La unidad popular empieza tras las municipales
Las municipales del 24 de mayo serán el gran banco de pruebas para las candidaturas de unidad popular. Cuatro años después del estallido del 15M, el espíritu que llenó las plazas de personas al grito de “¡no nos representan!” impregna ahora la construcción de listas en toda España. Todo lo que salga bien y mal tendrá que ser detectado, analizado y anotado de cara al futuro inmediato. De su éxito, o su fracaso, depende en buena parte que quienes aspiran a llevarla a la práctica en las elecciones generales previstas para finales de año lo tengan más o menos fácil.
Las múltiples formas jurídicas en las que se han articulado a lo largo de todo el Estado, desde el partido instrumental a la coalición; las tiranteces entre las formaciones que las integran, que en algunas localidades no han llegado a entenderse; o los problemas jurídicos derivados de una legislación rígida y que favorece a los partidos clásicos, son algunos de los escollos que estas iniciativas han tenido que superar. No siempre lo han conseguido. Pero por primera vez en muchos años se han comenzado a coser los jirones de una izquierda rupturista desgranada en mil peleas internas.
Las esperanzas están centradas principalmente en Barcelona y en Madrid. En la primera, gracias a la figura de Ada Colau, cuya mera presencia garantiza repercusión mediática, pero sobre todo un sello de garantía ante la sociedad. El proyecto que encabeza, Barcelona en Comú, es posible por ella. En la capital, la situación ha sido la opuesta. El ascenso a los cielos del respeto de la ciudadanía de la candidata de Ahora Madrid, Manuela Carmena, se ha forjado durante los exiguos 15 días de campaña electoral. La lista que auspician Podemos, Ganemos Madrid, Equo y una parte de IU ha ido ganando cohesión con el paso de los días. En ambos casos, el nexo de unión es el mismo: la líder.
Del “no nos representan” al “nos representamos”
El estallido en 2011 del que se conoció en todo el mundo como Movimiento de los Indignados supuso la constatación de que una buena parte de la sociedad estaba harta del sistema tradicional de partidos. Y por fin pudieron verse los unos a los otros, mirarse a los ojos y descubrir que no eran solitarios antisistema, sino que formaban parte de un grupo inconexo y muy heterogéneo pero con un diagnóstico común.
Las quejas iban dirigidas a las formaciones que en aquél momento detentaban el poder, principalmente PSOE, PP y CiU. Pero de forma explícita y constante las miles de personas que llenaron las plazas de toda España en aquellos días de mayo elevaron sus gritos y consignas contra todo un sistema, el que surgió de la Transición y se plasmó en la Constitución de 1978.
El 15M nació en vísperas de unas elecciones municipales y autonómicas y, cuatro años después, impregna buena parte de las candidaturas que con el sello de ciudadanas o populares se presentan a los comicios locales del domingo.
Las protestas de 2011 articularon una nueva red de ciudadanos empoderados con nodos distribuidos por el territorio español. De una manera no necesariamente coordinada surgieron iniciativas ajenas a los partidos políticos establecidos, incluso a aquellos que llevan a gala circular por los márgenes de un sistema que quieren derribar.
Las mareas (blanca, verde, granate, azul, amarilla), las plataformas por el derecho a la vivienda con la omnipresente PAH a la cabeza, los afectados por la venta de las preferentes o grupos de trabajadores golpeados por las sucesivas reformas laborales lograron importantes triunfos sin la implicación directa de los partidos ni de las organizaciones sindicales. Sí de las bases, de las personas que los componen, pero no de las estructuras orgánicas. Y no solo ellas. Gente de diversas procedencias e ideologías, muchos ajenos a la política partidista, confluyeron en unas movilizaciones que vistas una a una podían parecer poca cosa pero que contempladas en perspectiva reflejaban que algo se estaba moviendo en un universo paralelo al habitual, al que suelen registrar los medios de comunicación.
Tras las pancartas se tejieron relaciones que, con el paso de los meses, sentaron las bases de las candidaturas de unidad popular. Ciudadanos que habían hecho política en un segundo plano decidían dar un paso adelante y lanzarse a la política institucional, para tomar el poder e intentar cambiar todas esas cosas que llevaban años denunciando en sus asociaciones y barrios.
El proceso parecía simple: si ellos no me representan, ¿qué mejor que autorrepresentarme yo? El salto al vacío que para muchas personas vino después servía además para callar a quienes denunciaban que el 15M era un movimiento naif, de adanes de la política que debían, en todo caso, fundar un partido con el que presentarse a unas elecciones. E intentar ganarlas para empezar a cambiar las cosas.
