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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Por qué lo llaman “sexo” cuando quieren decir “amor”

Cascaos enamoraos - By sexesasitent.blogspot.com.es

Pablo Echenique-Robba

Como he utilizado el viejo truco de usar la palabra “sexo” en el título, para así atraer todas las arañitas de Google y todos los ojos de los lectores de eldiario.es hacia este artículo, calculo que seré leído por muchos bípedos, así que no me queda más remedio que empezar por el principio.

Supongo que muchos lo sabéis, dado el éxito de las recientes películas “Intocable” (2011, menos) y “Las sesiones” (2012, sobre todo), pero, por si no lo sabéis, os lo cuento: El sexo y la discapacidad no se llevan bien.

Las dos cosas, por sí mismas, ya son bastante complicadas. Pero es que juntas... tiembla el misterio.

Si resistimos la irresistible tentación de proponer explicaciones y modelizaciones de la compleja mecánica que subyace a la enmarañada interacción entre estas dos potentes realidades de la vida, quizás podemos centrar nuestras ideas y empezar a ver la luz al final de todo el lío si empezamos, simplemente, por mencionar el efecto principal que el actual status quo introduce en la realidad social imperante:

Resulta que... los cascaos follan menos que Robinson Crusoe.

Si se me permite el exabrupto.

Ésta es la madre del cordero y, como cualquier lector (retrón o no) puede comprender si se imagina a sí mismo en dicha situación, esto crea una tensión en el ambiente que se corta con navaja.

Porque, claro, si partimos de la base que sólo las personas que no han reflexionado ni treinta segundos en el tema piensan que los cascaos son lisitos por abajo, como la Barbie y el Ken (TM), es obvio que una tasa de sexo próxima a cero, o muchas veces igual a cero, es causa normalmente irrefrenable de que el cascao en cuestión tienda a buscar, por todos los medios que su ingenio le proporcione, el aumento inmediato de dicha tasa.

Aquí es cuando las chicas dicen “Sobre todo si es hombre” y yo contesto “Correcto, así es, ¿y qué?”.

Es en este contexto social de millones de discapacitados con los dientes largos y muchas ganas de fornicar en el que se producen ciertos fenómenos curiosos y dignos de análisis.

Por ejemplo, el de los (las) asistentes sexuales. En esta noticia de 20minutos, concretamente, se nos informa de una iniciativa que busca, entre otras cosas, el desarrollo e instauración de esta polémica figura.

Si no habés visto “Las sesiones” (un pecado casi tan grande hoy en día como no haber leído “50 sombras de Gray”), os lo explico brevemente: Un asistente sexual es una persona, normalmente una mujer, aunque teóricamente también puede ser un hombre (lo siento de nuevo chicas, el homo sapiens está hecho así), que se ocupa de echar una mano (o las dos, jojojo, perdón pero este tema se presta a chistes fáciles) a aquellos cascaos que así lo deseen en todas las actividades que tengan algo que ver con estar en pelotas, con las partes del cuerpo que no se pueden ver en la tele en horario infantil, con los mimos en dichas partes, su repetición rítmica y los consecuentes grititos.

Una vez dicho esto, os imagináis el revuelo en el bar.

El camarero dice, con un palillo en la boca, que eso es lo mismo que la prostitución. El cura del pueblo, que se está tomando un vino en la mesa de al lado de la puerta, dice que no sólo es prostitución sino además un pecado... y de los gordos. El señor Mariano dice que, en su época, tu padre te llevaba a que “te estrenes” al burdel del pueblo más grande de la comarca cuando cumplías 14 años, que él no le ve nada de malo y que no entiende por qué el hijo de la señora Rosa no va a poder hacerlo porque vaya sentadico y sobre ruedas. Etcétera.

Y ahora es cuando pensáis que yo os voy a dar mi opinión, para así juntarla con la del camarero, la del cura y la del señor Mariano... y luego dejarme en los comentarios la vuestra.

Pues bien. Ni sí, ni no, sino todo lo contrario.

Lo primero que voy a decir es que no le veo mucho sentido a tener una “opinión formada” sobre temas tan complicados como éste. Al fin y al cabo, cualquier nuevo dato, cualquier nueva perspectiva, cualquier nueva experiencia puede obligarme a cambiar mi opinión diametralmente. Con lo cual, ¿en qué sentido la tenía “formada” para empezar?

