El marianismo ya está aquí
- “Un fantasma recorre España y puede que Europa, el fantasma del marianismo. Todas las fuerzas de la vieja España se han unido en Santa Cruzada, pero no en su contra, sino para sacarlo en procesión”, escribe Antón Losada en su último trabajo, Código Mariano
- Código Mariano, que sale a la venta en estos días, es el último lanzamiento de la colección de eldiario.es Libros
- Antón Losada, Ignacio Escolar, director de eldiario.es, y Jesús Cintora, director de Las Mañanas de Cuatro, presentan este lunes 17 el libro a las 19.00 en la Fnac de Callao
Reconózcalo. A usted también. Si es usted votante de derechas, le intriga. Si se declara usted votante de centro, le desconcierta. Si se identifica como votante de izquierda, le enerva. Se parece al dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso. Te despiertas y él sigue allí. Mariano Rajoy representa una incógnita que no sabemos bien cómo despejar. Compone un misterio tan inverosímil como la Santísima Trinidad o el recibo de la luz. Ofrece un enigma tan intrincado como desvelar por qué el lavabo siempre está al fondo a la derecha en los bares, o por qué la gente se excita tanto y se pone tan patriota siguiendo el festival de Eurovisión.
El líder no nace, se hace
Ante Mariano Rajoy no sabemos bien si contemplamos al último de su especie o al primero de una nueva estirpe de líderes. A veces parece un señor muy antiguo. Otras actúa con esa osadía de quien ya hubiera desentrañado eso que casi nadie comprende: cómo funciona y qué funciona en la política de este siglo de la indignación tuiteada y el amor por WhatsApp.
Desconocemos aún si se trata de un superviviente del siglo XX que aún respira y gobierna porque lo retro era el futuro. O estamos ante un verdadero adelantando a su tiempo, alguien que nos entiende mejor a nosotros y nuestra manera de pensar y decidir que nosotros le entendemos a él y a su manera.
Puede que como él mismo suele repetir, Mariano Rajoy sea un hombre previsible, pero también se antoja un político por completo imprevisible. Pocas veces cumple los pronósticos que le endilgan analistas o tertulianos. Se resiste a comportarse de acuerdo con las previsiones, no responde como vaticinan los modelos y lo único que parece demostrado es que venga lo que venga, Rajoy, como la protagonista de la canción de Gloria Gaynor, sobrevivirá.
Si a cada preferentista le dieran un euro por cada ocasión en que hemos dado por muerto o acabado a Mariano Rajoy, las angustias de tantos ahorradores desvalidos solo serían un mal recuerdo del pasado; igual que la indiferencia y el abandono donde han sido arrojados por los mismos poderes obligados a impedir que les estafara un puñado de chulos de playa y señoritos de best seller de Vizcaíno Casas.
La lista de cadáveres que jalonan la carrera de Mariano Rajoy, cuando el muerto debería haber sido él, habla por sí sola, desconcertantemente claro y sonoramente alto. Nadie daba un duro por su persona cuando José María Aznar abría su libreta azul y jugaba al “aquí te pillo, aquí te designo” de la sucesión. Rajoy ejercía de figurante. Aparecía como un simple extra opacado por el brillo rutilante de estrellas cegadoras como Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja o Ángel Acebes.
Hoy, aquel secundario de relleno interpreta al protagonista y reside en La Moncloa. Rodrigo Rato se arrastra de juzgado en juzgado y de consejo de administración en consejo de administración, depende del día. Jaime Mayor Oreja se perdió, él solo y sin necesidad de ayuda, en la Europa de los pueblos. Ángel Acebes parece haber pasado a la clandestinidad pues su nombre solo suena cuando le imputan por algo.
Durante el congreso popular de Valencia en 2008, Esperanza Aguirre iba a ajusticiar al derrotado Rajoy despacio y con dolor, mucho dolor. Según la misma prensa que la lideresa regaba generosa con millones de euros públicos, aquel “gallego” sin mérito, pueblerino y apocado, tenía las horas contadas ante los superpoderes de la cosmopolita y desenvuelta novia y madre del liberalismo español. Federico Jiménez Losantos, el guardián del pensamiento de la lideresa, apodaba a Rajoy cada mañana “Maricomplejines”, con esa contundencia propia de quien mea colonia y solo sabe llevar razón.
