“Le diría a la gente que lo está pasando mal que no lea mi libro”
Pedro Simón ha dedicado los últimos años a contar la crisis. Sus reportajes en el diario El Mundo (que le han permitido ganar el Premio Ortega y Gasset 2015) se han dedicado a dar voz a esos invisibles de la depresión económica. A los que han perdido el trabajo, se han quedado sin ayudas o les escamotearon el dinero ahorrado. También ha dado espacio al que ha cruzado el mar en busca de un futuro de fantasía y a los villanos del día a día que han querido redimirse.
Tras una vida dedicada a esas historias, el periodista ha ficcionado algunos de los testimonios que conservaba en su archivo personal para escribir Peligro de Derrumbe (La Esfera de los Libros). Una novela que relata las tribulaciones personales de nueve personas que esperan en una sala a la entrevista con un director de recursos humanos cruel para un posible trabajo basura. Escrita entre madrugones para no interferir en la cotidianidad de su familia. Simón confiesa que no ha vuelto a leerla “porque me duele”. Y que está cansado de la promoción de la misma. Aunque ya sabe, como le dijo Rafael Chirbes, que “mi libro sería más importante que yo”.
Las historias que cuenta en el libro son de personajes reales que han hablado con usted. ¿Cuánto hay de realidad y de ficción en los capítulos?
La novela está compuesta por materia prima que he utilizado para hacer reportajes. Lo que me ha contado gente que he conocido en la vida personal o en la profesional. Creo que es como se escriben todas las novelas, ya que siempre hay mucho de biográfico, que puedes moldear. La ventaja de los periodistas es que trabajamos con gente y con historias poderosas. Ha sido como tener hecho previamente el trabajo de recolectar. Más de la mitad de lo que hay en el libro son cosas que he tocado, sentido o sufrido. De hecho, hay dos capítulos que empiezan exactamente igual que dos reportajes que hice. Luego ya la ficción va por otro lado.
¿Por qué usar el formato de novela y no hacer un gran reportaje?
Los reportajes ya estaban hechos y contados. Me sugirieron hacer una novela y veía toda una materia prima que no se había utilizado y que podría tener sentido. Este es un libro de ficción, pero de no ficción. El periodismo ya estaba hecho.
¿Lo que publica en la novela es lo que se ha callado en sus reportajes?
No, creo que son caminos diferentes. Es más bien lo que he intuido que podría venir después del reportaje. Lo que creía que sucedería una vez que apagaba la grabadora y me iba a escribir el reportaje. Lo que he fabulado que hay detrás de esa vida con la que he estado un día o unas horas. Y como escritor, lo que me apetecía que pasara. He jugado con ello.
¿Es consciente de que el que lea este libro puede pasarlo mal?
Sí. Tengo una persona muy cercana cobrando 426 euros al mes, con tres hijos, y que sé que ha sufrido leyéndolo. No es un libro nada complaciente, es muy cabrón y te araña. También te hace ponerte en la piel del otro, al ver que hay una línea muy delgada para que tú o yo podamos ser como alguien que está en peligro de derrumbe. Algunos personajes te hacen pensar en gente que conoces.
¿Cuál considera que es la historia más dura de las que cuenta?
Sería complicado apostar por una. Puede haber un infierno cotidiano en simplemente un chaval de 29 años que lleva seis buscando curro y al que ni le han respondido tras enviar su currículum. Eso puede ser lo suficientemente violento. Quizá las que más me impactaron fueron las de personas que han estado muy arriba y ahora están absolutamente abajo. Gente que decía que quien no trabajaba en España era porque no quería y que ahora ve que no pueden trabajar aunque quieren.
¿Es posible empatizar con esa gente?
Yo tiendo a empatizar hasta con Jack el Destripador (risas). Es la única manera de explicárselo a la gente. Es fácil, ya que somos poliédricos. Quién no ha pensado alguna vez algo como “pues ese cabrón no trabaja porque no quiere”. Cuidado con eso, porque hay que conocer las circunstancias.
¿La gente es consciente de que estar en “peligro de derrumbe” le puede pasar a cualquiera?
