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80 años de la Guerra Civil

Maricuela, una de las últimas milicianas vivas: “Luchábamos para defender la República y nos la robaron”

Ángeles Flórez, también llamada Maricuela, es una de las últimas milicianas españolas vivas

Marta Borraz

Todo el mundo la llama Maricuela porque hace exactamente 80 años salía del ensayo de la obra de teatro que entonces representaba cuando alguien gritó que se había producido un golpe de Estado y los militares se habían sublevado. El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil y Ángeles Flórez ya no volvió a hacer de Maricuela, la protagonista de Arriba los pobres del mundo. Pero se quedó su nombre y “un anhelo de democracia y libertad” que le hizo incorporarse al frente para defender la República.

Entonces tenía 17 años y hacía dos que su hermano Antonio, comunista convencido, había sido asesinado durante la Revolución de octubre de 1934. Ocurrió en Carbayín –Asturias– donde la familia se trasladó por decisión de su madre para vivir cerca de la tumba de su hijo. A Antonio y los otros 23 hombres represaliados se les comenzó a llamar “los mártires de Carbayín”. Un nombre que se convirtió también en el del batallón al que se alistó Maricuela, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas.

“Yo nunca cogí un fusil, me encargaba de hacer la comida y llevarla a las trincheras entre las balas y las bombas”. Un marcado acento asturiano y una voz firme y a la vez delicada moldea las palabras que una de las últimas milicianas españolas vivas utiliza para rescatar sus recuerdos. Hoy tiene 97 años, una memoria intacta y sigue militando en el PSOE. “En el frente eramos muy pocas, y que cogieran las armas todavía menos, pero las mujeres trabajamos mucho por la República, para defenderla, nos la querían robar y finalmente lo hicieron”.

La división sexual del trabajo

La incorporación de las mujeres a los frentes durante las primeras semanas de la guerra supuso una ruptura con los roles tradicionales de género, que reservaban para ellas el espacio doméstico y las tareas de cuidado. “Su participación en la lucha armada, un ámbito tradicionalmente masculino, implica una transgresión de la concepción tradicional de las mujeres, concebidas como seres por naturaleza débiles y pacíficos”, explica la experta en Historia y Estudios de las Mujeres Helena Andrés. 

Su presencia en el frente, el trabajo que comenzaron a desempeñar en fábricas y talleres y la amplia reacción popular que se activó tras el golpe militar constituyeron una “interrupción de la vida cotidiana habitual que posibilitó que se produjeran este tipo de transgresiones”, en palabras de Andrés. Sin embargo, a pesar de que la mujer fue políticamente muy activa durante la guerra y la posguerra, las milicias siguieron siendo un reflejo del contexto patriarcal del momento, en las que había una profunda división sexual del trabajo.

Como Maricuela, que comenzó a trabajar de sirvienta con 12 años, la mayoría de mujeres del frente se dedicaban a servicios de limpieza, cocina o enfermería. Aunque también se encargaban de recopilar información del enemigo o vigilar y controlar el terreno. Maricuela sigue sintiendo el dolor que le produjo la muerte de su amiga Angelita, que, como ella, se dedicaba a llevar la comida atravesando los campos de balas. “No se me olvidó nunca, eramos tan amigas... Pensaba casarse cuando terminara la guerra, pero una bala se la llevó por delante. Más que sufrir yo, en la guerra vi mucho sufrimiento”.

La mujer como instrumento propagandístico

Aunque fueron una minoría las mujeres ataviadas con el mono de milicianas y fusil en mano, la imagen dio la vuelta al mundo y fue utilizada por el gobierno republicano como instrumento propagandístico. “Empezaron a copar carteles y consignas representando una de las imágenes más innovadoras de la figura femenina en el discurso revolucionario”, asegura la historiadora Beatriz García Prieto, autora de la investigación La represión franquista sobre las mujeres leonesas.

La profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid Beatriz de las Heras Herrero considera que hubo para ello dos motivos fundamentales: por un lado el gobierno “lo veía necesario para implicar a democracias internacionales en el conflicto” y por otro “la imagen de mujeres luchando movilizaba a los varones. 'Si una mujer es capaz de enfrentarse al enemigo en la primera línea ¿cómo no voy a alistarme?', se preguntaban ellos”.

Maricuela, que asegura que la II República representaba para ella “una vida más libre”, se alistó a las milicias para “defender la democracia y la dignidad”. “Además yo no era nada católica, ni soy –dice entre risas–. No podía creer en un dios que consintiera esa vida: unos tan ricos que les sobra y otros tan pobres que no tienen nada”. La exmiliciana recuerda que el gobierno retiró a las mujeres del frente a finales de 1936. Entonces se pasó de hablar de “la mujer en el frente y la retaguardia” a “la mujer en la retaguardia”.

“Cuando quitaron a las mujeres del frente, me mandaron a un hospital dos meses, no querían que nosotras estuviéramos allí”, dice Maricuela. Fue un decreto por el que se reorganizaban las milicias populares que provocó “que las milicianas pasaran de ser elogiadas a menospreciadas”, analiza Andrés. Entre otras cosas, puntualiza, se les culpabilizó de “la transmisión de enfermedades venéreas que minarían la salud de los combatientes”. 

Maricuela, la memoria de España

Maricuela tiene grabado lo que ocurrió el 7 de noviembre de 1937, poco después de abandonar el frente. Aquella noche cenaba con su madre en su casa de Carbayín cuando oyeron que el ruido de un motor de coche se aflojaba frente a su puerta. “Abrimos y la casa estaba rodeada, me detuvieron y me llevaron a Oviedo, donde fui sometida a un Consejo de Guerra que pidió cadena perpetua, al final me condenaron a 15 años de prisión”.

Entró en la cárcel con 18 años y allí estuvo hasta los 22. Un periodo que recuerda con las palabras “hambre y humillación”. “Nos hacían rezar, hacer el saludo fascista y cantar el Cara al Sol... Una vez la compañera que estaba a mi lado no lo hizo, la monja se confundió, me castigó a mí y me tuvo cinco días encerrada en una celda a pan y agua”. Asegura que lo que más le marcó la vida no fue estar en prisión, “sino ver cómo sacaban a las mujeres cada noche a fusilar al cementerio”. 

Los antecedentes políticos de Maricuela y la persecución que sufría le hicieron abandonar el país y exiliarse durante 57 años. En 2003 volvió de Francia y se instaló en Gijón. Con el regreso se trajo también los recuerdos y su relato, con el que intenta que “España deje de ser un país sin memoria”.  “Yo no pido venganza, solo que se aprenda la historia, esa es mi vida, luchar para que sepan lo que pasó, para que no se repita”.

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