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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras voces: A cuestas con el lenguaje, continente y contenido

Palabras retronas

Rubén Ávila y Pablo Echenique

DISCLAIMER: En este blog, hemos tratado varias veces ya el tema del lenguaje en relación con el colectivo retrón y en general. Pueden leerse artículos en este sentido aquí, aquí, aquí y aquí. El autor de todos estos artículos piensa, como ya dejó claro, que el cambio de unos vocablos por otros puede tener un efecto quizás positivo, pero lento y débil en la sociedad; mientras que la insistencia en que los demás usen los vocablos que nosotros consideramos adecuados tiene un efecto claramente negativo, dividiendo colectivos y alejando posibles aliados. Uno de los efectos de la insistencia que produce el alejamiento de los aliados es la superioridad moral que de ella se desprende, otro es que muchos creen lo que cree el autor de estos artículos (que los efectos positivos son lentos y débiles), y otro muy mencionado es que la gente que insiste en que los demás cambien su forma de hablar se puede poner muy cansina, agotando al personal, drenando las energías y desviando el debate de cauces más productivos. Dicho esto, es completamente injustificable publicar el artículo de hoy, en el que uno de nuestros lectores más asiduos reinicia el debate con una larga y sólida argumentación, el autor antes mencionado responde, el lector responde a la respuesta, el autor responde a la respuesta de la respuesta... etc. O quizás no es completamente injustificable. Si tienes un rato, compruébalo por ti mismo... y si piensas que nos estamos pasando, no te preocupes: hemos acordado no seguir con el tema por una buena temporada. ;)aquíEl autorpositivonegativomuy cansina

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Rubén Ávila, @weinsta:@weinsta

A raíz de un par de artículos escritos en este blog ha surgido un debate entre la importancia o no del lenguaje y su influencia en el cambio social. Hace poco Pablo publicó sus conclusiones en un post bastante elaborado que resultaba imposible hacer justicia respondiendo desde la “cajita” de comentarios, así que recogiendo el guante que él mismo me ofreció me dispongo a presentar de manera mejor estructurada, espero, mi opinión al respecto. De todas formas, por no extenderme en exceso, me centraré en dos temas solamente.

1. El primero es el asunto sobre la importancia del lenguaje en un posible cambio social. Antes que nada decir que parto de la base de que todos asumimos la importancia de la lengua para cada uno y que la disputa se centra, solamente, en su relación con los avances, o retrocesos, sociales, así que analizaré tan sólo esta segunda parte de la cuestión. Para lo que apuntaré tres ejemplos, aunque sea someramente, por aquello de no aburrir.

A. El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional francesa aprueba la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Todos sabemos cómo acabaría todo después, con el golpe de estado napoleónico de 1799, pero esa declaración no sólo fue el inicio de la revolución francesa sino la presentación sus objetivos, el por qué hacían lo que hacían. Por resumir, los firmantes consideraban que los hombres tenían derechos naturales, es decir, desde su nacimiento y todos por igual. Si hubieran considerado que no todos los hombres los tienen o si hubieran definido la igualdad de manera diferente, y no como igualdad en derechos, no se habrían alzado, ni hubieran sido capaces de tener el apoyo de los campesinos, artesanos… de esa masa de personas que componen lo que llamamos el pueblo. Si considerasen, como así se hacía en el Antiguo Régimen que la revolución francesa ayudó a abolir, que los reyes ostentaban su poder por mandato divino y que, por tanto, era justo que los nobles tuvieran más derechos que los campesinos, no se habrían sublevado. Gracias a las teorías elaboradas por Rousseau, Montesquieu y otros pensadores ilustrados, los llamados enciclopedistas en particular, se sentaron las bases conceptuales para que luego se produjera el cambio social.