Esto es como lo de morirse. No pensamos que nos puede pasar mañana. O que podamos tener un problema de salud que nos lleve a estar de baja un año en el trabajo, y que cuando quieras volver te digan que te vayas a tu casa. La vida está llena de estas cosas. El libro trata de recordar que toda esa gente sin trabajo está muy cerca de nosotros. Se ha abierto una grieta, bastante insalvable. A un lado está la balsa de piedra, que decía Saramago, que se aleja, mientras nosotros pensamos que estamos en el lado bueno. Es como ese pensamiento judeocristiano de que si no tienes trabajo es porque algo malo has hecho. Esa es la retórica más hija de puta que conozco.
¿Cree que hay gente que piensa de sí misma que si no tiene trabajo es porque se lo merece?
Sí, por la autoestima. Cuando llevas seis años sin que suene tu teléfono piensas que eres una mierda y te lo llegas a creer. Entonces, empiezas a pensar que has hecho cosas malas. Y como tienes mucho tiempo para pensarlo, la bola de nieve no para de crecer. Nadie es tan autodestructivo como uno mismo.
En el libro hay casos de hijos que odian a sus padres por estar en la miseria.
Ocurre porque existe una grieta generacional que es complicada. Los niños son maquinitas de incordiar y los padres, de confundirnos.
¿Podría un niño leer lo que usted escribe? Sus hijos son un tema recurrente en sus artículos.
En mi caso es más fácil. Mi familia vive en un barrio obrero de Madrid, donde llega menos la mano de lo público, y con mis hijos hay una pedagogía cotidiana. Y en casa también hablamos. No somos ajenos a lo que sucede, ya que tenemos ejemplos en la familia de gente que lo pasa mal. Les cuento que no todo el mundo tiene la suerte de ellos. Y les digo que recuerden que en la vida, cuando te caigas, te tienes que levantar. Tenemos que preparar a los niños en las hostias que les van a poder dar. No en la burbuja, en la que tendemos a aislarlos y protegerlos demasiado. Hay que educarlos en escenarios complicados. Porque los tendrán, y su éxito o fracaso dependerán de cómo los afronten.
¿Por qué dedicar una vida a escribir sobre temas tan desabridos y duros?
Supongo que tiene que ver con lo que a uno le gusta hacer. A mí de pequeño me gustaba contar historias en mi cuaderno, y me emocionaba leyendo. Está relacionado con esa necesidad de contar y de emocionar que no se ha extinguido. El periodismo ha de informar, entretener, investigar y pellizcar narices. Pero creo que también debe emocionar. No vamos a cambiar el mundo, está claro. Pero sí podemos cambiar pequeñas realidades. La de un vecino o un pequeño colectivo, que un ministro tenga una mala noche con algo que ha leído... Creo que eso es lo que le da sentido a nuestra profesión.
¿Ha pensado en escribir de otras cuestiones?
Sí. Se te pasa por la cabeza. Reconozco que a veces tengo una sobrecarga de mala energía. A veces me gustaría escribir algo lúdico, pero luego no me satisface demasiado. Me dura poco.
¿Qué se ha quedado fuera del libro?
Muchísimas historias. Algunas no las he metido porque creo que lo habrían hecho aún más increíble de lo que es. Si llego a añadir a un personaje de la novela cosas que he vivido, momentos que he visto o frases que he escuchado habría quien me dijese que eso no hay quien se lo crea. La idea es que los personajes fuesen lo más creíbles posibles, y eso que parecen no serlo. Pero más grado de credibilidad no podía bajar.
¿Ha vuelto a leer la novela?
No. No me apetece. Me duele. La he hojeado y he abierto en alguna página aleatoria. He leído algún párrafo y me he acordado de ciertas cosas, y no me apetece.
Esto es como odiar lo que uno cuenta.
He contado lo que me quedaba ahí dentro. Lo he echado fuera en el libro y ya está. Insisto en que es una ficción, pero la gente me dice que le duele.
Uno de los capítulos cuenta el calvario de un inmigrante que se metió en una patera. ¿Por qué se asocia desde algunos sectores inmigración a invasión?
Eso viene de los poderosos que no sueltan la brida. Es curioso cómo 40 alemanes borrachos en Mallorca asaltando una piscina es turismo y 40 subsaharianos tratando de saltar una valla son una invasión. Qué curioso el lenguaje. Solo por el color de la piel. De las víctimas de Germanwings hemos conocido sus caras, su trabajo, sus familias. Uno por uno. A los inmigrantes los cosificamos. No sé absolutamente nada de los que han muerto. Si tenían hijos, si les gustaba leer a Poe, sus aficiones... No he visto ni una pierna de un inmigrante. Es sospechoso.
