Simpatía por la 'okupación'
Los centros sociales abiertos en edificios okupados y que funcionan de manera asamblearia y autogestionada aparecen hoy en la prensa alejados de la violencia habitual en décadas anteriores. Cuentan con un respaldo social más heterogéneo y numeroso debido a que el propio movimiento de okupación se ha nutrido de muchos activistas despertados tras el 15M y al deterioro paulatino de la red asistencial y cultural promovida por el Estado y los ámbitos privados.
Aún así, para el investigador y activista Miguel A. Martínez, “las contribuciones de las okupaciones no han sido muy reconocidas por el resto de la sociedad” y “la imagen mediática dominante sigue cargada de muchos estereotipos, prejuicios, falsedades y omisiones”. Es una impresión que extrae tras haber participado en el Seminario de Historia Política y Social de las Okupaciones en Madrid-Metrópolis celebrado de 2008 a 2010 y del que ahora aparece un libro, Okupa Madrid (1985-2011).
“La okupación le ha facilitado la vivienda, la comida, la vestimenta, el ocio, la vida social y muchas otras cosas a miles de personas, pero esas tareas, aparentemente modestas, no se ven mucho desde fuera”, aclara. “Los centros sociales okupados, además, han sido unas auténticas escuelas de cultura y política en múltiples dimensiones, no sólo como distribuidores de creaciones y pensamiento, sino también como ejemplos de cooperación, autogestión, convivencia con todo tipo de colectivos sociales e intervención en numerosas problemáticas y conflictos locales”.
En la actualidad hay tres centros en riesgo de desalojo en la capital (La Traba, La Morada y Patio Maravillas) y uno en Móstoles, La Casika. Este lleva en activo 16 años y tiene un juicio en marcha contra dos integrantes de su asamblea. La Traba, con siete años, ha recibido una orden judicial de desalojo para el 22 de julio tras un proceso de casi dos años. La Morada, que se enfrenta a un desahucio por parte del Banco Santander, cumplirá en septiembre dos años. Patio Maravillas lleva cinco años y medio en la calle Pez, donde se instaló el mismo día que fue desalojado de su sede anterior, donde había estado casi dos años. Los nuevos propietarios del edificio no les quieren allí.
El libro Okupa Madrid dedica muchas páginas a la reflexión, por parte de los propios participantes en diferentes ciclos de ocupaciones en la capital, sobre la coordinación entre diferentes okupaciones, tal y como intentó la Asamblea de Okupas (1985-88). Del fracaso de aquellas experiencias bebe hoy Madrid buscando un frente común.
“Ha habido coordinaciones puntuales o al amparo de otras convocatorias u organizaciones más amplias”, recuerda el sociólogo Miguel Martínez. “Lucha Autónoma en su día, por ejemplo, o algunas campañas antifascistas, más tarde. Y luego ha habido momentos de unión importantes frente a desalojos o amenazas de desalojo, como el de La Casika. También está el Mundialito Antirracista de Alcorcón, que ha generado muchos vínculos, o la Oficina de Okupación y los manuales que se han editado. Pero las coordinaciones continuadas, formales y regulares de centros sociales no han funcionado en Madrid hasta el momento”.
“La más interesante –señala– se gestó a partir del primer aniversario del 15M y todavía sigue activa, aunque tampoco parece haber sido capaz de llegar a algo muy estable o de tener mucha proyección externa. Las asambleas de vivienda, sin embargo, han mostrado mucha más habilidad en este sentido. Las causas se pueden buscar en la doble pinza que supone la okupación: un trabajo muy intenso dentro del edificio y con el entorno más inmediato, a la vez que una duración temporal muy incierta y, a menudo, limitada. Eso hace que cambien mucho los activistas y se pierda un poco la perspectiva política de crear un movimiento más unido formalmente, aunque los vínculos y redes informales son muy importantes y consistentes en cada período histórico, y hasta atraviesan a generaciones distintas”.
El primer autodenominado centro social en Madrid es Minuesa, una imprenta frente al Rastro que subsistió desde 1988 hasta 1994. Su antecedente es la “casa okupa” de Arregui y Aruej que subsistió durante 100 días en 1988 y aún antes Amparo 83, en 1985, la primera ocupación con k. “Desde Minuesa se gestaron otras okupaciones como Seco [que funcionó durante 17 años] o las viviendas y el Centro Social Otamendi, entre otras muchas” describe Okupa Madrid. “Tras su desalojo, la práctica de okupar viviendas y Centros Sociales se multiplicó exponencialmente, pudiendo estimarse más de 140 Centros Sociales en la Comunidad de Madrid desde 1988 hasta 2012”.