Por concretar, es gracias a que Rousseau aseguró que la desigualdad natural, a través del contrato social, debía convertirse en igualdad social, que luego se pudo azuzar a las masas para que tomaran la bastilla. ¿Solo por eso? Claro que no. También, y es un también enorme, fue de vital importancia el auge de la burguesía, la debilidad de la monarquía y su carga impositiva sobre los franceses, o el ejemplo americano. Pero sin las ideas nada hubiera sido posible. Y las ideas se articulan, y se hacen públicas, a través del lenguaje.

Y, por si quedan dudas, un apunte más, los autores anteriormente mencionados, al de “igualdad”, un término que a todos nos gusta, apostillaban, directa o subrepticiamente, la coletilla de “aproximada”. Como asegura Rousseau en su aclamado El Contrato Social, no se puede pactar con quien nada tiene. De ahí, por la según él diferencia de fuerza existente, las mujeres quedaban fuera del pacto —de las personas con discapacidad no comenta nada pero es de suponer su opinión al respecto— y, de ahí, que la declaración sea respecto a los derechos del “hombre y del ciudadano”. Las mujeres quedaban fuera, como así se desgañitó denunciándolo Mary Wollstonecraft a la que le debemos (además de Frankestein) La vindicación de los derechos de la mujer publicado en 1792, tres años después de la declaración. Porque sí, las mujeres se quedaron fuera por culpa, entre otras cosas, del lenguaje.

B. El 23 de febrero (8 de marzo por el calendario gregoriano) las mujeres de Petrogrado salieron a la calle a pedir pan. Una semana después, el zar Nicolás II abdicó. Representaba la victoria de la Revolución Rusa que luego se convertiría en una guerra intestina entre mencheviques y bolcheviques. Pero, cuestiones de historiografía aparte, me gustaría resaltar que a las mujeres de Petrogrado que querían pan, se unieron los obreros de la ciudad que convocaron una huelga. Sin embargo, los motivos y los objetivos de unas y otros no eran los mismos. Los obreros querían acabar con el zarismo e instaurar el marxismo, o cuando menos el sucedáneo leninista, porque se consideraban miembros de una clase oprimida, la proletaria, a los que les era sustraída su fuerza de trabajo por la clase capitalista en una lucha a vida o muerte. Esa descripción de la realidad —sí, descripción, o sea, palabras— fue la que les llevó a sublevarse. De lo contrario habrían pedido pan y una vez conseguido habrían vuelto a lo suyo.

Si en lugar de “clase obrera” se hubieran considerado “trabajadores”, si en lugar de con “capitalistas” hubieran tratado con “empresarios” o “emprendedores”, y si en lugar de una “lucha” hubieran entendido que “eran las reglas del juego”, su forma de actuar y objetivos hubieran sido distintos. Y no entro en lo que consiguieron o dejaron de conseguir, en si su descripción de la realidad era la correcta o no, etc. Sencillamente quiero resaltar que su concepción del mundo es lo que les llevó a actuar, lo que llevó al cambio. Y eso, su concepción, no nos engañemos, es lenguaje.

C. En 1860 Abraham Lincoln perdió ante Stephen A. Douglas una disputa en el senado estadounidense en la que proponía acabar con la expansión de la esclavitud. Pero cuando en marzo de 1861, Lincoln, tras ganar las elecciones presidenciales, tomo posesión del cargo, ya sabemos todos lo que sucedió después. Los estados del sur se segregaron y se dio inicio a la guerra civil, que terminarían ganando los confederados e imponiendo sus tesis. Es decir, había que abolir la esclavitud. Sin embargo, ¿en base a qué?

Uno de las primeras personas que abogó por el fin de la esclavitud fue el español Bartolomé de las Casas que veía con horror cómo trataban sus compatriotas a los indios de América. Y su defensa se centraba en, una vez más, el lenguaje.

Los que abogaban por la esclavitud aseguraban que aquellos barbarus no tenían ni alma ni raciocinio así que no podían ser hijos de Dios. Por su parte, de las Casas trataba de mostrar que sí tenían razón. Y esto era de vital importancia porque si se aceptaba que la tenían su trato debería ser más justo. Daba igual la realidad, lo importante era cómo la definían.

