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Romero, el ancla que detenía la guerra civil en El Salvador
Defensores de derechos humanos y allegados a monseñor Óscar Arnulfo Romero dicen que el arzobispo, asesinado el 24 de marzo de 1980, era el “ancla” que impedía a El Salvador zarpar a un viaje de sangre y dolor que, a la postre, costaría la vida de unas 75.000 personas en 12 años de guerra civil.
El biógrafo y exsecretario personal de Óscar Arnulfo Romero (197-1980), monseñor Jesús Delgado, aseguró a Efe que el arzobispo intentaba que no se hubiera una guerra civil en El Salvador.
“Romero estaba deteniéndolos, diciendo que no se había gastado el último cartucho de la razón, que la palabra todavía tenía una fuerza para liberar este país de tanta opresión, rencor y odio (...) porque no solo era una situación económica, social y política, era una situación moral y humana”, dijo el sacerdote.
La guerra civil salvadoreña que enfrentó entre 1980 y 1992 a la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y al Ejército salvadoreño, financiado por Estados Unidos, causó unos 75.000 muertos y 8.000 desaparecidos.
El conflicto concluyó con la firma de los Acuerdos de Paz en Chapultepec, México en 1992.
Este fue el primer conflicto civil en el que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) intervino directamente para lograr un armisticio.
“A Romero lo matan el 24 de marzo de 1980 a las 6:20 de tarde; a las 7 de la noche por varios lugares de San Salvador se oían balaceras, no más lo mataron inicia la lucha callejera en primer lugar y luego formalmente (la guerra) entre los dos bandos, la guerrilla y la contrainsurgencia”, relató Delgado.
Romero “fue el hombre que mantuvo la paz los más posible, fue el hombre que trato de solucionar todo con el dialogo”, sostuvo el biógrafo.
De igual manera, el vicario general de la Iglesia católica salvadoreña durante la época de Romero, Ricardo Urioste, comparte este argumento.
“La guerra no empezó sino hasta después de su muerte, todo su periodo (como arzobispo) no hubo una guerra proclamada”, dijo a Efe.
No obstante, Urioste apuntó que, a pesar de los esfuerzos del arzobispo asesinado, “siempre se hubiera dado” el conflicto, porque “quién sabe si hubiesen sido capaces sus palabras de detener uno y otro bando”.
El defensor de derechos humanos y director de la organización Tutela Legal “María Julia Hernández”, Ovidio Mauricio, aseguró a Efe que “los que estaban por una opción de guerra la apresuraron” al asesinar a Romero.
Mauricio dice que Romero fue el primer personaje público en plantear la necesidad de dialogar y “buscar formas de no explotar a la población” por parte de la elite económica en esa época.
El procurador de Derechos Humanos de El Salvador, David Morales, es más enfático al señalar que “eliminar a monseñor Romero era un objetivo” que le permitió al Estado salvadoreño, Fuerzas Armadas y grupos paramilitares “profundizar prácticas genocidas de ataque a la población civil”.
En declaraciones a Efe, Morales argumentó que un hecho “simbólico” que remarca esta tesis es que casi dos meses después del magnicidio se produce la “primera de las grandes matanzas de civiles”, en el río Sumpul, departamento de Chalatenango, donde fueron asesinadas unas 600 personas.
“Como política contrainsurgente los ataques consistieron no en enfrentamiento contra su enemigo armado, sino en acciones de exterminio humano masivo, que sería una política de matanza que se extendió por más de cuatro años”, expuso.
Concluyó que “monseñor Romero era un muro que los represores consideraron que era necesario eliminar”.
En el 2013, el actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar, dijo que el uso político de Romero “para bien o para mal” afectó el proceso canónico abierto en el Vaticano desde 1994.
En este sentido, Ricardo Urioste dijo que a Romero “se le acusó de político, de marxista, de comunista, de guerrillero”, pero el Vaticano ha desmentido esto con la beatificación.
Jorge Alberto Hernández, chófer de Romero cuando fue obispo de la diócesis de Santiago de María (Usulután), entre 1974 y 1977, dijo a Efe que el único fusil que usó el arzobispo fue el “evangelio”.
Comentó que Romero “no era guerrillero” y que no tuvo influencias “ni de los cubanos y de los rusos”, porque sus homilías nacieron de la vivencia que “día a día tenía con las personas”.
Armando Sorto, un hombre a quien Romero salvó de ser reclutado por el Ejército cuando tenía 17 años, recalcó que “fue un gran sacerdote y obispo que murió por los pobres”.
Relató que en una ocasión Romero le pidió que le cantará una canción del cantautor mexicano Javier Solís llamada “La mal querida”.
“Yo no sé por qué motivo le gustaba esa canción, se la cante con el alma y también con el corazón”, aunque “considero que él se identificaba con la canción porque ya empezaba el odio con la iglesia, y ya lo odiaban a él, ya era mal querido”, contó a Efe.
Un informe de la Comisión de la Verdad de la ONU, que investigó las violaciones a derechos humanos durante la guerra civil salvadoreña, determinó que el exmayor del Ejército y fundador del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), Roberto D'Aubuisson dio la orden de asesinar a monseñor Óscar Arnulfo Romero. Hugo Sánchez
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