Aunque la llamada cuestión catalana pueda parecer un tema de estricta actualidad, desde el siglo XIX pensadores, escritores, periodistas y estadistas han analizado el problema del encaje de Catalunya dentro de España. Algunos de ellos hablan de un problema sin solución, otros destacan las diferencias entre “castellanos y catalanes” a la hora de mantener relaciones con el Estado y alguno señala la “rara sustancia” que representa el separatismo.
El político, escritor y periodista, Manuel Azaña, destacó el “provincianismo fatuo” del independentismo y la ceguera de un Estado español “inerme” que, empeñado en que “las cuestiones catalanistas” habían “pasado a segundo plano”, deja que la Generalitat “secuestre” funciones y “asalte servicio”, “encaminándose a una separación de hecho”.
Aunque el político apuntó que España debía contar “con una Catalunya gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad”. Una voluntad que, aunque apunte a la independencia, debe permitirse “hasta que cicatrizada la herida” puedan establecerse “relaciones de buenos vecinos” entre Catalunya y España.
Ortega y Gasset apuntó que “el problema catalán” era un problema que no podía resolverse. La única solución que veía el filósofo, autor de La rebelión de las masas, pasaba porque los catalanes y el resto de españoles aprendiesen a “conllevarse”.
Como no sabíamos “conllevarnos”, el escritor y filósofo vasco, Miguel de Unamuno, escribió que España merecía “perder Catalunya” por la labor que estaba haciendo “la prensa madrileña”. Una labor que el autor de Niebla compara con la que se hizo en la guerra que se desencadenó por la independencia de la isla de Cuba.
Para el político español, Antonio Maura, la solución al conflicto catalán pasaba por un filtro sencillo: “cincuenta años de administración honrada”.
El autor de A sangre y fuego, el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, le dedicó unas líneas al separatismo catalán. Nogales escribió que el separatismo es una “rara sustancia” que Madrid y Catalunya utilizan en función de sus propios intereses. Como “reactivo del patriotismo” para unos y como “aglutinante de las clases conservadoras” para otros.
Azaña, una vez más, estableció una diferencia política entre “catalanes y castellano” basada en su percepción del Estado: los castellanos necesitan al Estado, mientras que los catalanes se alejan de su “presencia severa, abstracta e impersonal”.
Sobre la lengua catalana, el poeta de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, aseguró que él se posicionaría en contra de que toda la enseñanza en Catalunya se dé en catalán. Una decisión que podría llevar a la “desmembración lingüística” y que desplazaría el castellano.
Sobre la cuestión lingüística se pronunció también el ministro y diplomático, Salvador de Madariaga, que se preguntaba quién oprimía a Catalunya al coartar su uso de la lengua catalana.