Por otra parte, aquellos que defendían la esclavitud de los negros, ya unos años (siglos) más tarde, lo hacían en base a que no sentían dolor de la misma forma que los blancos, es decir, que los humanos. Así, el reputado neurólogo del s. XIX S. Weir Mitchell pudo asegurar con entusiasmo que «hemos ganado, sospecho, una capacidad intensificada para sufrir. El salvaje no sufre el dolor como nosotros» (Morris, David. La cultura del dolor. Ed. Andrés Bello. Santiago de Chile, 1996, pág. 44). Determinar qué es dolor, quién es salvaje y, por último, cuánto dolor puede sufrir el salvaje, es crucial para determinar cómo se le debe tratar al denominado como tal.

La disputa, que luego terminaría en un avance social como es la abolición de la esclavitud, fue en primer término conceptual e ideológica. Había que definir a aquellos que podían, y debían, ser esclavos y los motivos por lo que podían serlo. Bartolomé de las Casas partió de una cuádruple definición de bárbarus (o crueles; o que no hablan nuestro idioma, griego originalmente; o que no tienen razón; o que no son cristianos), tratando de retorcer las bases aristotélicas en las que se fundaba —Aristóteles fue un defensor de la esclavitud— para definir a los indios de manera diferente, al asegurar que no podían entrar dentro de los parámetros de la tercera definición. Era el lenguaje del que dependía el trato por recibir.

Por su parte, los defensores de la abolición de la esclavitud en Norte América, planteaban que los negros no eran salvajes, que sufrían como los blancos. Se trataba de erradicar la relación existente entre negro-salvaje.

Como se puede comprobar, en todos los casos expuestos, al final, las ideas fueron defendidas por las armas. Pero antes que el cambio social, fue la percepción de la necesidad de cambio y ésta se debió a la elaboración de un determinado lenguaje. En el primero de los casos, definiendo de una manera concreta un término conocido; en el segundo, creando un tipo de lenguaje nuevo, innovador; en el tercero, tratando de separar palabras que iban adheridas a determinadas personas.

Considero que el modelo de la diversidad funcional, atrapando las tres fórmulas, trata de definir de manera concreta términos conocidos (como el de dependencia); de crear un lenguaje nuevo (diversidad funcional); y de arrancar las etiquetas que llevan adheridas ciertas personas (discapacitadas, minusválidas).

Y, como adenda, añadir el caso del matrimonio gay, donde el mero hecho de considerar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo les otorga una serie de derechos que de otra forma no poseerían. A través de ese acto performativo es que consiguen la equiparación con las parejas de distinto sexo. Es decir, para que se les otorguen los derechos, realmente, no hace falta que introducir un cambio en el lenguaje.

1.1. De todas formas, y antes de pasar al segundo tema, me gustaría extenderme un poco más en uno de los términos mencionados más arriba, concretamente en el de la dependencia, para mostrar cómo una mala definición de un concepto sienta las bases para una mala e ineficiente norma.

La Ley 39/2006, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en su artículo 2 asegura que:

2. Dependencia: el estado de carácter permanente en que se encuentran las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad o la discapacidad, y ligadas a la falta o a la pérdida de autonomía física, mental, intelectual o sensorial, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria o, en el caso de las personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental, de otros apoyos para su autonomía personal.

Tal como está definida, la dependencia es a la vez circunstancial (un estado) y consustancial (permanente), con tres únicas causas posibles: la edad, la enfermedad y/o la discapacidad. Olvidándose, desconozco con qué intencionalidad, de añadir como factor determinante la estructura de la ciudad, las leyes que se promulguen, las políticas que se lleven a cabo, etc. Pero este olvido lastrará el alcance de la propia ley, puesto que supone una especie de venda que le impide ver las acciones que verdaderamente ayudarían al colectivo de personas al que supuestamente se dirigen. Pero, además, nos encontramos con que:

1. Autonomía: la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias así como de desarrollar las actividades básicas de la vida diaria.

