Esto funciona de la siguiente manera:
De un lado, tienes una hoja de cálculo con varias columnas, y tienes que conseguir que el último numerico de abajo a la derecha te salga verde en vez de rojo. Si lo logras, te garantizas unos cuantos meses más de préstamos blandos germanos, una palmadita en la espalda de tu jefe, y un puesto en el consejo de administración de alguna empresa de gestión de hospitales.
Del otro lado, tienes esto:
Pienso que me voy a morir aquí, creo que nunca voy a poder salir de esta residencia ya, llevo aquí ocho años, lo he intentado todo para poder cambiarme pero nada ha dado resultado. Estos días que he tenido que estar en cama, me los paso sola, mirando a la pared a todas horas, cuando entran los cuidadores, ellos van con prisas y hablando de sus asuntos, ya sólo me cambian los pañales dos veces al día; por la mañana y por la noche, así que estoy todo el día con orines y caca.
Del mismo lado, del lado del encierro, del lado de mirar todo el día a la pared, del lado de los orines y la caca, es decir, al otro lado de la hoja de excel con los numericos y Mariano en un partido de la Champions, también tienes a Carmen, que tiene que cuidar toda su vida a sus dos hijos dependientes y recibe del estado la friolera de 20€ por hijo y mes.
La decisión es fácil, ¿no?
Está claro. ¡Que le den a la hoja de cálculo, a la prima de riesgo, al puro de Mariano y al Banco Central Europeo!
Es absurdo pensar que cualquiera de esas cosas pueda pesar más en una decisión que la dignidad de la vida humana, ¿no?
Es imposible que ideologías dudosas, teorías económicas cuestionadas, consignas blanditas de marketing, llamados abstractos a la “responsabilidad” y otras cancamusas tan poco profundas que caben en un tuit te hagan olvidar la sangrante realidad que te grita, te llora, en la cara.
¿No?
Incluso aunque tengas miedo de perder tu trabajo, o tu jubilación de 7 cifras, incluso aunque ponerte del lado de la hoja de cálculo te reporte pingües beneficios personales, es inconcebible sustraerse a la desgracia que podrías solucionar, a las miles de personas que viven en las cloacas del sistema, a toda esa gente buena que sufre y que podrías ayudar sin ni siquiera poner en peligro tu chalet de la sierra. Es inconcebible, ¿no?
¿No?
...
Pues no.
Y entonces uno entiende que, a veces, más allá de debates, de compromisos, de pluralidades y de tolerancias, es posible conocer en esta vida al mal absoluto.