Martínez, investigador de la Universidad Complutense de Madrid y actualmente profesor en la City University de Hong Kong realizó el año pasado un análisis de medios con dos estudiantes que “mostraba claramente que desde el 15M ha habido más espacio, cobertura e imágenes positivas de la okupaciónokupación en casi todos los medios, aunque los más rancios y de derechas todavía siguen produciendo auténticas aberraciones en su acercamiento periodístico a la okupación”.
A pesar de ello, “estigmas y desconocimiento” ha jugado en contra del movimiento, sumado al hecho de que algunos proyectos “no han ayudado mucho al entender su autonomía también como un rechazo frontal a todo medio de comunicación comercial, estatal o hegemónico”.
Un ejemplo del cambio de actitud en los propios colectivos es el siguiente. Después de una visita de miembros de la Asamblea Malasaña y el Patio Maravillas a la Radio 3 de Radio Nacional de España el pasado 9 de julio, la cuenta de Twitter del Patio anunciaba que Javier Tolentino, director del programa El séptimo vicio al que habían sido invitados, realizaría una emisión en septiembre desde este centro social.
La historia se repite. Kostas, que asistió al mencionado seminario al haber participado en la primigenia okupación de Arregui y Aruej en 1988, recuerda que “la primera vez que se hizo un programa de radio en una okupación fue la de Arregui, porque conocimos a un tipo que estaba en RNE y entonces queríamos hacer algo de decir: 'mirad, no seáis tan cerrados que se pueden hacer cosas de puta madre'. [En cambio] nos acusaron de que el programa de radio que nosotros planificamos allí y que se hizo allí era para boicotear toda la okupación y destruir todas las okupaciones”. Ese tipo de Radio Nacional del que habla Kostas y que emitió desde aquella okupa del barrio de Vallecas es, precisamente, Javier Tolentino.
Gonzalo Wilhelmi ha escrito dos libros que hablan sobre aquellos años. Compartió su experiencia también en el seminario del que se nutre en gran medida el libro de Martínez. Para él, después de Arregui y Aruej, “los tipos de centros sociales que se van creando ya son distintos” y la tipología se diversifica. “Nos encontramos con centros orientados a los simpatizantes del embrión del movimiento. Otros orientados a la intervención en el barrio, como puede ser el David Castilla (posteriormente, Eskuela Taller de Alcorcón) y La Kasika también, específicamente en sectores juveniles del barrio.
Luego los hay especialmente orientados a dar conciertos para que se financien los grupos y colectivos como La Guindalera o La Nevera. Un centro social, el único que conozco, especialmente orientado a transformar la vida de los habitantes, que es Lavapiéx 15. O centros sociales de mujeres: compañeras del colectivo Liga Dura tenían un espacio propio en Minuesa, luego se crea la Eskalera Karakola que ya es un modelo [de casa de mujeres] mucho más desarrollado“.
La okupación del Patio Maravillas ha sido uno de las más “transparentes” y “activas” en relación a los medios de comunicación, recuerda Miguel Martínez. “Ha sido muy innovadora en temáticas que no eran tan frecuentes en otros centros sociales okupados, como la oficina de derechos sociales para inmigrantes y precarios/as, el activismo queer, el hacktivismo, etc. Y, como es bien sabido, ha sido de los pocos centros que han tratado de reclamar abiertamente la combinación de su modelo autogestionario con el uso de un espacio de propiedad municipal que, hasta ahora, no han conseguido”.
“En Montamarta (barrio de San Blas)” recuerda Martínez como ejemplo, “consiguieron 'legalizar', en el sentido de obtener una cesión temporal, el espacio que habían okupado al calor del 15M después incluso de su desalojo y su caso apenas ha sido comentado en el movimiento de okupaciones o en los medios de comunicación en general.
Mi impresión es que actualmente hay muchos más centros sociales okupados y, sobre todo, la mayoría de viviendas okupadas, que están a favor de obtener un reconocimiento y seguridad legales para su situación, sin que ello implique necesariamente una transferencia de propiedad. Y eso es algo que ha cambiado tanto por el esfuerzo del Patio como por las nuevas perspectivas de quienes se han sumado a las okupaciones tras el 15M“.