Por tanto, de un análisis somero de la cita anterior se colige que ofreciendo a una persona las ayudas necesarias para llevar a cabo las actividades básicas de la vida diaria se potencia su autonomía. Lo curioso es que atendiendo a la primera definición seguirá siendo dependiente puesto que continuará precisando de la ayuda —que recordemos es uno de los requisitos de la dependencia—, pero será precisamente ésta la que le haga autónomo. Así, se puede dar el caso de una persona con cientos de millones en sus cuentas bancarias que necesita la ayuda de un ejército de sirvientes para que le preparen la comida, le limpien la casa, le conduzcan el coche e incluso le lleven su silla de ruedas, a la que se le considere dependiente. Pero, ¿en serio pensaremos de ella que es menos autónoma que sus sirvientes, a los que puede despedir cuando quiera y dependen de él para mantener su trabajo porque ellos no necesitan a nadie para lavarse o comer? ¿No es acaso evidente que para llevar una vida autónoma lo verdaderamente importante no es quién te limpia el culo?

Sin embargo, si repasamos el catálogo de servicios que establece la norma en el artículo 15, nos encontramos con: servicios de centro de día y de noche; de teleasistencia; de ayuda a domicilio; de atención residencial; y servicios de prevención de las situaciones de dependencia y fomento de la autonomía. Claro, si recordamos que se ha establecido que estas situaciones de dependencia surgen únicamente por la edad, la enfermedad o la discapacidad, entenderemos porqué el catálogo disponible es claramente asistencialista. La ley no está pensada para fomentar la colocación de semáforos sonoros o para rebajar las aceras —y un largo etcétera—, medidas que sin duda alguna aumentaría la autonomía de las personas con deficiencias visuales o con movilidad reducida, porque no se entienden que su ausencia sean productoras de dependencia. Y no se entiende, lo repito una vez más por si acaso, porque su definición establece que solamente la edad, la enfermedad y la discapacidad son las que la producen.

2. El otro tema que me gustaría tratar, también relacionado con el lenguaje, es la suposición, que he leído y escuchado en varias ocasiones, de que términos como diversidad funcional son en realidad eufemismos y que lo único que se pretende es dulcificar lo que nos desagrada. Precisamente, esa es la definición de eufemismo en el DRAE. A saber:

eufemismo.

(Del lat. euphemismus, y este del gr. εὐφημισμός).

1. m. Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.

Pero resulta que un término siempre es eufemismo de otro término que aunque su expresión sea dura o malsonantes es recto y franco, es decir, correcto. Así que para que diversidad funcional fuera un eufemismo de minusválido o de discapacitado, estos últimos tendrían que representar correctamente la realidad. O, cuando menos, se tendría que entender que así lo hacen. Lo cual no es verdad. No conozco ninguna definición canónica de minusválido ni de discapacitado que sea una representación fiel de la realidad que pretende definir. Las que encontramos en la DRAE eluden la cuestión de que es la estructura social la que discapacita o minusvaloriza. No definen a las personas minusválidas como «aquellas que son oprimidas por la estructura social debido a su constitución física, sensorial, psíquica o mental». Sino como las que no pueden hacer ciertas cosas debido a una lesión congénita o sobrevenida. Y lo mismo ocurre con las que podemos encontrar en textos médicos.

Es por ello que creo que a términos como los de “diversidad funcional” o “personas con discapacidad” —aquí se trataría de fijar el problema en la sociedad de ahí la preposición— se les puede considerar erróneos pero no eufemismos.

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Pablo Echenique:

1. Es obvio que las ideas cambian el mundo.

2. Es obvio que el lenguaje es el único modo de expresar ideas (más o menos complejas).

3. Conclusión: es obvio que el lenguaje cambia el mundo, en tanto que canal de las ideas. Por ejemplo: “El Capital” de Marx. O La Biblia.

