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Opinión - El problema de los tres gorros. Por Elisa Beni
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Selección natural

Pinzas

Mariano Cuesta

Te contaré algo. Hay días en los que me siento incapaz de hacer las cosas. Hay días que me dan ganas de mandarlo todo a la mierda. Hay días que me recuerdan que parte de mi infancia en el colegio fue un infierno.

El otro día recibí la noticia del suicidio de Diego, el chico de once años que se quitó la vida hace unos días y muchas sensaciones se agolparon en mi cabeza. A veces hay que estar en los zapatos de uno para entenderlo. Y yo lo entendí.

La infancia es un periodo muy jodido por lo general, más cuando eres diferente, retrón en mi caso. Más cuando llegas a una ciudad que multiplica por mucho a tu ciudad anterior donde tenías todo en su sitio, los amigos, el colegio, los deportes, las raíces de una vida, de alguna manera. A pesar de estar acostumbrado a los traslados por la profesión de mi padre hay edades y edades. Y los doce años son claves.

Llegué con mi inocencia, mi burbuja personal, mis espacios controlados a un lugar difícil para mi, ser la novedad, a pesar de que pueda parecer lo contrario, nunca se me ha dado bien. El vestuario de los chicos, ese lugar. Eres objeto de observación, de escrutinio, de análisis… más cuando empezamos a desarrollarnos y nuestros cuerpos empiezan a cambiar. Las hormonas hacen acto de presencia y empezamos a ser conscientes de nuestros cuerpos y aquí empieza el infierno. El hecho de ser retrón, con todo lo que eso conlleva, te dirige hacia un lugar de censura, propia y externa, primero porque tu cabeza te machaca gritándote que eres diferente y que eres peor, que eres una especie de resto. Y al principio nadie decía nada, pero las comparaciones de los cuerpos siempre estaban ahí, que si más gordito que si tal, que si me faltan dos dedos en el pie. Yo lo único que quería era que no hubiera más ejercicios físicos y que se dejaran de reír de mí.

Estoy convencido de que inculcarnos desde pequeños la idea de ser el número uno no es una buena idea. Nos hace ser competitivos y, cuando no mides las fuerzas, crueles con el compañero, en este caso “enemigo”.  Y es ahí donde empieza todo, donde machacamos al más débil y eso se fomenta desde la sociedad y desde casa. 

Algunos esgrimen el argumento de la “selección natural” pero es algo que va más allá de eso. Es muy complicado tener que vivir en una selva cuando a penas se conoce el mundo, los críos con doce años como yo, estábamos acostumbrados a tener una vida medianamente estable, a pesar de que había siempre el gracioso que quería dejarte en ridículo. Pero hay cosas y cosas.

Cuando uno se sabe fuerte quiere demostrarle al resto que manda, así que me quitaron la mochila más de una vez, el bocadillo y ya las amenazas y los chantajes.

Uno lo lleva como puede y lo peor es que, como no sabía lo que era antes, uno se imagina que la vida empieza a ser así, tener que sacar los dientes. Y cuando uno no sabe aún más.

Este sistema nos hace mierda, literal. Nos peleamos con la diferencia, si es bueno a machacarlo porque somos mediocres y no podemos consentir que sobresalga, si es débil a por él para resarcirnos de nuestra mierda de existencia.

Una vez leí que las víctimas son los peores verdugos, porque cuando tenemos o hemos tenido la oportunidad, hemos volcado nuestra rabia con alguien, pero lo que no saben es que la mayoría de las veces, lo hemos hecho con nosotros mismos.

No ha sido el primero el caso de Diego pero sí deberíamos luchar todos juntos para que fuera el último.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

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