Sopa de nombres
Ada Colau es una de las personas que mejor encarna lo que ocurrió en España en 2011. Su labor como portavoz de la PAH le permitió establecer relaciones por todo el Estado y ganar influencia como líder independiente y ajena a los vaivenes partidistas.
Las tesis de la plataforma que lideraba son hoy hegemónicas en la sociedad, pese a las campañas de demonización lanzadas contra la organización y sus integrantes, sobre todo cuando la PAH y otras muchas organizaciones comenzaron a promover y protagonizar escraches contra representantes políticos a los que culpaban, por acción u omisión, de proteger unas normas que eran injusta incluso para Estrasburgo.
Esa hegemonía social no se ha trasladado a la legislación. De momento. Aunque sí impregna los programas y discursos de la precampaña no solo de aquellos partidos o candidaturas con un perfil más reivindicativo.
Ada Colau atesoraba una historial de lucha política ajena a los partidos. Y dio el paso para encabezar una candidatura al Ayuntamiento de Barcelona. Su figura
Será una coalición electoral al uso en la que estarán presentes Podemos, IU, ICV, Procés Constituent y Equo, así como asociaciones y movimientos sociales y vecinales. La lista concurrirá bajo el nombre Barcelona en Comú.
La plataforma que lidera Colau se convirtió rápidamente en el espejo en el que se miraban las demás, todavía muy incipientes en el resto del Estado. Pero su formato no se ha podido extrapolar. Casi en ninguna ciudad de España se podrá votar el próximo 24 de mayo a una opción como Barcelona en Comú.
En un principio, Barcelona en Comú ni siquiera iba a llamarse así. Sus promotores tuvieron que inventarse el nombre sobre la marcha después de ver con estupor cómo una persona ajena a la iniciativa se hacía con la marca original a nivel estatal. Con el beneplácito del Ministerio del Interior. Una marca que no necesitaba una campaña de promoción ni ocupar minutos en radios ni televisiones para darse a conocer, que ya resonaba en muchas cabezas y que, desde la capital catalana, se había extendido como la pólvora por todo el territorio nacional.
Ese nombre era Guanyem. Ganemos. Y nadie podrá utilizarlo en las elecciones sin pedir permiso ni cumplir las condiciones que imponga la persona que lo registró ante el Ministerio del Interior. Una situación que desesperó a los promotores de las iniciativas, cuyos recursos son muy limitados, pero que permitió respirar aliviados a quienes, desde los partidos políticos, veían cómo la marca podía convertirse en un contrapeso ajeno a su organicidad que no podrían controlar.
Esta será, precisamente, una de las principales características de las candidaturas de unidad popular el próximo 24 de mayo: en cada lugar tendrán un nombre distinto. “ganar”, “ahora”, “cambiar”, “cómún” o alguna de las variables de estas palabras impregnan las listas ciudadanas. Por el aro del usurpador han pasado un buen número de candidaturas auspiciadas, principalmente, por Izquierda Unida en Madrid, Castilla-La Mancha, Extremadura o Baleares.
El papel de los partidos
La segunda gran característica entronca con la primera. No habrá dos candidaturas de unidad popular iguales. Los mismos actores han pergeñado variados acuerdos y desacuerdos en función del lugar. Lo que sí valía aquí era una linea inamovible allá. Y lo que hoy era anatema, al día siguiente se podía cambiar.
Los dos actores orgánicos principales en la constitución de las candidaturas de unidad popular han sido Podemos e Izquierda Unida, lo que explica por sí mismo algunos de los problemas que han enfrentado estas iniciativas. La divergencia en las estrategias electorales, las reticencias más o menos inamovibles que existen entre ambas formaciones y, en algunos casos, un pasado común de militancia han enrarecido unas negociaciones de por sí complicadas.
Podemos optó por concurrir en solitario a las elecciones autonómicas y hacerlo en “candidaturas, ciudadanas y de unidad popular” en el ámbito local. El documento que aprobó el partido que lidera Pablo Iglesias en la asamblea de Vistalegre señalaba que “su expresión formal”, su formato jurídico, “deberá ser preferentemente la de la Agrupación de Electores”. Poco después, IU decidía en sus órganos su apuesta por las candidaturas unitarias, pero bajo el paraguas de la coalición electoral. Un detalle burocrático, ajeno al día a día de la ciudadanía, pero que fijaba unas posiciones de partida que harían muy complicada la confluencia.