En segundo lugar, me gustaría puntualizar que la complejidad (social, psicológica, biológica y todo junto) del tema no es lo único que desaconseja la producción y expresión de sólidas “opiniones formadas” al respecto. Hay otro factor de similar o superior importancia para intentar evitar la tentación del “Pues yo creo que...”. A saber, que estaríamos opinando respecto de cómo deben conducir su vida otras personas.

Yo no tengo nada que decir acerca de las actividades que lleven a cabo adultos que no están bajo presión, en control de sus facultades mentales y sin que sufra nadie.

No soy obispo.

Dicho todo esto, sí que me voy a permitir apuntar una serie de puntos que creo que son importantes:

En primer lugar, comienza el artículo de 20minutos: “Necesitaba sexo y recurrió a los servicios de una prostituta...” En mi opinión, el verbo necesitar es especialmente complejo y no está claro si se aplica en toda su intensidad al sexo. Uno necesita aire, agua y comida... quizás asistencia sanitaria, y una vivienda. Puede ser que se necesite también el sexo en algún sentido más complejo y desde luego mucho más psicológico. Pero no es lo mismo. Obviamente, unas necesidades y otras no pueden sugerir las mismas medidas, y desde luego el uso del mismo verbo para ambas no contribuye a clarificar las cosas.

En este sentido, es bueno tener en cuenta que no es lo mismo una persona que no pueda satifacerse a sí misma sexualmente, es decir, que su discapacidad le impida masturbarse, que una persona que sí pueda hacer esto pero no consiga una pareja sexual para hacer cositas de a dos. Podemos pensar que la primera persona tendrá necesidades psicológicas más intensas, o incluso físicas. Pero también podemos pensar lo contrario: que serán menores (al fin y al cabo, si nunca has probado el chocolate, sólo es algo que a los demás les gusta). Lo cierto es que yo no lo sé... aunque intuyo que son situaciones muy distintas.

Hablando de posibles necesidades psicológicas, opino que la intimidad y el amor que una pareja proporciona son necesidades más acuciantes y cuya carencia trae peores consecuencias que la abstinencia sexual. Como los cascaos típicamente no tenemos ni de lo uno ni de lo otro, es posible que estemos confundiendo las dos cosas.

En este punto, no puedo dejar de mencionar que hay millones de humanos no discapacitados que tampoco reciben ni sexo, ni intimidad, ni amor en dosis suficientes: Los tímidos, los calvos, los gordos, los “feos”, los mayores... o los curas, pero ése es un jardin en el que hoy no me quiero meter. No veo por qué vamos a proponer la implantación de la figura del asistente sexual para los cascaos y no para todos ellos. Si yo fuese bípedo, pero estuviese gordete y tuviese la cara llena de granos, creo que me darían ganas de matar a mi vecino cascao al oirlo gritar en sus sesiones con su asistente sexual pagada por la Diputación General de Aragón.

En cualquier caso, más que de necesidades, quizás deberíamos hablar de que el sexo, la intimidad o el amor son influencias muy positivas en la vida de una persona (discapacitada o no). Salvando las distancias (no quiero ser demagogo, pero tampoco quiero callarme), como viajar, estudiar o hacer deporte. No estoy sugiriendo que sean todas estas influencias igual de positivas, no estoy negando incluso que alguna sea tan importante que su carencia pueda destruir las posibilidades de una persona de ser feliz. Sólo digo que es un tema demasiado importante como para permitirnos ambigüedades o imprecisiones.

Cuando algo es una influencia muy positiva en la vida de una persona, podemos barajar la posibilidad de convertirlo en un derecho y dotar a la sociedad de los elementos para que a nadie le falte ese “algo”.

El problema que veo con esto es que, a diferencia de la comida, la vivienda, o estudiar, el hipotético derecho al sexo (de a dos) o al amor de pareja implica a una segunda persona. Para que los derechos de esta segunda persona no sean conculcados, es obvio que tiene que participar de modo voluntario. Opino que esto es posible en el caso del sexo, pero no veo cómo se va a garantizar el derecho (a mi juicio más importante) al amor si tenemos esto en cuenta.

En este sentido, puedo ver posible y útil la legalización y el desarrollo de la figura del asistente sexual (para cascaos, pero también para tímidos, gordos, etc.). No obstante, creo que sería un parche para un problema mucho mayor. El problema de que, en esta sociedad enferma, el amor es un bien cada vez más escaso.

Como dice la canción de La Cabra Mecánica, “es la falta de amor, la que llena los bares”. No la falta de sexo.

Y yo no puedo estar más de acuerdo.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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