¿Esta crisis ha descubierto nuevos límites para las personas? ¿O son los mismos más acentuados?
Creo que los españoles han descubierto su capacidad de resistencia. Me sigue sorprendiendo que alguien no haya cogido un arma y haya cometido una barbaridad. Hablamos de gente a la que le han saqueado la cuenta corriente mientras otros se llevaban la pasta a Suiza. Los grandes patriotas con la pulsera de la bandera de España. Cada uno ha comprobado su propio límite.
Recuerdo un pueblo gallego de 2.000 habitantes, donde cerca del 70% de los habitantes habían caído en las preferentes. Hay un caso paradigmático. Una familia, una pareja ya mayor con una hija discapacitada llamada Rosiña. Ella tiene macrocefalia y otros problemas. Nunca se habían ido de vacaciones, eran muy humildes y todo el dinero que habían ahorrado era para Rosiña. Pues a ella la caja gallega le mamoneó todos los ahorros de sus padres. Que esos padres no hayan hecho justicia por su cuenta me reconcilia con la capacidad de resistencia. Se suele decir que los españoles somos gente de sangre caliente. No lo tengo claro. Afortunadamente, porque no sería bueno que la gente fuese por los bancos pegando trabucazos.
¿Por qué cree que se aguantan esas situaciones?
Nos estamos conformando. Tiene su lado bueno porque no matamos a nadie. Pero tiene el malo, por el que estamos condenados a perder.
Y después de perder, ¿qué le queda a la gente de sus historias?
La derrota es una muerte en sí. El que pierde y se conforma ya está muerto. Cuando te conformas, se acabó.
¿Se le puede decir algo al que lo está pasando mal? ¿A un parado que no cobra ayudas y que tiene gente a su cargo?
Solo les diría una cosa: que no lean Peligro de Derrumbe.
¿Se está acabando la crisis?
Para nada. Ha venido y se ha quedado. No se va a ir nunca. El que piense que esto se va a ir, que va a poder volver a vender su casa por cuatro veces más, se equivoca. El que ahora está cobrando 850 euros y ahora cobra 2.000 y crea que con el tiempo cobrará 2.600 está fallando. Es un cambio de modelo, no es una crisis. Tiene que ver con el capitalismo financiero, con que los mercados se han embridado definitivamente a la clase política. Es la depauperización global de la clase media.
¿Se está acostumbrando la sociedad a vivir en ese modelo?
Desde luego. Del grifo sigue saliendo agua. No tenemos que meter el codo para coger comida de los contenedores. También llegamos a final de mes y tendremos comida en la nevera. Pero el modelo es otro. Somos menos ricos que antes, tenemos menos medios. Y por eso tenemos más miedo.
En estos años tan intensos, ¿hay gente que haya conocido en sus reportajes que haya podido salir del pozo?
Sería injusto decir que no. Pero también lo sería no decir que ha habido otra nueva que ha caído al mismo pozo. El otro día me contó una mujer con una hija, que fue jefa de ventas, que había logrado un trabajo de teleoperadora en el que le daban 670 euros. Me decía “no sé por qué estoy tan feliz, si no llego a final de mes”. Esa persona que tiene nombres y apellidos es un dígito más en las cifras del Gobierno de la gente que ha conseguido empleo. La pregunta sería qué empleo.
¿Ha llegado el convencimiento de que hay que trabajar cueste lo que cueste?
Claro. Ya lo dijo Lafargue con su derecho a la pereza. Es una vieja cuestión. Al obrero se le pone la zanahoria del trabajo porque los que quieren disfrutar de la pereza son las élites. Nosotros estamos en eso y ellos en otra cosa.
¿Cuál es el perfil más condenable que encuentra en la sociedad actual?
El conformista es una de las carcomas que tenemos. Pero hay matices. A un chaval le ofrecen unas prácticas por una miseria o un trabajo por 700 euros, y si no te conformas con eso, te matan y eres una vergüenza. Pero si te conformas es que no tienes sangre y estás muerto. Es un callejón sin salida. Creo que las únicas sociedades que han evolucionado son las que no se conforman nunca.