Leo en El País que el rey de Holanda (entre oropeles y en un castillo) explicó recientemente a sus conciudadanos (perdón, súbditos) que:
El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos.
Es decir, que ya no llega para garantizar las redes de seguridad social, laboral y médica a las que los holandeses estaban acostumbrados, y que no queda más remedio que llevar a cabo una política de sálvese quien pueda (perdón, “sociedad participativa”) si se quiere seguir manteniendo el nivel de vida... El nivel de vida, esto es, del rey y de los multimillonarios holandeses.
Para muchos de nosotros, resulta obvio lo que está pasando estos últimos años. Tan obvio que el uso de eufemismos absurdos como “sociedad participativa” nos resulta insultante. Nos confirma la fuerte sospecha de que la impunidad de los poderosos es tan grande (y tan claramente percibida como tal por ellos mismos) que no tienen ningún reparo en tratarnos como a idiotas y, posiblemente, tras sus caros portones de madera tallada, echarse unas risas a nuestra costa.
Lo más triste del todo es que (los días que uno se levanta pesimista) parece que tienen toda la razón del mundo.
Nos roban 37.000.000.0000€ a todos (unos 1.000€ por español) para tapar los desmanes de un sistema bancario que llevaba 30 años jugando a la ruleta con las hipotecas y los derivados. Sólo les cuesta 2.600.000€ convencernos de que no sólo no íbamos a perder nada con este maravilloso trato, sino que además íbamos a salir ganando. La factura del marketing también la pagamos nosotros, por supuesto, pero contentos de que sea tan poca cosa. Muchos de los directivos de las entidades que han destrozado la economía, justo antes de irse, se autoadjudican sobresueldos millonarios. Mientras tanto, las mismas entidades cierran oficinas y despiden trabajadores. Dejan a miles de familias sin casa porque ya no pueden pagar el alquiler o la hipoteca, mientras tienen pisos vacíos en sus manos que venden a la peor rapiña del sistema financiero para hacer caja. Mientras la gente se suicida, el que fue ministro de Economía durante la época de mayor ludopatía capitalista que se recuerda, y después máximo encargado de acabar de hundir la mayor y más desastrosa caja de España (responsable de muchos de los desahucios y de gran parte de los 37.000.000.000€ robados), es contratado como un delantero centro por el Banco Santander, uno de los máximos beneficiarios de este expolio de lo público. Mientras una gran parte de la población pasa penurias, las grandes empresas aumentan sus beneficios (muchas veces a costa de hacer trampas con los impuestos).
Y las encuestas dicen que votaremos a los mismos. Vamos, que nos gusta el látigo...; nos gusta tanto que hasta lo pagamos nosotros.
Por eso es entendible que el rey de Holanda se pueda permitir decir que la “sociedad participativa” es el inevitable modo en el que tendremos que organizarnos, especialmente “en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración”. De hecho, en España ya hacemos eso. Los dependientes son cuidados en su gran mayoría por sus familiares (especialmente, mujeres), quienes no pueden trabajar y no cobran más que subvenciones miserables del estado. La “sociedad participativa” en su más brillante esplendor.
En el artículo de El País también leemos que:
Vestido de gala pero no de uniforme militar, y flanqueado por su esposa, la reina consorte Máxima, el monarca ha querido contribuir a la sobriedad general. Es verdad que había gran expectación por ver a Máxima sentada en un trono, aunque fuera más pequeño. Después de cuatro soberanas seguidas, es la primera vez en 126 años que una consorte real acompaña al rey de Holanda en la apertura parlamentaria. Las calles estaban llenas para verles pasar en carroza, pero dentro no ha habido cortejo.
Lo cual, en cierto modo, nos sube la moral. Parece que no sólo en España la gente acepta que se rían de ella mientras les roban y los tratan como a idiotas. En Holanda, también.