No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com
Nadie subvenciona los viajes a los usuarios y el Gobierno impone unas tarifas máximas a los taxistas que les obligan a perder dinero. Después de años de reivindicaciones, estos últimos han decidido suspender el servicio
Según mi experiencia personal, la capital del reino no ha sido diseñada para ser amable con el peatón ni con las bicis y, por supuesto, con los discapacitados, mucho menos. Por lo visto, pese a la tremenda deuda contraída por los últimos Gobiernos municipales, se ha gastado en todo menos en hacer de Madrid un ejemplo de accesibilidad. Si tienes un buen coche, pocos años encima y un buen par de piernas, la ciudad es un gran sitio para vivir. En caso contrario, no está tan claro.
Aunque se trate de detalles anecdóticos, lo cierto es que me he movido por unas cuantas ciudades españolas en mi silla eléctrica (Zaragoza –donde vivo–, Barcelona, Logroño, Oviedo, Avilés, Lleida, Sevilla, Málaga...), y en ninguna he tenido tantos problemas como en Madrid.
Aún recuerdo ese día en el que me metí por el centro del precioso Paseo del Prado: me encontré con un escalón imposible y tuve que dar una preciosa media vuelta y recorrer 200 preciosos metros al revés para poder escapar del callejón sin salida para retrones. O esa vez que llegué a un cruce del Paseo de la Castellana con otra avenida gigante (de esas tan madrileñas, con 20 carriles) y descubrí que no tenía ninguna manera de llegar al otro lado. Se les había olvidado hacer rampas en los pasos de cebra. O cuando estuve media hora dando vueltas con mi madre hasta que encontramos un bar sin escalón en la puerta. O esa vez que fuimos a cenar con mi amigo Iván a un restaurante sobre el que nos había jurado y perjurado por teléfono que era accesible, y tuve que subir por una puerta acostada a modo de rampa (no es broma) para salvar un buen tramo de escaleras. O cuando... Bueno, creo que ya vais cogiendo la idea.
No obstante, y a pesar de estos obvios defectos de accesibilidad, los taxis adaptados (también llamados eurotaxis) funcionaban razonablemente bien en Madrid. Uno llamaba a la operadora (con antelación si el viaje era planeado, o incluso con urgencia) y te ponían un taxi normalmente sin problemas y con un retraso medio bastante aceptable.
Como ya comenté en un artículo reciente en el que alababa las bondades de otra capital europea sin sillas de ruedas en la calle, los taxis adaptados son un recurso de movilidad valiosísimo para las personas que van en silla y no se pueden bajar de ella. Se trata de monovolúmenes en los que el maletero se ha agrandado para que quepa el viajero retrón con todo su exoesqueleto y se ha añadido una rampa muy chula por la que uno puede subir, tal vez con un leve empujón por parte del taxista. Son cómodos, son rápidos, y en ocasiones son la única opción que el discapacitado tiene para llegar de A a B de un modo no aparatoso.
Pues bien. En Madrid, esto se acabó.
Como leemos en esta noticia, o en ésta, o en ésta, todos los eurotaxis de Madrid (o la mayoría de ellos, según la fuente) han dejado de prestar servicio desde el pasado martes 19.
La situación, sobre la que podemos leer más datos en la web de la Asociación del Eurotaxi por la Movilidad y la Accesibilidad, parece ser la siguiente. La Comunidad de Madrid otorgaba unas escasísimas ayudas a la movilidad, pero dejó de hacerlo en 2011. El Ayuntamiento tampoco da ninguna subvención, ni a los usuarios, ni a los taxistas, por este servicio. Pero es que, además, les han fijado a los taxistas una tarifa máxima de “bajada de bandera” de 5 euros, lo cual, explican ellos, es adecuado si el punto de recogida está a menos de 1 km. Pero, claro, taxis “normales” hay miles; eurotaxis hay 100 y no todos trabajan al mismo tiempo.
