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Mucho más que votar

Numerosos ciudadanos esperan para votar en el colegio electoral de la Plaza de la Universidad. EFE/Javier Etxezarreta

Ignacio Urquizu

Profesor de Sociología (en excedencia) en la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE por Teruel. —

A los científicos sociales se nos pide en muchas ocasiones que anticipemos el futuro. Seguramente, porque genera una enorme intriga qué va a pasar, a muchos les gustaría saber cómo van a ser nuestras sociedades en unas décadas. De hecho, esto ha provocado que algunos politólogos, sociólogos o economistas inviertan muchos esfuerzos en realizar predicciones. Cuando aciertan, son considerados “gurús”.

Este tipo de ejercicios entrañan una gran dificultad. Cualquier realidad social depende de numerosos factores. Conocer qué elementos van a ser relevantes y cómo van a afectar en el futuro no es nada sencillo. Quizás, la mejor forma de hacer una predicción es ver cómo un fenómeno ha evolucionado en la historia, analizando qué rasgos han permanecido invariables y cuáles han cambiado.

En medio de la crisis política, donde el cambio tecnológico está teniendo un papel muy relevante, muchos se preguntan cómo van a ser nuestros sistemas políticos. De forma muy genérica escuchamos palabras como participación o transparencia, sin profundizar en qué implican estos conceptos. De tanto repetirlo, comienza a ser una obviedad que nuestras democracias van a ser más participativas y más transparentes. Y no solo la tecnología va a jugar un papel relevante en estas transformaciones, sino que también existe una demanda social al respecto. Pero si queremos huir de los lugares comunes, necesitamos saber algunas cosas más sobre la democracia del futuro.

Por un lado, por muchos cambios que se produzcan, no todo va a ser novedoso. Hay rasgos que siempre definen a la democracia y la distinguen de otros sistemas políticos. De hecho, muchos de sus fundamentos se han mantenido invariables durante siglos. Así, cuando pensamos en una democracia, estamos pensando en un modelo de organización social que se define por dos aspectos: la pluralidad y la presencia de instituciones inclusivas. La pluralidad implica el respeto por aquellos que piensan de forma diferente. Es decir, a diferencia de los sistemas autoritarios, en una democracia no se persigue y castiga a aquellas personas que tienen un criterio distinto del poder. Y no solo se les respeta, sino que además tienen un espacio propio para expresar sus opiniones (parlamento, medios de comunicación, internet.…). Y la presencia de instituciones inclusivas está muy relacionada con esta última idea. En democracia, las instituciones no solo garantizan la representación de la pluralidad de la sociedad, sino que además los perdedores en las elecciones se sienten parte del sistema político porque saben que en el futuro pueden ser ganadores. La presencia de comicios libres y repetidos en el tiempo garantizan no solo la aceptación del resultado, sino también una esperanza para los que perdieron.

Por mucho que cambien las democracias, la pluralidad y las instituciones inclusivas siempre serán rasgos que definieron a este sistema político. Entonces, ¿dónde pueden estar las novedades? Con el paso del tiempo, es cierto que las democracias también han experimentado cambios.

En primer lugar, quiénes han representado a la ciudadanía no siempre han sido los partidos. En el origen, los representantes eran actores individuales que cuando llegaban a las cortes o asambleas nacionales tras ser elegidos en sus territorios, se agrupaban en grupos parlamentarios según afinidades de pensamiento. Este fue el germen de los partidos, que se hicieron cada vez más necesarios conforme los procesos electorales cobraban más protagonismo. Pero no siempre los partidos políticos fueron el principal actor de representación. Eso significa que en el futuro podemos asistir a otras formas de representación. De hecho, en medio de la crisis política, un 57 por ciento de los españoles ha llegado a creer que es posible un sistema democrático sin partidos, sino a través de plataformas sociales (2013, ObSERvatorio My Word).

En segundo lugar, también podemos asistir a cambios en quienes pueden votar. Ya a lo largo de la historia pasamos del sufragio censitario al sufragio universal. Es decir, hubo un tiempo donde el derecho a la propiedad era determinante a la hora de tener derecho a elegir a los representantes. El voto femenino es otro ejemplo de restricción que implicó una gran batalla por el derecho de la mujer a participar en las elecciones. Esto significa que no es descartable que en el futuro se amplíe el cuerpo electoral. Ya hay algunos debates sobre la mesa como el voto para los mayores de 16 años y el voto de los inmigrantes. Pero es muy probable que la idea de ciudadanía se vaya ampliando con el tiempo y en este ensanche la tecnología juegue un papel fundamental. Gracias a los progresos que estamos experimentando, es probable que los seres humanos convivamos con cíborgs. Así, la idea de seres que tengan componentes orgánicos y dispositivos cibernéticos parece cada vez más próxima. ¿Serán sujetos con derechos propios? ¿Podrán participar en las deliberaciones colectivas? La idea de ciudadanía nunca ha sido una idea cerrada y terminada y, como desarrolló T. H. Marshall, gran parte de la batalla de toda sociedad ha sido la ampliación de esta idea de ciudadanía.

En tercer lugar, la reducción de la democracia a un proceso de votación donde la gente elige a sus representantes cada cierto tiempo parece cada vez más imposible. El cambio tecnológico puede propiciar una idea de democracia más amplia donde el voto solo sea un mecanismo más de participación. Gracias a las tecnologías, el papel de la deliberación puede ir ganando peso. Los ciudadanos no solo están cada vez más formados, sino que también se ha producido una enorme extensión de la información. Conforme esta información vaya generando un mayor conocimiento, es probable que la deliberación sea un elemento más importante donde la ciudadanía podrá participar de forma mucho más intensa.

En definitiva, la democracia del futuro mantendrá rasgos que siempre han definido a este sistema político: respeto a la pluralidad e instituciones inclusivas. Pero las democracias también han evolucionado con el paso del tiempo y muchas de las transformaciones que están experimentando nuestras sociedades afectarán también a la idea de democracia. Así, es posible que los partidos dejen de ostentar el monopolio de la representación política y convivan con otro tipo de organizaciones sociales distintas a las que conocemos. Tampoco es descartable que el cuerpo electoral aumente. Y es probable que la idea de deliberación como ingrediente de la democracia acabe jugando cada vez un papel más importante. Todo esto, desde luego, está sujeto a debate, porque si algo define al futuro es que no está escrito.

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