4. Lo que no es obvio es que el lenguaje cambie el mundo debido a su forma, e independientemente en cierto modo de las ideas que expresa.

5. Ejemplo: ¿Qué diferencia hay entre estos tres párrafos?

A. Llamaremos minusválidos a las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad o la discapacidad, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria. Pondremos a todos los minusválidos así definidos un asistente personal gratuito las horas que necesite cada uno.

B. Llamaremos minusválidos a las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad, la discapacidad, o los déficits de accesibilidad del entorno, las viviendas, las infraestructuras y los medios de transporte, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria y serían los máximos beneficiarios de un programa extensivo de reformas conducentes a el establecimiento de la accesibilidad universal en todo el estado. Pondremos a todos los minusválidos así definidos un asistente personal gratuito las horas que necesite cada uno, a la vez que se destinarán 40 mil millones de euros a la mencionada consecución de la accesibilidad universal. Con esto se empieza a saldar una deuda enorme que la sociedad como un todo tiene con estos ciudadanos, quienes sufren en muchas ocasiones un agravio comparativo brutal y a quienes este gobierno pide perdón en nombre de todos los españoles.

C. Llamaremos diversos funcionales a las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad, la discapacidad, o los déficits de accesibilidad del entorno, las viviendas, las infraestructuras y los medios de transporte, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria y serían los máximos beneficiarios de un programa extensivo de reformas conducentes a el establecimiento de la accesibilidad universal en todo el estado. Pondremos a todos los diversos funcionales así definidos un asistente personal gratuito las horas que necesite cada uno, a la vez que se destinarán 40 mil millones de euros a la mencionada consecución de la accesibilidad universal. Con esto se empieza a saldar una deuda enorme que la sociedad como un todo tiene con estos ciudadanos, quienes sufren en muchas ocasiones un agravio comparativo brutal y a quienes este gobierno pide perdón en nombre de todos los españoles.

6. En mi opinión, el cambio entre A y B es brutal. Pero el cambio entre B y C, si lo hay, es pequeño.

7. ¿Podemos decir que, si el gobierno firma B, el lenguaje ha cambiado el mundo? Yo creo que sí, aunque como canal de las ideas.

8. ¿Sigue poniendo “minusválido”? Sí.

9. ¿Pasar de B a C cambiaría el mundo? No creo que mucho.

10. ¿Es imposible que alguien escriba B porque es contradictorio? En mi opinión, no. Sólo significaría que el redactor del texto no da mucha importancia a la selección de los sustantivos.

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Rubén Ávila, @weinsta:@weinsta

Respecto a lo que objetas (empiezo por el final):

1. Creo, como dices, que el cambio entre B y C es pequeño. Y a mí me podría valer, pero le veo un problema, que por otra parte apunté en uno de mis comentarios: la historia de la palabra, en este caso, minusvalía. Es decir, podemos intentar cambiar la definición o buscar otra palabra que defina mejor la realidad. Ambas opciones me parecen correctas, pero cuando la historia de un término es tan negativa, es probable que sea más fructífero, para lograr el cambio de mentalidad, cambiar el propio termino.

Así, las mujeres no han buscado otra palabra para definirse, siguen siendo mujeres, lo que han intentado es que “mujer” no signifique «ser inferior intelectualmente y físicamente al hombre, al que por tanto le debe rendir pleitesia». Y poco a poco lo han ido consiguiendo, aunque desde mi punto de vista todavía queda mucho camino que recorrer, pero eso es otro tema.

Entonces, ¿por qué no tratar de hacer lo mismo con los minusválidos y decantarnos por la opción B? Pues porque creo que es una palabra viciada, que originariamente solamente tenía connotaciones negativas. ¿Que alguien quiere subvertir el lenguaje para mostrar lo erroneo del mismo? Creo que es una posible vía, pero, en este caso, me resulta más peligrosa, ya que puede mantener cierto prejuicio, no en el hablante “minusválido”, sino en el oyente “normalizado”.

