“Que la gente forme parte de la solución estigmatiza menos que ponerla en una cola a recoger comida”
Escuchar para entender. Ayuda en Acción se propuso este reto el año pasado, cuando, como explica su directora Patricia Moreira, como organización tuvieron que repensar la forma de relacionarse con lo que estaba ocurriendo en España, con la sociedad civil de este tiempo. “No podíamos seguir transmitiendo nuestro discurso de la pobreza en el mundo enterrando lo que teníamos mucho más cerca”. Fue probablemente el germen de '1 de cada 5', un proyecto documental producido en colaboración con eldiario.es y realizado por Gabriel Pecot y Celia Hernández. Este miércoles se presentó el documental en Madrid en un debate moderado por el subdirector de eldiario.es, Juan Luis Sánchez.
Los protagonistas del documental, los que dan la cara, son Adrián y Vanessa, aunque podría ser aquella vecina del bloque de al lado, o ese compañero del cole. Tienen dos hijos menores y viven, o más bien sobreviven, con 600 euros al mes. A veces se sienten invisibles, otras tienen miedo. Temen por el futuro, lo que no impide que les acongoje aún más el presente. Tampoco eso les frena. Se mueven, construyen su propio fuerte de contención, extienden tablas sobre los pies de otros y reciben, a la vez, las suyas de los demás. No pierden la dignidad.
En un momento en el que el Estado tiene cada vez menos capacidad de respuesta para resolver los problemas de los más vulnerables, las redes de los barrios se organizan, actúan como colchón. “Esas redes han funcionado como un auténtico muro de contención. Sin ellas, la ruptura social habría sido mucho mayor”, admite Ana Lima, presidenta del Consejo General del Trabajo Social. Lima incide no solo en el apoyo asistencial a las familias con necesidades, sino en todo un trabajo de socialización de los problemas sociales. “Colectivizando las preocupaciones, las personas encuentran herramientas para que su situación no les estigmatice y para deshacerse del peso de la culpa”, señala.
En este mismo espacio y tiempo, los servicios sociales languidecen. “Estamos desbordados. En algunos municipios los recortes se han llevado por delante al 50% de la plantilla. A la vez que los recursos descienden, se endurecen los requisitos para las prestaciones básicas. Las familias no pueden esperar más”, denuncia Lima. Según un estudio realizado por el Consejo General del Trabajo Social, en los últimos años ha aumentado en un 74% la demanda de servicios sociales. La necesidad de alimentos de muchas familias que sufren privación material severa, calcula Lima, se ha disparado en más del 100%.
Para Gonzalo Fanjul, investigador que también ha participado en el debate, conviene recordar que el número de personas que, antes de la crisis, vivían ya en el filo de la navaja no ha variado tanto. “Esto demuestra que el estado de bienestar era ya débil y continúa siéndolo, con una pequeña diferencia: que antes el empleo era el determinante entre la pobreza y una vida digna y razonable”, argumenta. Hoy, en algunas ocasiones ni siquiera el trabajo te rescata del precipicio, porque ser asalariado y vivir en riesgo de pobreza ya no es un contrasentido.
La pobreza tiene nombre y apellidos
Más allá de las cifras, Luis Esteban puede ver la pobreza y la exclusión en los pupitres. Es director de un colegio público del distrito Latina, en Madrid, donde cerca de 100 de los 400 alumnos matriculados viven en una situación de precariedad. “Con los recursos disponibles solo podíamos atender a 52 familias. Otras 30 se quedaban colgadas, no teníamos forma de ayudarlas y eso nos generaba unos niveles de frustración insoportables”, reconoce. La pobreza siempre se esconde -o la esconden-, pero solo hay que saber mirar para reconocerla. “Algunos chicos venían con ropa de verano en invierno, y al revés, con los zapatos rotos...”, explica. Incluso el centro ha detectado casos de niños y niñas que iban a clase sin desayunar.
“Nosotros, que venimos a enseñar, nos encontramos con una necesidad de atención asistencial que abordamos y para la que no estamos preparados. Encontrar a Ayuda en Acción ha sido como encontrar un bote salvavidas para las familias y también para los docentes”, dice el director. La organización comenzó a trabajar con este colegio el curso pasado. Desde entonces, el centro educativo se ha ido transformando en un centro social de apoyo mutuo y de trabajo colectivo. “No es limosna ni ayuda asistencial -afirma Luis-, es mucho más”.
El foco de los proyectos de la organización en centros educativos, asegura Moreira, “está puesto en la familia y en el trabajo colectivo en comunidad”. “Se trata de potenciar ese hacer entre todos. Más allá de la mejora individual, tenemos que esforzarnos por conseguir mejoras que permanezcan en el tiempo. Todos nos necesitamos y necesitamos trabajar juntos”. El año pasado, Ayuda en Acción colaboró con 20 colegios en 6 comunidades autónomas y llegó a 7.500 niños y niñas. Las ayudas directas alcanzaron a 2.000 menores. Para este próximo, se proponen doblar estas cifras.
Pero, ¿dónde está la frontera entre lo que debe hacer el Estado y lo que corresponde a la sociedad civil? Patricia Moreira dice no tener la respuesta, aunque asegura que “mientras se genera este debate, que no nos es ajeno, no se puede estar de brazos cruzados”. “En ese mientras tanto hay que actuar, y es precisamente el espacio más natural en el que se mueve Ayuda en Acción”, reconoce.
Ayudar sin señalar
Convertir a las personas que sufren en parte de la solución es posible. La evidencia más palpable son las plataformas antidesahucios, en las que con la socialización del problema como receta, los afectados comparten sus preocupaciones con otros hombros porque así pesan menos. Y mientras se ayudan a sí mismos, ayudan a sus iguales.
Con este mismo esquema, Ana Lima defiende la necesidad de “empoderar a las familias más vulnerables para ayudarlas a recuperar por sí mismas la autoestima y la utilidad social”. “Esto es mucho menos estigmatizante que poner a alguien en una cola para que le den alimentos o que vayan a su puerta a llevarle la comida preparada y todo el mundo piense: Ese es el vecino pobre”, explica.
En medio de este debate social, en el que también participan los medios de comunicación, Gonzalo Fanjul advierte de un problema de fragmentación. “Abordamos el problema de la pobreza infantil a fogonazos y, cuando juntamos piezas, nos damos cuenta de la verdadera magnitud de lo que está ocurriendo”. La gravedad de la situación - según Save the Children, 1 de cada 3 niños están en riesgo de pobreza y exclusión social en España - es difícilmente medible por una acusada falta de datos oficiales. “Es imposible averiguar, por ejemplo, cuánto se gasta en este país en el bienestar de los niños. Los datos o son antiguos, o directamente no existen. Con este tipo de carencias, las decisiones se toman a ciegas, no sabemos qué estamos haciendo. La pobreza –apostilla– sigue sin abordarse como un asunto principal”.