La probabilidad de que un eurotaxi se encuentre a menos de 1 km de la persona que lo necesita es muy baja, y más si tenemos en cuenta que también dan servicio a 49 municipios de la periferia de Madrid. Es cierto que, en el caso de estos municipios, les permiten una bajada de bandera de 8 euros, pero, si tenemos en cuenta que hacen trayectos de recogida de hasta 25 km, es obvio que este pequeño aumento no sirve de nada.
Resumiendo: nadie subvenciona a los discapacitados la carrera y el Gobierno obliga a los (euro)taxistas a que pierdan dinero. Con lo cual, estos últimos han tomado la decisión lógica: bajar la persiana.
“Quede claro que esta situación no es ni huelga, ni paros puntuales, es la desaparición de la prestación del servicio del Eurotaxi en el APC (Área de Prestación Conjunta) de Madrid”, aclaran. Y también les dicen lo siguiente a sus usuarios (no puedo resistirme a reproducir el texto casi íntegro; aunque parece ligeramente anterior a la noticia que hoy nos ocupa):
Lamentamos profundamente los perjuicios que la falta de servicio de Eurotaxi te pueden estar causando, a ti: nuestra razón de existir como servicio.
Se nos parte el alma cuando escuchamos a nuestras compañeras de la emisora solicitar un coche para que salga a un servicio como, por ejemplo, Móstoles, como sucedió el domingo pasado durante más de una hora, insistiendo en que el cliente espera lo que haga falta y que no tiene otra manera de volver a su domicilio y que no hay ningún compañero que pueda prestar el servicio cumpliendo con el tope máximo de 5 euros sin tener que poner dinero de su bolsillo, y, mientras, los artífices de esta medida y algún supuesto representante del colectivo de personas con diversidad funcional están en sus casas calentitos, sin problemas y sin ninguna prisa ni aparente interés para solucionar este problema.
Problema que se va a agravar día a día hasta llegar, en breve, a la desaparición del servicio y que parece que sólo nos importa a nosotros, parecemos ser los únicos que pensamos en ti cuando deberías ser la prioridad para todo el mundo.
Te conocemos, para nosotros no eres un número de socio, eres una persona con nombre y apellidos, conocemos tus historias, hemos reído y a veces llorado juntos, todo esto hace que nuestras decisiones sean mucho más difíciles de tomar.
[...]
Tú nos conoces mejor que nadie, juzga tú mismo si nos merecemos el trato que se nos está dando.
Creo que es bueno mencionar en este punto que, en Zaragoza, como decía, la ciudad donde yo vivo, el Ayuntamiento está migrando su servicio de transporte regular de personas con movilidad reducida de unos minibuses (que no iban del todo mal, pero que tenían algunos problemas) a, precisamente, eurotaxis. Yo (y cincuenta personas más) hemos sido incluidos en la prueba piloto, y he de decir que no sólo es cómodo y rápido, sino que además está en gran parte subvencionado (pagamos el equivalente a un billete de bus en muchos de los trayectos).
Una prueba más de que, si eres retrón, no sólo has de pensar muy bien a quién votas, sino también en qué ciudad vives.
Yo, desde luego, que iba mucho a Madrid, me lo voy a pensar con cuidado la siguiente vez que me plantee el viaje. Hace un mes, no pude conseguir un eurotaxi para ir de la zona del Bernabéu a Atocha, y casi pierdo el tren. No quiero que la próxima vez me toque reservar un hotel de urgencia en Móstoles.
Por último, en una última vuelta de tuerca triste y desoladora, la asociación de cascaos madrileños, FAMMA, pide a la ínclita alcaldesa que obligue a los eurotaxistas a devolver las subvenciones que el Ayuntamiento les otorgó. Mientras tanto, Doña Ana, la auténtica culpable del caos y de la destrucción del servicio de eurotaxis de la capital, sonríe alucinada. Sus maestros ideológicos siempre le habían dicho que, si provocaba el hambre y la carestía, los curritos hambrientos no se volverían contra ella sino que se despedazarían los unos a los otros. Pero nunca imaginó que sería tan fácil.
No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com