La opción de la agrupación duró poco. Al menos para las localidades medianas y grandes. La legislación electoral penaliza esta modalidad al exigir la recogida de una gran número de firmas en un periodo de tiempo limitado. Además, impide que las organizaciones que las integran accedan a los recursos públicos a los que tendrían derecho de presentarse en solitario. Es decir, una agrupación en la que se integrara IU, por ejemplo, no dispondría de sus espacios electorales en los medios de comunicación públicos
Esta situación dio paso al partido instrumental, una opción que surgió en Madrid y que se ha extendido rápidamente a otras zonas de España ya que resolvía de un plumazo algunos de los principales impedimentos. La idea, grosso modo, es registrar un partido al uso pero sin dotarlo de vida orgánica: solo una serie de comisiones mixtas en las que están representados los integrantes de la candidatura y que toman las decisiones una a una, por votación y en función de los acuerdos marco pactados.
Todo este galimatías jurídicopolítico da como resultado que los mismos integrantes concurran de forma diferente a las elecciones en función del lugar. Si Barcelona en Comú será una coalición electoral al uso, en Madrid será el partido instrumental Ahora Madrid el que se presente a los comicios. A mitad de camino, en Zaragoza, la opción elegida es mixta: irá una coalición entre IU y el partido instrumental en el que se integra Podemos, lo que permitirá a ambos cumplir.
El camino a las elecciones generales
“La política no tiene que ver con tener razón, sino con tener éxito”. La frase es de Pablo Iglesias antes de saltar a la primera línea de la actividad política en una de sus intervenciones más vistas en YouTube. “La unidad popular es para ganar las elecciones”, asegura el documento político que arrasó en la asamblea fundacional de Podemos. Esas elecciones no eran las europeas, las andaluzas ni son las del domingo. Son las generales que se celebrarán, salvo sorpresa, a finales de 2015.
Para la estrategia del partido de Iglesias, las municipales y autonómicas, son obstáculos a salvar con el menor coste político posible para afrontar las legislativas con opciones reales de imponerse. El adelanto de las elecciones andaluzas fue analizado por su directiva como “la primera decisión inteligente del Régimen” para atajar su impulso y tratar de controlar su ascenso.
La jugada, si realmente tenía esa intención, salió relativamente bien. Las expectativas de Podemos era superiores al resultado cosechado. En el ambiente se ha instalado una sensación de que el partido ha alcanzado su punto álgido de expansión.
El ensayo final de la unidad popular que se ha celebrado en los últimos meses ha deparado resultados desiguales que harán muy complicado el análisis de lo que suceda en mayo, pero ha preparado el terreno para lo que vendrá a partir del verano.
Si el ascenso de Podemos se estanca o es irregular, algo que se verá en las autonómicas que también se celebran el domingo, su capacidad de imponer sus criterios será notablemente menor a lo que ha sido hasta ahora. Si el partido de Iglesias logra mando en plaza en algunas regiones, puede volver a enganchar la ola, seguir con el plan trazado y marcar el camino a seguir hasta las generales. Y liderarlo.
La otra variable a tener en cuenta es qué pasa con Izquierda Unida, sumida en una fortísima crisis interna. La fuerza que lideran a turnos Cayo Lara y Alberto Garzón confía en salvar los muebles en las municipales, donde no tendrá la competencia directa de Podemos. Pero si sus resultados locales no son buenos y desaparecen en alguna comunidad, como apuntan las encuestas, las herida puede ser mortal.
La coalición vive la tensión creada por dos fuerzas opuestas. Una, que pivota alrededor del coordinador federal, tiene como eslogan la frase que Lara pronunció en 2012 cuando fue reelegido: “Esta es la Syriza española, no hace falta irse a buscarla fuera”. La segunda se articula entorno al candidato de IU para las generales, Alberto Garzón, quien ha defendido en múltiples ocasiones que la unidad popular como herramienta para transformar la sociedad está “por encima de las siglas”.
Ambas formaciones aspiran a situarse en el centro de la constitución de la unidad popular.
En medio, comienzan a surgir opciones que buscan coser una unidad popular alejada de la partitocracia tradicional, a la que culpan de la imposibilidad de lograrla, y que abogan por un proceso más horizontal y heterogéneo. Beben de los escritos de Julio Anguita y su Frente Cívico y de Manolo Monereo, dos personas ligadas a IU pero que teorizan la superación de un espacio que no ha culminado los objetivos para las que fue creada y que apelan a tender la mano a quienes pueden ayudar a conseguirlos.
Las elecciones de mayo dictaminarán la fuerza de cada uno y sentará las bases de cómo será la unidad popular que las organizaciones rupturistas coinciden, en esto sí, es tan necesaria para ganar en noviembre. Si no, la ventana de oportunidad se cerrará y no se abrirá, al menos, hasta casi la próxima década.