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El cambio climático ha acelerado el deterioro de los bosques españoles en los dos últimos años

Encina seca.

Raúl Rejón

Los bosques españoles han sufrido un fuerte deterioro en los dos últimos años. Más del 20% del arbolado sufre daños significativos, según ha constatado el Ministerio de Medio Ambiente en un informe. En 2014, ese porcentaje estaba en el 14,9%. 

El declive de las masas forestales se mide, especialmente, mediante la defoliación de los árboles: la pérdida de hojas en sus copas. Cuando esa defoliación está entre el 0 y el 25% se considera que la planta está sana. Más allá, pasa a calificarse como dañado (moderado, severo o muerto).

El Inventario de Daños Forestales de 2016 es claro al concluir que “el estado general del arbolado experimenta un claro decaimiento”. Este estudio se realiza comparando árboles con un “tipo ideal” de su zona. Se marcan 620 parcelas de análisis de 16x16 km. Los recuentos indican que hay menos árboles sanos y más ejemplares dañados. También han crecido los ejemplares muertos aunque el informe indica que a los árboles secos hay que añadir “las cortas sanitarias y aprovechamientos forestales”. Es decir, talas de unidades enfermas o para vender madera. 

Los técnicos de Medio Ambiente especifican que el tipo de daño más detectado en las masas forestales es el causado por la sequía, seguido por la acción de los insectos y la actividad humana.

Desde luego, 2015 fue el año más seco de la serie histórica según los registros de la Agencia Estatal de Meteorología, lo que coincide con las consecuencias descritas por el Panel de Científico de la ONU para el cambio climático que señala la proliferación y severidad de los periodos de sequía para el sur de Europa. España es especialmente vulnerable a este fenómeno hasta el punto de presentar un alto riesgo de desertificación. Respecto a los pies muertos, el principal agente observado en las zonas de muestreo es la tala de árboles. 

Respecto a los insectos, en estos dos años, se ha constatado una “explosión generalizada” de los daños producidos por la procesionaria del pino. El aumento de esta plaga está asociada también al cambio climático, que genera unas condiciones más propicias para el ciclo vital de la oruga.

De hecho, la FAO avisaba en 2008 que este insecto “se ha expandido enormemente en altitud y latitud por toda Europa”. En España, su colonización ha provocado, por ejemplo, que llegue hasta las montañas de Sierra Nevada (Granada) donde encontró nuevos árboles huésped. La relación entre veranos inusualmente cálidos y expansión de la procesionaria y su acción destructora sobre los pinares está así acreditada. 

Además, se le ha añadido la desaparición de sus depredadores naturales en los bosques como son los pájaros, cuyas poblaciones no paran de caer en los últimos 20 años. Igual les ha pasado a los murciélagos. Los quirópteros se alimentan de polillas –la fase final de la oruga– y, sin embargo, es el grupo de mamíferos más en peligro en Europa con numerosas variedades en la lista roja de especies amenazadas. En España hay 12 en estado vulnerable y una en peligro de extinción.

A falta de este control natural, la explosión de la plaga ha provocado que el Ministerio de Medio Ambiente multiplicase las autorizaciones para fumigaciones aéreas en los pinares, método prohibido por sus daños ambientales y solo contemplado en casos excepcionales. 

Mapa del aumento de la defoliación

La degradación de los bosques es un fenómeno que viene produciéndose en los países industrializados desde los años 70 del siglo XX “cuyo origen es aún hoy en día incierto”, señalan en Medio Ambiente. Aparece en zonas muy diferentes y conlleva la defoliación, cambio de color y aparición de “agentes nocivos”. 

En España, a partir de 1991 arrancó un “decaimiento” y la evolución histórica muestra un “claro empeoramiento generalizado”. Los árboles plenamente sanos controlados, sin pérdida de follaje, han pasado en 20 años de suponer el 67% a rozar el 20%.

Sobre el mapa, solo seis comunidades autónomas se salvan de la tendencia negativa de los dos últimos años: La Rioja, Asturias, Extremadura, Galicia, Canarias y País Vasco. En el lado opuesto, la que menor proporción de árboles sanos muestra es Madrid –únicamente algo más de la mitad– y Murcia, cuyo arbolado en mal estado ha crecido un 29%. 

Las leyes de protección ambiental no han salvado de este fenómeno a los espacios preservados como son los parques nacionales. Estos entornos presentan unos niveles de deterioro similares a la media española y empeoraron en 2015, según revela el documento de seguimiento del estado fitosanitario de sus masas forestales, es decir, la salud de los árboles, publicado en el portal de transparencia del Gobierno. 

Los parques que peor lo están pasando en este sentido son el archipiélago de Cabrera y Monfragüe, donde más de un tercio de los árboles revisados estaba dañado de acuerdo con la normativa. El que presenta mejores datos es el de Picos de Europa.

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