Hoy, Mariano Rajoy pasea en lancha por Chicago con Angela Merkel salvando el euro. En cambio, a Esperanza Aguirre solo le queda ejercer de “yayotoyota” indignada, quejarse de brutalidad policial a manos del temible cuerpo de agentes de movilidad del Ayuntamiento de Madrid y denunciar acoso policial porque, además de ponerle una multa, le requirieron la documentación del coche y el carnet de conducir; como a cualquier hija de vecino.
El dúo ganador y aparentemente invencible que conformaron el exdirector de El Mundo, Pedro José Ramírez, y el extesorero del PP Luis Bárcenas iba a fusilar al presidente Rajoy contra las portadas del periódico. Eran como Batman y Robin, listos para liberarnos de la tiranía del malvado Joker armados con mortíferos SMS y papeles explosivos.
Hoy, Mariano Rajoy cruza la piel de toro para asistir en directo a la final de la Champions League en Lisboa desde el palco de honor. Mientras, Bárcenas no puede ni salir al patio de la cárcel de Soto del Real por ponerse chulo con los guardias y Pedro José se dedica al periodismo de ficción y a la literatura realista, soñando con llegar a convertirse en un gran y respetado historiador como Pío Moa, por citar un nombre así, al azar.
Son las víctimas más reconocibles del marianismo. Esas que todos tenemos presentes en la memoria. Pero existen muchas más víctimas silenciosas. La historia reciente nos demuestra que el marianismo suele resultar tan mortífero como implacable cuando se pone a la tarea.
El marianismo inexplorado
Hasta la fecha han coexistido dos teorías dominantes para explicar el intrigante caso de la supervivencia política de Rajoy contra todo pronóstico. La primera apela a la suerte, la segunda, a su condición de gallego. Dos explicaciones que, históricamente y por razones misteriosas, suelen ir asociadas: Franco también tenía suerte y todo cuanto hacía se explicaba porque era gallego.
La suerte suele operar como el argumento favorito de quienes no saben cómo explicar que haya sucedido precisamente aquello que ellos habían descartado expresamente en sus sesudos análisis y previsiones. La galleguidad resulta una explicación muy conveniente y al gusto del pensamiento centralizado que domina la vida pública española. Siempre que alguien o algo no se entienden, desde Madrid tiende a explicarse porque o no es de Madrid, o no vive en Madrid, o no ha acontecido en Madrid. La calma fría de Franco o los arrebatos de Fraga también se explicaban por su origen galaico. Pero ni siquiera los gallegos podemos tener tantos caracteres a la vez. En realidad,nadie puede y nosotros tampoco queremos ni poder.
Cuando a uno de sus colaboradores más fieles, Miguel Arias Cañete, le preguntan cuál es el principal de fecto de Rajoy, desde su conocida superioridad intelectual responde que “el galleguismo” (Iglesias, Güemes, 2008). Podría ser peor, podría haberle dicho que debatía como una mujer.
No se puede entender a Mariano Rajoy sin reconocer la influencia de su origen gallego. Pero eso no explica ni el personaje, ni su capacidad de supervivencia. Los tópicos son como los monumentos emblemáticos de cada lugar. Si la gente los visita tanto y durante tanto tiempo será por algo. Pero únicamente con esa visita no se conoce, ni se aprecia, ni se entiende, dónde estamos y ante qué nos hallamos.
La lista colosal de caídos políticos por Dios y por Mariano no se acumula solo por ser “muy gallego”, ni aunque así lo califique Rosa Díez con ese tono de infalibilidad papal que tanto practica. Tampoco se logra por casualidad, o por suerte, o por saber colocarse en el sitio justo, o por pura paciencia, o por sentarse a esperar a que se mueran solos o se aburran. Todo eso ayuda, pero no gana el día.
Como aquellos pistoleros del viejo Oeste, puedes desenfundar más rápido una vez o dos por casualidad o por fortuna. Pero si no eres el más rápido, o el más listo, tu carrera será corta y morirás pronto. No puedes hacerlo tantas veces y durante más de treinta años solo por alguna de esas causas. Tienes que ser efectivamente o el más rápido, o el más listo.
En política las casualidades no existen, la suerte tampoco; solo sirven como excusas. Las cosas pasan de una manera concreta porque alguien ha debido preocuparse de que así suceda y además ha sabido cómo hacerlo.
