Sufrir la violación de un conocido: cuando tu ligue se convierte en agresor
A la mañana siguiente habló con algunos de sus amigos, pero no la creyeron. Les dijo que la habían forzado, que tenía el vestido roto, que no se acordaba de casi nada. La incredulidad por respuesta. Lo atestiguan los mensajes publicados sobre la investigación que un juzgado de Pozoblanco (Córdoba) mantiene sobre cuatro de los cinco imputados por la violación múltiple de Sanfermín. El juez ve indicios de que el pasado mayo abusaron de otra joven en la localidad cordobesa. “Cómo va a ser él (en referencia al militar procesado) si ayer estabas tan a gusto en la caseta con él y hoy está aquí tan tranquilo en la feria otra vez”, le dijo un amigo a la chica.
Es uno de los prejuicios más extendidos, pero los datos disponibles corroboran justo lo contrario: la mayor parte de agresiones sexuales las perpetran conocidos por la víctima, ya sea un miembro de la familia, una pareja o expareja, un amigo, una persona del entorno o un hombre con el que la mujer ha entablado una relación unas horas antes. De hecho, este escenario es uno de los más frecuentes. Una chica conoce a un chico en un ambiente de fiesta, comienzan a hablar, toman algo y deciden tener un encuentro sexual.
Sin embargo, lo que había empezado como algo deseado deja de serlo. Es lo que cuenta Ruth Toledano en su columna Mi Violación, en la que relata cómo un hombre con el que pensaba acostarse la violó en su casa. “En milésimas de segundo supe que pasaba algo. La cara de él se había transformado por completo. Lo que antes era amable y sonriente se convirtió en duro y amenazante”.
Ruth no es la única. También es un relato real el de Ana, que dijo varias veces “para” antes de ser forzada por el chico con el que poco antes bailaba en la discoteca. O Sara, que siempre cuenta cómo “se dejó hacer”. Ahora sabe que por miedo. A Elisa se le bloqueó el cuerpo y el habla y solo diez años después supo que lo que había vivido con 19 había sido una agresión sexual.
“Cuando nos imaginamos una violación solemos hacerlo pensando en un hombre que asalta de noche a una mujer en un portal, un callejón o un descampado. Este tipo de agresiones se dan, pero no son la mayoría”, dice la socióloga especializada en violencia sexual Beatriz Bonete. “Las chicas estamos educadas para estar siempre alerta ante este modus operandi, pero nunca nos han hablado de que nos puede violar un ligue”.
Lo demuestran también las cifras que manejan las asociaciones que trabajan con víctimas. La Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género apunta a que en torno al 85% de las agresiones que atienden son perpetradas por conocidos. En Castilla y León, la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia de Género (Adavas) cifra en un 87% el porcentaje y en Catalunya, la investigación El abordaje de las violencias sexuales en Catalunya del Grupo Antígona, de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), revela que el 80% de los agresores pertenecen al entorno.
Sin embargo, éstas son las que menos se denuncian. La coordinadora de Adavas, Sagra Pérez, nombra un elemento determinante para que este tipo de agresiones engorden la base de un iceberg que solo deja ver su punta. Asegura que “es muy frecuente” que “la mujer se culpe al sentir que hay algo que no debería haber hecho”: '¿Por qué le bese?', 'no tenía que haber subido a su casa', 'tendría que haber sido más contundente', '¿cómo me van a creer si me vieron bailando con él en la discoteca?'.
Poner el foco en el agresor
El cuestionamiento emana de uno de los prejuicios que rodean a la violencia sexual y al que alude la investigación del Grupo Antígona. En ella se describe cómo estos estereotipos inciden en la sensación culpabilizadora de la víctima. “Aunque toda persona tiene derecho a cambiar de opinión sobre el hecho de tener sexo con otra en cualquier punto del contacto sexual, existen ideas preconcebidas sobre que una vez se empieza a tener una relación sexual consentida, ese consentimiento se mantiene en todo momento”, afirma el estudio.
La jurista y profesora de la UAB, Paula Arce, una de las autoras de la investigación, pone énfasis en esta concepción y alude a que con frecuencia “las mujeres pensamos que, de alguna manera, hemos provocado la situación y solemos decirnos a nosotras mismas que si hemos ido con alguien a su casa, ¿cómo vamos a decir que no ahora? Existe una especie de norma por la que si la mujer empieza algo, tiene que continuar a riesgo de ser juzgada si no lo hace e insultada con aquello de 'calientapollas'”.
Sin embargo, para las expertas la línea que separa sexo consentido de violación debe ser precisamente esa: el consentimiento. Algo que a veces se pone en duda si la víctima no ha dicho 'no' con firmeza repetidas veces o incluso no ha opuesto resistencia física. Ruth Toledano dijo que 'no' a su agresor –“no sé cuántas veces le dije que quería irme”, recuerda–, pero el temor por su integridad física la llevó a “dejarse hacer”.
“La presión, el chantaje o el miedo generan diferentes reacciones en las víctimas. Lo que hay que plantearse no es hasta qué punto la mujer dijo que 'no', sino por qué los hombres no aceptan la negativa, lo entienden y se retiran”, explica Bonete. Es ahí donde se articula otro de los prejuicios que sobrevuelan el imaginario de las relaciones sexuales, sobre todo cuando se circunscriben a los espacios de ocio nocturno. “Normalmente se transmite a los hombres la idea de que deben insistir y no tienen que identificar el 'no' como un 'no', sino como una resistencia que debe darse en las mujeres antes del 'sí'”, ejemplifica Arce.
¿Y si no hay resistencia física?
Sagra Pérez ha constatado en el servicio de atención de Adavas que la mayor parte de agresiones de este tipo no se denuncian. Y esgrime como uno de los motivos la dificultad que se da en ocasiones para que ellas mismas se autoconciban como víctimas. Las expertas consideran que el muro de silencio que rodea a esta realidad y el propio cuestionamiento que la sociedad hace de ellas hace que les cueste ponerle nombre y muchas lo hagan pasados los años.
“Saben que hay algo que no ha ido bien”, dice Pérez. “Hubo una mujer bastante mayor a la que atendimos que decía que había sentido toda la vida como una especie de sombra sobre ella y ahora que lo estaba contando, se estaba yendo”, recuerda. Para que esto ocurra, dice, debe darse un escenario social que “parece que se empieza a dar”, en el que las mujeres sean creídas y se sientan legitimadas para hablar de lo que les ha ocurrido.
Otra cosa es el ámbito judicial. “No es fácil probar que hubo una agresión sexual cuando no se dan los elementos que el sistema considera que deben darse. Si no hubo forcejeo, por ejemplo, se entiende que fue consentida”, dice Arce. Y es que el uso de la fuerza, detalla el grupo Antígona en su investigación, es otro de los estereotipos que más complejidad plantea.
“Existe una visión preconcebida de que las agresiones sexuales implican un alto nivel de violencia física, pero la mayoría de las víctimas en el proceso de denuncia o durante el posterior relato manifiestan que tenían miedo de recibir lesiones graves o de perder la vida y que, por lo tanto, han opuesto poca resistencia al ataque. En consecuencia, en la mayoría de los casos puede no haber lesiones físicas”. La prevalencia de este estereotipo, prosigue el estudio, “provoca que las víctimas que han ofrecido poca o ninguna resistencia al ataque sean cuestionadas por la policía y el sistema judicial”.