Cualquier término tiene un contenido denotativo y otro connotativo, esto es evidente. En ocasiones, cambiando el primero se puede lograr modificar el segundo. En otras, me da la impresión de que sería una tarea hercúlea y poco fructífera.

Por concluir, desde mi punto de vista el objetivo debe ser el cambio de mentalidad, que cuando se vea a una persona en silla de ruedas, ciega, con síndrome de down, etc., no se piense que es alguien inferior, que su vida tiene que ser penosa y que es mejor que desaparezca de la faz de la tierra. Personalmente creo que esto es más complicado de lograr si creemos que la palabra “minusvalía” define nuestra realidad. Y si creemos que no lo hace, entonces, debemos buscar otro término que lo haga. Puede ser diversos u otro, pero hay que explorar.

2. Respecto a lo otro que comentas, estoy de acuerdo contigo en el punto 4. Pero normalmente, por lo menos en su primera fase, la forma y el contenido suelen estar ligados. De ahí que ciertas personas se aferren a la idea de que matrimonio es solamente la unión entre un hombre y una mujer. En este caso, los gays no pretendían que la unión de dos personas del mismo sexo se llamase de otra forma, al contrario, porque matrimonio nunca se vio como algo negativo. Lo que pretendían, y siguen haciéndolo, es ampliar la definición. Aquí sería contraproducente buscar una palabra distinta porque eso supondría que la unión heterosexual es diferente que la homosexual, y teniendo en cuenta que solemos movernos en un lenguaje binario, y que matrimonio tiene una connotación positiva, la unión homosexual caería del otro lado.

Así que es probable que tengas razón y te haya malinterpretado. Aunque la explicación de la malinterpretación, y nuestra discrepancia, creo que la he explicado más arriba. La realidad de los minusválidos, discapacitados, tarados, subnormales... se ha visto como algo negativo, a erradicar (y si para ello había que eliminar a sus portadores, pues adelante) a lo largo de la historia. Simplemente, querer cambiar esa visión sobre las espaldas de tales términos me parece un error.

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Pablo Echenique:

Releyendo todo lo que hemos debatido, creo que mi respuesta a tu respuesta sólo depende de un punto (en el fondo estamos bastante de acuerdo en todo):

Tu argumento pivota en gran medida sobre la afirmación de que, por ejemplo, el término “minusválido” tiene una larga historia negativa que no se puede ignorar y que afecta a su significado connotativo (al denotativo es más difícil que lo afecte, o al menos el argumento no ha ido por ese lado).

Yo estoy de acuerdo en lo primero, es decir, que el término “minusválido” tiene una larga historia negativa, pero no tengo tan claro que lo segundo sea cierto, es decir, no tengo tan claro que esta historia no se pueda ignorar y afecte a su significado connotativo. Y no lo tengo tan claro, porque es algo que depende del hablante y del oyente concreto. Si ambos ignoran, olvidan o son bastante insensibles a la historia negativa del término, esto no puede afectar al significado connotativo del término. Por otro lado, si conocen, tienen presente y son sensibles a dicha historia negativa, obviamente esto modificará la connotación con que usen el vocablo. ¿Cuánta gente hay en la población general del primer tipo y cuánta hay del segundo tipo? Yo no lo sé, y creo que la fuerza de la historia negativa en la sociedad depende de este dato estadístico que desconozco.

Lo que sí sé es que existe gente del primer tipo. Por ejemplo, yo mismo, mi socio, y otros amigos míos.

Por poner un ejemplo en el que la fuerza de la historia es mínima, pensemos en el vocablo “gay”. “Gay” significa alegre en inglés, es decir, cuando llamamos “gay” a un homosexual, el significado denotativo es “homosexual”, pero también puede haber una connotación de alegría proveniente de la historia del vocablo. No obstante, dado que dudo mucho que una gran parte de la población sepa que “gay” significa alegre en inglés, todos los hablantes y oyentes que no lo sepan, una gran mayoría, no percibirán la connotación.