Por puro sentido común, deberíamos descartar la posibilidad sus pronósticos fatales para Rajoy y la realidad se haya equivocado permitiéndole llegar a presidente. Deberíamos empezar a explorar la posibilidad de ser nosotros los equivocados, aunque sea solo un poco. A lo mejor tiene algo de razón Mariano Rajoy, el superviviente a dos derrotas electorales contra pronóstico, el cuatriministro, el vicepresidente, el líder de la oposición, el candidato que gana con mayoría absoluta, el presidente con más poder de la historia de nuestra democracia.
No es Mariano, somos nosotros. A la pobreza de explicar todo cuánto le sucede, hace y dice sobre la base de la suerte, o en razón de su carácter gallego, debe sumarse una visión caricaturesca de su personalidad y su trayectoria cimentada en un profundo desconocimiento; a veces incluso en cierto menosprecio a su figura.
Resulta algo muy español menospreciar aquello que no se entiende. A Mariano Rajoy se le entiende poco porque se maneja poca información y demasiado tópico. Pocos se han tomado el trabajo de conocer un poco mejor su personalidad o su manera de pensar antes de pontificar sobre el personaje.
La pequeña colección de biopics heroicos que han ido apareciendo una vez convertido en el inquilino de La Moncloa tampoco ayuda demasiado. Las “hazañas marianas ” que entregan a diario la muy subvencionada y muy leal prensa marianista, con el ABC y La Razón a la cabeza, solo conducen al error. Esas aventuras de ficción protagonizadas por ese “héroe presidente” que tanto recuerda a Harrison Ford en Air Force One, solo han añadido más confusión y ruido.
Ante los hechos de Rajoy, nos pueden los prejuicios y las ideas de manual de consultoría sobre cómo debe mostrarse un líder y aquello que quiere la gente. Nos empeñamos en aplicarle códigos de exégesis del liderazgo que nunca funcionaron muy bien, pero que, en estos tiempos de confusión e incertidumbre, solo encaminan hacia la incomprensión más absoluta.
Los tiempos están cambiando. Los manuales de los viejos días de antes han quedado obsoletos. Necesitamos códigos nuevos para casi todo. Símbolos, alfabetos, léxicos y sintaxis nuevos para entender una política donde todo, el electorado, los partidos, los líderes o los gobiernos, ya no funcionan como explicaban los viejos y fiables manuales de instrucciones.
A lo mejor nuestro problema con Rajoy es que necesitamos un “código mariano” que nos ayude a entender lo que no comprendemos, en lugar de ignorarlo,… o no. Un código que nos ayude a despejar la incógnita y ser capaces de predecir al impredecible. Un código que se construya desde una aproximación sin prejuicios al personaje, tratando de manejar mejor información, destruyendo tópicos y lugares comunes, indagando en sus contradicciones y complejidades, rehuyendo caricaturas y esperpentos.
No se trata de justificarlo, tampoco de defenderlo o atacarlo. Se trata de entender por qué tenemos un presidente que se parece tan poco a la idea que muchos tienen y expresan sobre lo que debe ser, hacer y decir un presidente. Por qué tenemos y hemos elegido un presidente que, después de solicitar de manera semiclandestina un rescate bancario de 100.000 millones de euros, se va al fútbol a Polonia a fumarse un puro. O por qué respondió que llovía mucho cuando le preguntaron por la anulación de la llamada doctrina Parot, despilfarrando en un instante el esfuerzo de años para haber convertido a las víctimas del terrorismo en una de sus bazas electorales preferidas y más efectivas.
A lo mejor convendría disponer de un “código mariano” que ayude a descifrar a Rajoy… o no. Un código que ayude a entender aquello que nadie ha sabido explicarnos bien, a pesar de las muchas veces que se ha repetido: por qué nos equivocamos tanto cuando le echamos la suerte a Rajoy. Por qué cuanto más se empeñan en matarlo, más vivo parece el muerto. Cómo es posible que un político sin carisma, sin telegenia, sin espontaneidad, carente en buena medida de todas esas virtudes y méritos que a diario nos repiten suponen las claves imprescindibles para alcanzar el éxito, esté a punto de completar una de las carreras políticas más exitosas de la historia política española, siendo ya, sin duda, el registrador de la propiedad más importante e influyente de nuestra era moderna.
