“Creo que todas las drogas deberían legalizarse”
El psicólogo y psiquiatra Carl Hart nació y creció en uno de los barrios periféricos más complicados de Miami. Allí experimentó diferentes tipos de drogas y vio cómo sus primos y amigos fueron encarcelados por el tráfico o adicción al crack. Con mucha disciplina y no pocos tropiezos, Hart se convirtió en el primer afroamericano profesor titular de la universidad de Columbia (Nueva York), y en uno de los mayores neurocientíficos especialistas en el uso de drogas en Estados Unidos.
Semanas atrás presentó en Río de Janeiro High price (El alto precio) –de momento no se ha publicado una traducción al español– una autobiografía que desmantela viejos mitos sobre la adicción a diferentes sustancias ilegales. Hart es partidario de la regulación de todas las drogas de forma progresiva, acompañada de políticas sociales y educativas realistas.
Luego de conocer su historia, el título del libro nos lleva a diferentes interpretaciones. ¿A qué se refiere cuando habla de “alto precio”?
Al alto precio que muchas personas han tenido que pagar para alcanzar el éxito de acuerdo con los mandatos sociales. El título también se refiere al alto precio que paga la sociedad por el enfoque político sobre el control de drogas; por ejemplo, un gran número de sus ciudadanos son excluidos debido a eso. La ciencia también paga un precio alto porque pierde credibilidad como consecuencia de acciones políticas que parten de interpretaciones sesgadas de la realidad.
En ese sentido, usted también señala que los medios de comunicación distorsionan la realidad. ¿De qué manera?
La mayoría de los medios de comunicación retratan a los usuarios de drogas o adictos en términos extremos que no concuerdan con la mayoría de los comportamientos. El 80% de los consumidores de cocaína no son adictos. La mayoría son miembros responsables de nuestra sociedad. Esto es cierto incluso para los usuarios de crack. Consideremos el ejemplo de Rob Ford, alcalde de Toronto. Admitió que consumió crack y al mismo tiempo realizó su trabajo. Es responsable, paga sus impuestos, se hace cargo de su familia, etcétera. Hay muchas investigaciones científicas que sustentan lo que digo.
Entonces, ¿qué creee que hay detrás de esa distorsión generada por muchos medios de comunicación?
Es un drama que se convierte en una buena historia. Y es fácil de vender, porque la mayoría del público no ha utilizado muchas de las drogas en cuestión.
Sí lo han hecho Barack Obama, Bill Clinton y George Bush, según usted señala en el libro.
Menciono a los presidentes porque eso demuestra que pueden utilizar drogas ilegales, y ser una persona decente y responsable. También podría sugerir que la marihuana es la 'puerta de entrada' a la Casa Blanca.
Explíquese.
Quiero decir que esto echa por tierra la creencia de que la marihuana lleva al individuo a consumir drogas más duras como el crack y la heroína. Por ejemplo, muchos de los consumidores de heroína o cocaína fuman marihuana antes de usar otras drogas. Pero la amplia mayoría de usuarios de marihuana no van a utilizar la cocaína o la heroína. El concepto 'puerta de entrada', como es presentado habitualmente, es ilógico. Es como si dijese que debido a que los tres últimos presidentes de los Estados Unidos fumaban marihuana cuando eran más jóvenes, la marihuana es la puerta de entrada a la presidencia. ¡Es absurdo!
Vayamos a ese porcentaje de adictos, que no representa a la mayoría. ¿Cuáles son las principales causas que generan las diferentes adicciones?
Las personas se vuelven adictas por una variedad de razones que va desde los trastornos psiquiátricos a la desesperación económica. Por eso, en primer lugar, es de vital importancia determinar las razones que subyacen de la adicción de cada persona antes de intervenir con soluciones preconcebidas. Por ejemplo, si una persona está utilizando heroína para hacer frente a la ansiedad o el trauma, el tratamiento eficaz de la enfermedad psiquiátrica debe aliviar la necesidad de usar la heroína. Del mismo modo, proporcionándoles a los adictos indigentes herramientas específicas y oportunidades económicas viables que les permitan recorrer el largo camino que los lleve a superar su adicción a las drogas. La lección de esto es que no se puede poner a todos en el mismo zapato, por lo que la evaluación cuidadosa es un componente importante para ayudar a los adictos.
