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Españolas en busca del islam y el amor en Egipto
Se llaman “hermanas” entre ellas y terminan agradeciendo a “Alá” (Dios) cada cosa que dicen o hacen. Rezan cinco veces al día, ayunan y se cubren el pelo como parte de su vida musulmana, aunque detrás hay una larga historia española.
Pueden ser de La Rioja, Valencia, Lérida o Barcelona, pero tienen algo en común: el islam. Desde que estas mujeres se convirtieron, su rutina diaria ha cambiado y su forma de ver la vida también.
Algunas decidieron abrazar esta religión por convicción, mientras que otras se vieron un poco obligadas por las circunstancias sociales o las presiones de las familias de sus esposos musulmanes.
“Mi vida ha dado un giro de 180 grados, pero no me tapé de un día para otro, ni me levanté un día y me dije 'venga, hoy voy a taparme la cara', ha sido un proceso de siete años”, relata a Efe Leticia Tirado, de 30 años, que vive en Egipto con su marido Aiman y el pequeño Karim.
Eligió el nombre de Malak (ángel) para su nueva vida musulmana que comenzó cuando, en 2008, su curiosidad por conocer más sobre el islam le hizo coger sus maletas desde Logroño y trasladarse a El Cairo para encontrar aquello que “la llenaba por dentro”, dice.
Leticia viste el “niqab”, un velo integral que cubre su joven y dulce rostro, y que le permite comunicarse con los hombres egipcios sin arriesgarse a que estos se piensen que es una “atrevida”, y que la gente “la valore por su persona y no por su apariencia”, como ella misma enfatiza.
Sin el “niqab” se vería “desnuda”, explica, porque considera que la belleza y la dulzura natural de una mujer “es algo tan valioso como un tesoro”, y como tal hay que esconderlo de la gente.
Antes de abrazar el islam, ella no tenía una religión definida, al contrario que Lola Martínez, de 40 años, quien era cristiana católica, de familia religiosa y había estudiado toda su vida en colegios jesuitas de Valencia, su ciudad de procedencia.
“Sentía que en mi religión había cosas muy superficiales y cuando conocí a mi marido, me empezó a explicar más sobre el islam y me sentía en paz conmigo misma”, relata Martínez, profesora de inglés.
Rezar, ayunar, y hablar mencionando a “Alá” en cada momento han pasado a formar parte de su rutina y lo hace “con mucho gusto” porque, acentúa, se siente más segura de sí misma y “tener cerca a Dios” ha cambiado a mejor su relación con los demás.
Tanto Lola como Leticia aseguran que su familia y su gente más cercana se han tomado bien su decisión de trasladarse a Egipto y vivir el islam en un país musulmán, porque, reconocen, en España “no es lo mismo”, la gente tiene ideas preconcebidas.
Abrazar el islam es cuestión de “convencimiento y fe”, explica a Efe el imam Ala Mohamed Said, un egipcio que escucha la “shahada” (profesión de la fe islámica pronunciando: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”) de decenas de españolas cada año.
El clérigo asegura que esas mujeres “buscan la verdadera religión, el camino recto hacia Dios” y suelen acudir a él con muchas dudas y preguntas, pero recuerda que se necesita un proceso de enseñanza constante hasta que ellas deciden ser musulmanas.
No obstante, no todas siguen a rajatabla el islam y tampoco se han convertido por fe ciega en esa religión. La sociedad ha influido.
Es el caso de Marisol Centenar, de 44 años y nacida en Salamanca, conoció al que es su marido hace veintitrés años en un parque de Lérida, donde él conseguía algo de dinero recogiendo frutas, cuenta.
“Me he convertido porque me gusta rezar y creer en algo. No sigo la religión al pie de la letra. De hecho, este es el primer año que hago el ramadán, tampoco he viajado a la Meca ni llevo velo. Rezo la primera oración del día, las otras me cuestan un poco”, detalla.
Su decisión de tomar el camino del islam llegó al conocer a la familia de su marido “que es muy practicante” y ella decidió sumarse por voluntad propia.
Rememora que los primeros años fueron “muy duros” porque llegó con tan solo 23 años a El Cairo y no entendía nada ni sabía hacer funciones de “ama de casa”.
Nunca ha trabajado porque de eso se encarga su marido, mientras tanto ella cuida de sus hijos, hace ejercicio, va a la piscina o visita los múltiples centros comerciales que hay en la ciudad.
“Es como la mujer que decide ser monja de clausura. ¿Cómo llega al nivel de querer aislarse para que nadie la vea y dedicar su vida solamente a rezar y adorar a su Dios? Cada uno elige el camino que le lleva a la felicidad”, concluye Leticia.
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