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Rubén Ávila, @weinsta:@weinsta

Lo que expongo es que concretamente con el término “minusvalía”, por un lado, el significado denotativo, lo que podemos encontrar en el DRAE, es errado; y, por otro, el connotativo tiene una historia detrás negativizante. Por supuesto, no digo que no se puedan cambiar ambos sentidos -tanto el denotativo como el connotativo- pero me parece un trabajo contraproducente, más allá del juego lingüistico, de tratar de evidenciar lo errado del término jugando con él, maleándole, etc.

Tú me pones el ejemplo de “gay”, pero, ¿qué sucede con el de maricón? ¿Acaso los gays aceptan de buen grado que un heterosexual le llame maricón? O, por ir al inglés, ¿que sucede con “black” y “niger”? Un negro no aceptaría de un blanco que le llamase niger, cuando menos de un blanco desconocido., que no sea su amigo, etc.

Desde mi punto de vista “minusválido” se acercaría más a “maricón” y “niger” que a “gay”.

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Pablo Echenique:

Yo en si el significado denotativo es errado o no, no entro, puede ser incluso que sea así. Lo que digo es que, para que un vocablo tenga una connotación entre un oyente y un hablante concreto, ambos tienen que 1. haber vivido o conocer la historia del mismo, 2. tenerla presente cuando hablan y 3. ser sensibles a ella. Si esto no ocurre, es imposible que sientan ninguna connotación estas dos personas al usar el vocablo. Yo, por ejemplo, cuando pronuncio “minusválido” no tengo presente su historia, y por tanto no connota nada en mi voz. Si mi oyente es como yo, no hay ninguna connotación negativa en ningún momento. Sólo la hay, como digo, cuando oyente o hablante o ambos cumplen 1, 2 y 3. Si no, no.

No sé si coincides conmigo en este punto.

De ahí mi ejemplo con “gay” (aunque sé que es positivo y que no es lo mismo). Imagina que yo digo “soy gay” a mi primo de Soria. Si resulta que, ni mi primo ni yo sabemos que “gay” viene de “alegre”, es imposible que connote “alegre” en mi frase intercambiada entre los dos. Simplemente el vocablo se vuelve puramente denotativo, como “mesa”.

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Rubén Ávila, @weinsta:@weinsta

Entiendo lo que me quieres decir. Pero aunque tú te tomes “hijo de puta” en broma, es un insulto.

A ver si encuentro un ejemplo más válido. Es más difícil que alguien se moleste porque le llamen blanco que porque le llamen minusválido. Incluso aunque sea con afán de insultar. Sencillamente porque blanco siempre ha sido bueno, en nuestra cultura, claro. Ser blanco, heterosexual, etc., es lo que mola. Por supuesto, el lenguaje es una herramienta cultural, así que depende de la comunidad de hablantes que una palabra tenga cierto significado. Pero yo me refiero a nuestra comunidad, que es en la que vivo y en la que los minusválidos (los llames como los llames) son vistos con recelo. Creo que en ello influyen muchas cosas, y el lenguaje es una de ellas.

Por otra parte, coincido contigo en que no es la única, ni siquiera la más importante, pero me resulta difícil hacer un corte limpio, y como no creo que reste fuerza para todo lo demás, lo veo como algo más positivo que negativo.

Como bien dices, coincidimos en muchos aspectos e incluso puede que las diferencias sean mínimas. Pero la diferencia, la discrepancia, no tiene por qué ser mala y, en muchas ocasiones, positiva. No llego a lo que decía Stuart Mill, cuando aseguraba que era preferible una mentira discrepante que una verdad sin que nadie le llevase la contraria, pero el debate siempre me ha parecido muy positivo.

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