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CRÓNICA

Sánchez sale incólume del laberinto vasco y toma impulso para las catalanas mientras Feijóo se mantiene en la irrelevancia

Pedro Sánchez y Eneko Andueza, este viernes en el cierre de campaña en Bilbao

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Hay otra vida más allá del microclima político-mediático madrileño. Ni ETA está viva ni el PSOE está muerto, a tenor de los resultados del 21A. Sí, Bildu se convirtió en lluvia, pero de momento no será mar, según la metáfora a la que recurrió Arnaldo Otegi en el cierre de la campaña vasca para ilustrar la estrategia de los abertzales de un cambio sin prisas. “Somos sirimiri, el domingo seremos lluvia, y algún día seremos mar, afirmó. Ese día aún no ha llegado porque, a pesar de su importante avance y un empate a 27 escaños con los jeltzales, no logró, como aspiraba, arrebatar la hegemonía al PNV.

Los de Andoni Ortuzar, que pierden cuatro parlamentarios respecto a 2020, seguirán en el gobierno con el PSE, con quienes suman un escaño más de la mayoría absoluta. Con todo, lo nuclear es que mientras en Madrid la derecha mantiene viva la llama de la banda terrorista como estrategia de desgaste del Gobierno de coalición, en el imaginario colectivo del electorado vasco, ETA ha quedado definitivamente atrás. Nada cambia en Euskadi, a pesar del histórico resultado de Bildu y de que el PNV ha ganado con un resultado ajustado respecto a su principal  competidor, lo que pone en cuestión que la hegemonía del nacionalismo esté exclusivamente en manos del partido que ha gobernado Euskadi en once de las doce legislaturas en democracia.

En todo caso, Pedro Sánchez sale incólume del laberinto vasco, donde las elecciones de este domingo arrojan el Parlamento con mayor representación nacionalista en democracia, ya que la suma del PNV y Bildu es 54 de los 75 escaños de la Cámara de Vitoria. Los socialistas suben dos escaños respecto a 2020 hasta alcanzar los 12 parlamentarios, añaden 25.000 votos más y además mantienen la llave del gobierno. Nada cambia en el tablero vasco, pero tampoco en el nacional, ya que Bildu tenía asumido antes del 21A que, fuera o no primera fuerza, mantendría “por responsabilidad” su apoyo a Sánchez en el Congreso de los Diputados. La alianza PNV-PSOE se antoja más sólida que nunca, tras este domingo, y aleja por tanto cualquier posibilidad de entendimiento con los populares de Feijóo y su radicalizado discurso contra el nacionalismo.

El presidente del Gobierno se enfrenta ahora, en las elecciones catalanas del 12 de mayo, a un reto mucho mayor que el de Euskadi, donde hasta con los peores pronósticos se daba por descontada la continuidad del gobierno vasco con el PSE formando parte de él. Sin apenas tiempo para celebrar el resultado de Euskadi con el que en Moncloa se sienten plenamente “satisfechos” y también convencidos de que “la fachosfera se agota en la M-30 madrileña”, los socialistas se adentran ahora en una frenética campaña por mantener la primera posición en Catalunya que ya tuvieron en las anteriores autonómicas. 

El objetivo ya no es ganar sino gobernar la Generalitat con Salvador Illa sentado en la presidencia y de paso lograr que el bloque independentista no sume mayoría de tal forma que Sánchez pueda certificar el éxito de su estrategia del diálogo y el reencuentro.  Cualquier geometría variable que resulte necesaria para la gobernabilidad será , en todo caso, de difícil digestión para un Gobierno que depende en Madrid por igual de los votos de ERC y de Junts, si bien en Moncloa dicen estar dispuestos a agotar la legislatura. Y es que si algo ha demostrado la campaña de las elecciones vascas es que más allá de Madrid, hay otra España muy alejada de la polarización, el choque entre instituciones, la amnistía y la bronca.

Si algo ha demostrado Euskadi es que vota al margen de la agenda que trata de imponer la derecha en Madrid. De ahí que el PP de Feijóo salga mucho menos optimista de este 21A de lo que entró en campaña, tras lograr siete representantes, tan sólo uno más que en 2020 cuando concurrió a las elecciones vascas en coalición con Ciudadanos. No logra su principal objetivo, que era borrar del tablero a Vox para proclamar su anhelada reunificación de la derecha española, y además se queda por debajo de los dos dígitos en intención de voto, después de que los de Abascal mantuvieran su único y simbólico representante por Álava.

Feijóo aspiraba también a ser decisivo en el Parlamento y condicionar la acción del gobierno, pero ese anhelo también se ha visto frustrado porque el PNV, pese a su caída, y el PSE podrán volver a armar una mayoría absoluta con 39 escaños, uno por encima de los 38 necesarios. De ahí que la marca siga en la irrelevancia en Euskadi y probablemente, pese a que allí los pronósticos sean más halagüeños, no salga tampoco de la trivialidad en Catalunya.

Las expectativas de la extrema derecha de Abascal no eran muy ambiciosas, ya que pasaban por mantener el escaño de 2020, si bien el resultado aleja el fantasma de los malos resultados de las gallegas, donde aún son extraparlamentarios. Mejor pálpito tienen para las catalanas y las europeas.

Sumar, por su parte, salva los muebles por la mínima al  lograr el milagro de obtener un escaño, que eran sus previsiones mínimas en una campaña con escasa presencia de su líder, Yolanda Díaz.  Pese al pírrico resultado, la marca logra rédito sin el concurso de un partido regional y pese a las fricciones con sus formaciones aliadas por la construcción orgánica del proyecto de Díaz y su despliegue territorial. Y esto mientras Podemos certifica su ocaso tras quedarse también sin representación en una Comunidad donde llegó a ser primera fuerza política en las generales de 2015 y 2016.

La pugna entre ambos en todo caso pasa factura a la izquierda alternativa estatal, dado que Sumar ha obtenido un pírrico 3,34% de los votos y los morados, después de desaparecer del Parlamento gallego, se quedan en el 2,25% de los votos en Euskadi ante la pujanza de Bildu que sigue cosechando apoyos a su costa.

Próxima parada: Catalunya.

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