Resultaría de cierta ayuda manejar ese “código mariano” para desentrañar mejor de qué va el presidente Rajoy, qué quiere y qué busca con esas cosas tan raras y aparentemente tan incomprensibles que hace a veces. Ya que él se resiste a contárnoslo y le cuesta aceptar preguntas, resultaría de gran utilidad hacerse con las claves de ese código que nos permitan descifrar algo mejor qué idea tiene del futuro, formarnos una opinión y poder decidir con más fundamento si nos gusta o no nos gusta el país que quiere. Necesitamos descifrar a Rajoy porque, aunque los prejuicios nos impidan aceptar la evidencia, la historia nos dice que Mariano Rajoy casi siempre consigue lo que quiere... o no.
El marianismo viene para quedarse
Desde que alguien los rescató durante la campaña electoral del 2011, resulta frecuente, especialmente entre sus críticos, citar dos artículos publicados por Mariano Rajoy a principios de los ochenta en Galicia, cuando empezaba su carrera política. “Esta búsqueda de la desigualdad tiene múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de ganar —es ciertamente revelador… el afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas, récords…—, es la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores, condecoraciones, títulos nobiliarios desprovistos de cualquier contrapartida económica… Todo ello constituye demostración matemática de que el hombre no se conforma con su realidad, de que aspira a más, de que buscan un mayor bienestar y además un mejor bien ser, de que en definitiva, lucha por desigualarse… Aunque se llamen a sí mismos ”modelos progresistas“, constituyen un claro atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto del hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al privar a los más habituales, a los más capaces, a los más emprendedores… de esta iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han logrado imponer” (Mariano Rajoy, Faro de Vigo. 4/3/83).
Así de claro se manifestaba entonces el joven diputado de Alianza Popular, recién estrenado en el Parlamento gallego. Apenas un año después, ya convertido en presidente de la Diputación de Pontevedra, Rajoy perfeccionaba su alegato a favor de la desigualdad: “Juan Ramón Jiménez lo denunció en su verso famoso ”Lo quería matar porque era distinto“; y el poeta romántico Young dio en la diana cuando afirmó: ”Todos nacemos originales y casi todos morimos copias“. Al revés de lo que propugnaban Rousseau y Marx, la gran tarea del humanismo moderno es lograr que la persona sea libre por ella misma y que el Estado no la obligue a ser un plagio. Y no es bueno cultivar el odio sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización propia. La igualdad implica siempre despotismo y la desigualdad es el fruto de la libertad… Frente a la envidia igualitaria solo es posible la emulación jerárquica: hagamos caso de la sentencia de Saint-Exupéry: ”Si difiero de ti, en lugar de lesionarte te aumento“”. (Mariano Rajoy. Faro de Vigo. (14/7/1984).
Ni en el fondo, ni en la forma, ambos textos se corresponden demasiado con la caricatura desideologizada,tacticista y maleable que suele acompañar a la estampa de Mariano Rajoy. En continente y contenido, los textos se asemejan más a las ideas que, por aquellos mismos años, Margaret Thatcher o Ronald Reagan ponían de moda y llevaban al poder en el mundo anglosajón, refundando el pensamiento conservador posterior al triunfo del Estado del Bienestar. Y aún se parecen más a los mensajes fuerza que hoy en día manejan los predicadores de los beneficios de la desigualdad y la derecha más orgullosamente neoliberal a ambos lados del océano Atlántico.
Más allá de los ímpetus dialécticos y los autos de fe propios de la edad, ambos artículos nos muestran a un Mariano Rajoy que aparecía entonces como un político joven, ambicioso, que buscaba diferenciarse y no ser igual que los demás. Ese carácter no se pierde, no se olvida. Era un político con ideología, una visión del mundo y un modelo de sociedad. Un político que creía firmemente que la desigualdad era fuente de progreso, riqueza y libertad, mientras que los movimientos e ideas igualitarias y progresistas solo conducen a la tiranía y a la pobreza.
A aquel Mariano Rajoy no le parecía justo que los impuestos fueran progresivos y le parecía un hecho demostrado que los “hijos de buena estirpe superan a los demás”. El Estado suponía una amenaza y lo privado funcionaba mejor que lo público. Para aquel ambicioso e ideologizado Rajoy, expresiones como “la eliminación de las desigualdades excesivas”, “supresión de privilegios”, “redistribución”, “que paguen los que tienen más…” “son utilizadas frecuentemente por los demagogos para así conseguir sus objetivos políticos”. (Faro de Vigo. 24/7/1984).