Es más complejo cuando se trata de personas que viven en condiciones marginales.
Un problema clave es que las personas que viven en pobreza tienen pocos estímulos protectores. No es que el crack o “pasta base” no sea tan estimulante. El crack ganó la popularidad que ganó –menos de lo anunciado– ya que no había muchas otras fuentes asequibles de placer y porque muchas de las personas con mayor riesgo tenían otras enfermedades mentales preexistentes que afectaban sus decisiones. Mientras que las tasas de consumo de drogas son similares en las diferentes clases sociales, la adicción –como la mayoría de otras enfermedades– no es un trastorno desvinculado de las diferencias socioeconómicas. Como el cáncer y enfermedades del corazón, que afectan de manera desproporcionada a los pobres porque tienen menos acceso a una alimentación sana y atención médica constante.
El crack o pasta base se venden en pequeñas cantidades, lo que es más accesible para las personas pobres, pero a su vez son adulterados. Con miras a atenuar este problema, ¿podría explicar la distinción entre legalización y descriminalización?
Es correcto, los adulterantes pueden ser mucho peores. Si se legalizaran las drogas, entonces habría control de la calidad, pero el Estado tendría que garantizarlo como ocurre con el alcohol. Esto no ocurriría en el caso de la descriminalización. En el libro, veo a la descriminalización del consumo (junto con el aumento de una educación pertinente) como un paso intermedio hacia la legalización.
¿Y qué rol juega la educación en este sentido?
Por ejemplo, en EEUU, en la década de los '50 y '60 las cifras de accidentes de tráfico y víctimas mortales eran extremadamente altas. Pero con el aumento de la educación y las nuevas regulaciones (uso de cinturones de seguridad, límites de velocidad, realización de cursos para recibir el permiso de conducir) los acccidentes y las muertes disminuyeron drásticamente.
Durante una investigación, usted y sus colegas ofrecieron a sus pacientes una dosis de la droga a la que eran adictos y a continuación una compensación alternativa. Cuéntenos qué ocurrió y a qué conclusiones llegaron.
Sí, en un estudio les propusimos a adictos a la metanfetamina (psicoestimulante) elegir entre tomar una gran dosis de droga (50 mg.) o cinco dólares en efectivo. Tomaron la droga aproximadamente en la mitad de los casos. Pero en cuanto aumentamos la cantidad de dinero a 20 dólares, casi nunca eligieron la droga. Habíamos conseguido resultados similares en adictos a la cocaína y el crack en un estudio anterior. Esto indicaba que no era el potencial adictivo a la metanfetamina o al crack el que previamente reclamaba; su adicción no era extraordinaria. Nuestros resultados también demostraron que los adictos pueden y de hecho toman decisiones racionales, y esa información podría utilizarse para el desarrollo de tratamientos.
En el mundo ha sido muy comentada la iniciativa del presidente uruguayo, José Mujica, que legalizó la marihuana. Mujica subraya que la guerra contra las drogas ha fracasado y esto es un experimento. ¿Qué le parece?
La guerra contra las drogas ha beneficiado a muchos, incluyendo a los políticos y a los agentes del orden, cuyos presupuestos se han incrementado. Sin embargo, hay un gran número de personas que han sido afectadas negativamente. Creo que todas las drogas deben ser reguladas. El alcohol y el tabaco están regulados y esto disminuye la probabilidad de que contengan adulterantes. Por supuesto que las regulaciones para cada droga variarían según su perfil farmacológico. Esto significa que nosotros, como sociedad, tenemos que pensar y usar la lógica cuando se considera cada droga.