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Delmer Berg, el último brigadista del Batallón Lincoln

María Sánchez Díez / Pablo Guerrero

Nadie se lo había pedido, pero en enero de 1938, a los 22 años, Delmer Berg dejó su casa en California y usó un pasaporte que decía “Not Valid for Travel to Spain” para hacer precisamente lo contrario. Cogió un autobús a Nueva York, un barco a Francia y cruzó los Pirineos a pie para unirse al frente republicano en la Guerra Civil española. Hoy tiene 99 años y es el último brigadista vivo del Batallón Lincoln, la unidad compuesta por combatientes estadounidenses que formó parte de la XV Brigada Internacional, también conocida a veces como Brigada Lincoln.

“Había un amplio movimiento en el país y en todo el mundo para ayudar a gente española a combatir el fascismo en España. Poco a poco me convertí en parte de él y se convirtió en parte de mi vida”, explica Berg a la Abraham Lincoln Brigade Archives, asociación fundada por los brigadistas a su regreso a EEUU.

Berg había crecido en una “familia de granjeros pobres” y la reforma agraria republicana había despertado simpatías en él. “Era un sentimiento muy humano: la idea de que se estaba quitando tierra a los grandes propietarios para dársela a pequeños granjeros. Me dije: ¡Yo quiero ayudar a hacer eso!”.

Mientras transcurría la guerra, Berg trabajaba fregando platos en un hotel de Hollywood. Cuando vio un cartel de la asociación de los amigos de la Brigada Abraham Lincoln, decidió saltarse la restricción de viajar a España que el Gobierno norteamericano había establecido.

Su unidad estuvo destinada en una batería antiaérea en Barcelona, en la defensa de Teruel y en la batalla del Ebro, donde colaboró en la voladura de uno de los puentes (Berg bromea diciendo que Hemingway no tenía ni idea de lo que estaba hablando cuando describió la explosión de Por quién doblan las campanas). Más tarde fue enviado a Valencia, donde fue herido en un bombardeo de la aviación italiana.

El 4 de febrero de 1939, dos meses antes de la derrota republicana y el final de la guerra, regresó a Estados Unidos. Entre 1936 y 1939, unas 40.000 mujeres y hombres de más de 50 países abandonaron sus hogares para formar parte de las Brigadas Internacionales y luchar en una guerra extranjera. La mayor parte lo hizo por motivos ideológicos: defender el gobierno democrático de la Segunda República y frenar la expansión fascista en Europa. Alrededor de 2.800 eran estadounidenses. Un tercio de ellos perdió la vida en la contienda.

“Para mí es el ejemplo máximo de responsabilidad y libertad”, dice Marina Garde, actual directora de ALBA, cuya misión es preservar el legado ideológico del Batallón Lincoln. “Son unos individuos que voluntariamente decidieron viajar a otro continente y poner sus vidas en riesgo por sus ideales”.

Precisamente a causa de esas convicciones la vida de los supervivientes no fue sencilla en Estados Unidos. En la década de los 50, la filiación comunista de muchos brigadistas les valió el envite de la caza de brujas macartista. “Para ellos éramos una panda de bastardos”, dice Berg. “Fueron de un lado para el otro hablando con todo el mundo a quien conocía y con quien trabajaba: estaban buscando a ese ”hijo de puta“, esa ”rata“, ”traidor“... y toda esa mierda, ya sabes, el macartismo.” “Estaban en la lista negra, perseguidos por el FBI y muchos no pudieron ejercer sus profesiones”, añade Garde.

Pero desde su California natal Berg siguió compaginando su trabajo en la agricultura con la militancia en diversas causas: fue miembro de la Unión de Campesinos, se hizo amigo de la activista agraria Dolores Huerta, se opuso a la Guerra de Vietnam y se convirtió en el único miembro blanco de la delegación local de la la primera asociación en defensa de los derechos civiles de los negros en América, la NAACP.

Berg vive hoy junto a su mujer en la casa que él mismo construyó cerca de Columbia, en Sierra Nevada. Su compromiso político sigue intacto y su estado de salud es estable, aunque tiene dificultades para oír. Tras la muerte el pasado invierno del brigadista John Hovan en Rhode Island, se convirtió en el último veterano americano vivo de la Guerra Civil española (quedan otros cinco brigadistas internacionales, dos combatientes republicanos y tres franquistas)

Garde sabe lo que es despedir a un brigadista desde su comienzo en ALBA, que coincidió con la muerte de Matti Mattson, uno de los miembros más longevos del batallón. Era su primer día y la noticia le sirvió para identificar la que sigue siendo la parte más dolorosa de su trabajo: esperar el goteo de llamadas que informan de la desaparición de los supervivientes. Cuando llegue el turno de Berg, será la última vez que suceda.

“Yo lo llevo muy mal”, dice Garde. “Pero también me doy cuenta de que tengo una gran responsabilidad: preservar y mantener vivo este legado que nos han dejado. Las personas se van, los cuerpos ya no están, pero su legado sí nos queda”.

Nota: entrevista a Delmer Berg por Maria Opett y Nelson G. Navarrete

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