Mariano Rajoy nunca ha vuelto a hablar tan claro. De hecho, se ha convertido en un verdadero maestro de la ambigüedad y el doble sentido. La gente cambia, Mariano Rajoy también. Solo Dorian Grey lograba mantenerse igual y además con la considerable ventaja de poseer un retrato a quien endilgarle todos sus errores, excesos y resacas.
“Este viaje hacia el centro reformista es una apuesta por un talante, por una forma de ser y comportarse” (Mariano Rajoy a María Antonia Iglesias, 10/1/1999). Además de comprobar que Rajoy había descubierto la importancia del talante antes incluso que José Luis Rodríguez Zapatero, la cuestión relevante reside en saber cuánto y en qué ha cambiado exactamente porque, en el caso que nos ocupa, el camino parece haber sido ciertamente largo y tortuoso.
“Yo no creo que después de la crisis y cuando la recuperación empiece a consolidarse de una manera clara vayamos a una España o a una Europa más desigual. Creo que hay que hacer un esfuerzo en algo que es decisivo para evitar esa desigualdad, que es la educación. La educación acaba convirtiéndose en igualdad de oportunidades. Y después, para aquellas personas a las que les vaya mal o que tengan más dificultades en la vida, siempre habrá unos servicios públicos que les atenderán. Esos servicios públicos son los pilares del Estado del Bienestar y creo que debemos preservarlo, porque solo en Europa hay un Estado del Bienestar como el que tenemos aquí…. El Estado del Bienestar es un logro irrenunciable en España y en la UE” (Mariano Rajoy, Elpais.com, 8/12/2013).
Miembro de honor de la Orden de caballeros del Albariño, director general, presidente de Diputación, vicepresidente de la Xunta, diputado, ministro de Presidencia, de Administraciones Públicas, de Educación y Cultura y de Interior, vicepresidente primero del Gobierno, líder de la oposición y finalmente presidente del Gobierno. A Mariano Rajoy en su currículo solo le falta un mandato como senador, o lo más parecido que existe en la vida civil: cardenal primado de España y luego Papa.
En las páginas que siguen se pretende intentar explicar no solo cómo lo ha hecho, sino cómo el marianismo lo ha logrado contra casi todo pronóstico. No se trata de un libro a favor o en contra de Mariano Rajoy. Pretende ser un relato que intenta explicar como Dios manda lo que hasta ahora nadie ha sabido explicarle como a usted le gustaría y se merece.
No se trata de volcar en un papel opiniones más o menos favorables, diatribas o panegíricos más o menos ocurrentes sobre la figura de Mariano Rajoy, o sobre su acción política o de gobierno; mucho menos sobre una persona a la que conozco, aprecio y respeto desde la discrepancia y desde hace más de veinte años. El objetivo se centra en proporcionar claves que permitan analizar y entender el “marianismo”, un estilo de hacer política que ha salido refrendado por el éxito electoral y organizativo y que, guste o no, parece haber venido para quedarse.
Porque el marianismo ya no resulta exclusivo de su creador y máximo estandarte. Se ha popularizado entre eso que llamamos “la clase política”. De ahí el interés de intentar entender las claves y la mecánica de un estilo de liderazgo emergente. Un estilo y un modelo que formalizan una manera de entender, hacer y querer la política y el gobierno que gana adeptos y practicantes a diario. Seguramente porque funciona, la mayoría lo vota y, de momento, no le va mal del todo en esta incertidumbre en movimiento a la que aún llamamos presente. En política, lo que funciona, prevalece, todo lo demás, se renueva.
Si no me creen, o les parece exagerado hablar de modelos y liderazgos emergentes, piénsenlo sin prejuicios un momento y miren a su alrededor. Pregúntense si su alcaldesa, el presidente de su Diputación, la consejera de su Comunidad, el presidente de su Autonomía o la primera ministra de ese país que visitó recientemente, no le recuerda cada vez más a Mariano Rajoy; en sus maneras de canear a la prensa, empaquetar de manera obsequiosa sus decisiones más difíciles, o tener siempre a mano un culpable para las cosas que pasan y que nunca resulta ser él.
Admitámoslo, un fantasma recorre España y puede que Europa, el fantasma del marianismo. Todas las fuerzas de la vieja España se han unido en Santa Cruzada, pero no en su contra, sino para sacarlo en procesión. Más nos vale estar preparados.