.
“Yo no los nombré, lo harían sus comités” fue otra de las excusas de una dirigente que siempre ha presumido de haber hecho las listas electorales sin injerencias ajenas. El propio Flickr de Génova la desmintió. En la web del partido era fácil encontrar numerosas fotos de Aguirre con ellos en actos electorales y hasta imágenes de mítines en que miembros del futuro Gobierno de Rajoy aplaudían sus intervenciones.
En el caso del presidente del Gobierno con Luis Bárcenas, la prueba de su connivencia no fue una foto sino la publicación en El Mundo en julio de 2013 de los SMS que se cruzó con el extesorero del PP cuando ya se conocía la contabilidad en B del partido y parte de la fortuna que Bárcenas tenía en Suiza.
El escándalo hizo que el presidente del Gobierno se viera obligado a dar explicaciones públicas. Lo hizo el 1 de agosto de hace dos años en el Senado, pero se limitó a pedir perdón por haber confiado en Bárcenas. La fórmula escogida no obligó al presidente a contestar a las preguntas de la oposición. De este modo, Rajoy consiguió salir del trance sin dar ninguna justificación de por qué siguió manteniendo el contacto con él una vez había saltado el escándalo.
El jefe de gabinete del presidente, Jorge Moragas, también estuvo en el centro de la polémica a raíz de los mensajes telefónicos que intercambió con Victoria Álvarez, la exnovia del hijo mayor de Jordi Pujol. En esa ocasión, Moraga maniobró para que explotara el caso de la corrupción de la familia del expresident de la Generalitat y para que Álvarez difundiera los manejos de dinero negro dentro del clan.
“Si dieses una entrevista y lo contases todo, salvarías a España”, tecleó Moragas a Álvarez en un SMS difundido por eldiario.es Moragas pedía entonces, en noviembre de 2012, a su amiga de la época del instituto que tirara de la manta. “Yo te haría un monumento”, prometía la mano derecha del jefe del Ejecutivo. Álvarez declaró ante la UDYCO una semana después que había sido testigo de cómo la familia trasladaba dinero negro a Andorra en bolsas de basura.
El mismo día de la declaración ante la Policía, Moragas volvió a escribirle: “Pero, ¿qué has hecho?”. La respuesta de Álvarez fue clara: “Lo que me pediste, la UDYCO y declaración”. El entusiasmo de Moragas quedó claro en la respuesta: ¡Uauuu! ¡Yo te haré un monumento a tu cuerpo!“. Pese a lo evidente que fue su papel en el caso, el puesto de Moragas le ha permitido no tener que ofrecer ninguna explicación sobre su conducta. Tampoco lo hizo ningún miembro del Gobierno.
Pero si en los últimos años ha habido una foto incómoda del pasado para un dirigente político es la de Alberto Núñez Feijóo con Marcial. La imagen, que tenía casi 20 años de antigüedad, se publicó en 2013 en El País. En ella se veía al presidente de la Xunta con un narcotraficante que después ingresó en prisión por una condena de 14 años. Feijóo aseguró que se trataba de una amistad antigua y que había cortado toda relación en 1997, cuando supo, según él, de sus problemas con la Justicia.