'Leonas' por una vivienda digna
“Mientras damos el pecho, reclamamos nuestro techo”. Así reza el cartel colgado de la fachada del edificio de la madrileña calle Monteleón, bautizado como La Leona. Es uno de los proyectos de “recuperación de espacios” llevados a cabo desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) a través de lo que llaman la “obra social”, una red de solidaridad que ya existe en varias ciudades. Este tejido de apoyo mutuo busca combatir el problema habitacional a través de propuestas productivas y proactivas, asesoramiento y, como última alternativa, reapropiaciones de edificios que están en manos de la banca para intentar pactar un alquiler social.
La Leona tiene seis meses de vida, pero desde el comienzo guarda algunas peculiaridades. La primera de ellas, y quizá la más significativa, es que está habitada en su mayoría por mujeres, madres de familia –casi todas monoparentales–, un colectivo especialmente vulnerable en esta crisis. La segunda es que se encuentra en el epicentro de la gentrificación en Madrid (la transformación de zonas degradadas con la llegada de una clase social acomodada), el barrio de Malasaña.
El bloque es un conjunto de viviendas de lujo construidas en la época de esplendor del ladrillo y del boom inmobiliario, propiedad de la constructora Promociones La Fuente de Parla S.L., actualmente en bancarrota. Paralelamente, varias mujeres del barrio y en situación de total precariedad detectaron que el inmueble estaba abandonado. Acudieron a la Asamblea Centro de Vivienda y se puso en marcha el plan.
Hoy el inmueble alberga a 14 familias que no tienen acceso a una vivienda digna pero que luchan por ella con el respaldo de la PAH y la Asamblea Centro. Su funcionamiento pretende ser democrático y asambleario, de manera que las decisiones comunes sean consensuadas. Aunque sigan este modelo de convivencia y organización en el que se generan muchos vínculos, nadie está obligado a vivir en comunidad, pues el objetivo principal es el de alojar a familias en situación de emergencia habitacional.
María es una joven del barrio y una de las impulsoras del proyecto. Entró al piso con su hija mayor, Meriam, de seis años y embarazada de Mieymi, que hoy tiene cuatro meses. Mientras la pequeña duerme, María defiende con firmeza: “Para ser una leona hay que luchar por tus hijos”.
Lugares tan emblemáticos de la zona como la plaza del Dos de Mayo han sido parte del escenario de su vida. Aquí está su gente y su familia. Un desahucio la obligó a separarse de su madre –inmersa en una fuerte depresión– y a alquilar una habitación en otro barrio más asequible. Fue difícil, y no solo desde lo afectivo. A veces no tenía ni el dinero necesario para llevar a su hija al colegio en transporte público. Pero La Leona le ha devuelto la ilusión. Está cerca de su madre y de sus amigas, que también viven en el bloque. Se siente arropada y no es algo casual, les une ser madres y, la mayoría, solteras.
Con la crisis, los alquileres en lugar de bajar, subían
Virginia, de 37 años, es otra de las leonas. Vive en el quinto piso con sus hijos de 18 y 7 años. La pequeña, Leia, hace los deberes mientras entra y sale de la conversación en la que su madre cuenta el antes y el después de llegar a la casa de la obra social. Ella también es de Malasaña de toda la vida. Como su madre, soltera igual que ella y que en la actualidad vive también en La Leona. Nunca lo tuvieron fácil. Después de 17 años viviendo en el mismo piso con una nómina de 800 euros, se enfrentaron a un alquiler de 600. “Después de tantos años y con la crisis, en vez de bajar los alquileres, subían”, se lamenta.
Antes buscó apoyo por otras vías. “El trabajador social siempre está ahí, pero no consigue un alquiler social. Ha venido, ha visto cómo vivimos y le encanta el proyecto, me anima a que siga”, cuenta. Aun así, no olvida que si hoy tiene un lugar donde vivir dignamente, no es ni mucho menos por la ayuda del Estado, sino gracias a la Asamblea de Vivienda Centro de Madrid.
Pero su vida y la de su familia han cambiado poco a poco. Pese a tener una situación económica muy delicada –“llevo más de tres meses sin cobrar nada, absolutamente nada”– ahora goza de mayor tranquilidad, lo que le permite avanzar en otros aspectos. “Por lo menos tengo un techo donde vivir, sin el agobio de dónde me voy y qué hago”. El hecho de que sus vecinas estén en circunstancias muy similares hace que se apoyen mutuamente, pero también las soluciones. Además, cuentan con ayudas como la de bancos de alimentos de diferentes asambleas barriales e incluso de particulares.
Basta dar un pequeño paseo por el edificio para apreciar que está habitado por madres y abuelas luchadoras. Maggie lo demuestra. Hasta hace pocos días, sus ingresos no llegaban a los 300 euros, pero cuenta que ha empezado a trabajar en una cafetería. Su nueva jornada le obliga a llevar un horario que le quita horas de descanso, aunque lo que más le preocupa es que no puede disfrutar de “sus cachorros”, sus hijos de tres y cinco años. Tienen que ser atendidos por su madre, de 70 años, que también vive en la casa.
Antes de vivir en su nuevo hogar pasaron meses sin agua y sin luz. Ahora sí cuentan con esos recursos tan básicos en cualquier vivienda. Como si de un juego se tratara, los pequeños lo celebraban cantando “ya tenemos tele, ya tenemos agua” y asomándose al balcón a grito de “¡sí se puede!”; relata esta madre con orgullo y emoción recordando esos momentos. Su lucha encuentra sentido en su familia. “Para ser una leona hay que querer a tus hijos y querer lo mejor para ellos. Querer que tengan una vida y una vivienda digna. No hace falta vivir en La Leona para ser una leona”.