Una jueza deniega la exhumación de una fosa común porque no se cree los documentos oficiales
Con casi 90 años a cuestas, Ascensión Mendieta se subió a un avión en diciembre de 2013 para cruzar el océano con un solo objetivo: buscar en Argentina la justicia que su país siempre le había negado. A 11.000 kilómetros de casa consiguió que por primera vez una jueza escuchara la historia de su padre, fusilado durante el régimen franquista. Y, lo más importante, logró que esa magistrada, María Servini, pidiera la exhumación de la fosa común en la que fue sepultado. Pero ahora otra jueza –esta, española– le niega el derecho a recuperar los huesos de su padre porque, afirma, no sabe dónde buscarlos. Y eso que su entierro está perfectamente documentado.
El cuerpo de Timoteo Mendieta Alcalá fue colocado, según los registros municipales, junto al de otras 21 personas en una fosa de 80 centímetros por dos metros, cavada en un patio del cementerio de Guadalajara. Fue de los primeros en ocupar un sitio en ese agujero destinado al olvido, el 16 de noviembre de 1939. Más tarde, el 24 y 25 de noviembre de ese año, otros hombres fusilados por orden del Juzgado Especial de Ejecuciones del régimen fueron colocados encima, en una especie de torre de cadáveres de hasta 11 niveles.
Todos estos datos –con los nombres de cada una de las víctimas y el día de su muerte– figuran en un informe que el Ayuntamiento de Guadalajara envió a la titular del Juzgado de Instrucción Nº1, María Lourdes Platero, que debía resolver el exhorto de la justicia argentina que solicitaba la exhumación de los restos de Mendieta. El documento, al que ha tenido acceso eldiario.es a través del buzón seguro Fíltrala –que comparte con La Marea, Diagonal y Mongolia–, explica que para recuperar los restos de Timoteo habría que exhumar todos los que hay en la fosa. También asegura que esa exhumación no supondría coste alguno, ya que se haría por orden judicial.
Pero el auto de la jueza, fechado el 30 de octubre de 2014, recoge unas “manifestaciones y apreciaciones” que la llevan a denegar el pedido. “Que no se sabe exactamente dónde está la fosa”. “Que la realidad [...] puede no coincidir con la información obrante en los archivos”. “Que las fosas están sin cimentar y que la separación entre ellas es de aproximadamente 25 cm, y que cada una contiene entre 20 y 50 cuerpos (circunstancia que por sí sola hace pensar que la información facilitada por el Ayuntamiento pueda no ajustarse a la realidad) [...]”. Conclusión: la exhumación se deja sin efecto porque “de la inspección ocular realizada y de las manifestaciones efectuadas no queda acreditado fehacientemente [...] en qué lugar puede estar la fosa ni cuánto terreno abarca”.
Estas palabras dan por tierra con las esperanzas de Ascención de cumplir su sueño: “Morirme con los huesos de mi padre”. Un sueño que parecía estar, por primera vez en años, al alcance de su mano. “Me siento más cerca de mi padre que nunca”, contó con un hilo de voz a eldiario.es cuando supo que Servini había pedido la exhumación, en febrero de 2014. Un año después, los abogados de la querella contra los crímenes franquistas analizan la situación para decidir cómo proceder ante esta negativa. Pero Ascención sabe que puede quedarse sin tiempo para dar esta batalla.
“Mi madre ha cumplido ya 89 años y le ha dado una angina. Cada vez se la ve más baja, más agotada. Yo sé que hay genocidas culpables de la muerte de mi abuelo. Pero también habrá culpables de lo que le pase a mi madre”, advierte Chon, hija de Ascención. “Le hemos edulcorado un poco la noticia”, cuenta. “Y ella es tan buena, y tan poco rencorosa, que se lo ha tomado con tristeza pero con calma. Intentamos convencerla de que esta es una etapa, que vendrán otras”, explica Chon.
“Cuando llegué a Argentina y me senté en el juzgado fue como si se abrieran unas puertas en mi vida. Hasta entonces nadie, ningún juez, había sido capaz de oír las atrocidades que tenía para contar”, relataba emocionada meses antes, a la vuelta del viaje en el que cumplió 88 años. Sus hijas y sus nietas, que la acompañan a las concentraciones a favor de los represaliados del régimen de Franco, están dispuestas a continuar luchando cuanto haga falta.
Concejal y sindicalista
Ascención, la segunda de siete hermanos, tenía apenas 12 años “el día en el que vinieron a llevárselo”. Timoteo Mendieta Alcalá era presidente de la UGT del pueblo de Sacedón, en Guadalajara. “Por ello, cuando comenzó la guerra fueron contra él y otros miembros del sindicato”, cuenta su hija. Durante la guerra fue concejal y presidente de la Casa del Pueblo de UGT.
“Siempre luchó por la justicia social y por mejorar las duras condiciones de los trabajadores y jornaleros del pueblo”, relata Chon. Poco después de que acabara la Guerra Civil fue condenado a morir en un “simulacro de juicio”, sin pruebas, sin garantías, “sin defensa y sin justicia”. Su esposa, María, no pudo siquiera verlo antes de que lo mataran. Se había llevado a sus hijos del pueblo huyendo de las represalias y del rechazo de su propia familia, que la castigó por haberse casado “con un rojo”. Viuda y pobre, se dedicó al estraperlo para dar de comer a sus hijos y pronto acabó en la cárcel. Ascención, con 14 años, se encargó de sacar adelante a la familia.
De aquel mes de noviembre sobrevive un papel en el que se informaba de la suerte de su padre. Con el encabezado “Saludo a Franco ¡Arriba España!”, el documento dirigido al Juez Especial de Ejecuciones expresa “el honor de comunicarle” que el cadáver fue enterrado “en el patio 4º, fosa nº2” del Cementerio Civil de Guadalajara. Lo firma el alcalde presidente en noviembre de 1939, “Año de la Victoria”.
Timoteo Mendieta es solo uno de los 822 republicanos asesinados y enterrados en el cementerio de Guadalajara entre 1939 y 1944. Un caso de tantos, en el que al menos consta el trozo de tierra en el que se improvisó una tumba compartida y sin nombres. 76 años después, una jueza ha decidido que hurgar en esa tierra es demasiado esfuerzo.