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Un lugar llamado “hogar” para los huérfanos del sida en Kenia
Un lugar donde refugiarse, donde todos saben quién eres y qué necesitas: medicinas, comida y una familia. Eso es lo que el orfanato Nyumbani intenta ofrecer a más de cien huérfanos seropositivos, desde entre dos y veinticinco años.
En 1982, el padre Angelo d'Agostino fundó la que sería la primera “casa” (en suajili, “nyumbani” significa hogar) para tres niños huérfanos, abandonados y enfermos del sida. Ahora ya son 129 niños.
En Kenia, dos millones y medio de los niños menores de 15 años son huérfanos; y cerca de un millón y medio lo son a causa del sida, según datos del Programa Nacional keniano sobre el Sida y el Control de las Enfermedades de Transmisión Sexual (NASCOP, en inglés).
Cerca de una de cada diez mujeres embarazadas en Kenia está infectada con el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida), y una de cada tres muertes infantiles es debido al sida.
Pese a estos datos, la situación en Kenia ha mejorado exponencialmente: las nuevas infecciones del VIH han caído un 15 % en los últimos cinco años, y de las 170.000 muertes por sida en 2002 se ha bajado a las 58.000 en 2013, según datos del Programa de Naciones Unidas para la Lucha contra el Sida (UNAIDS) .
Aunque Kenia se ha comprometido a eliminar la transmisión maternoinfantil del VIH para 2015, el contagio de madres a sus bebés se ha mantenido estable en el 14% durante los últimos tres años. Y si la madre muere, muchos niños son abandonados por la propia familia.
El 70 % de los niños en Nyumbani tiene algún familiar, pero “no quieren saber nada de ellos”, o no pueden permitirse cuidarlos.
Es el caso de Paul, un joven delgadísimo y con señales de una malnutrición infantil que le marcará para toda la vida y que llegó a Nyumbani hace “tanto tiempo”, que ni se acuerda.
Su madre había muerto y su padre no quería saber nada de él, así que su abuela lo dejó al cuidado de esta asociación, que se mantiene a base de donaciones internacionales.
El orfanato Nyumbani es uno de los pocos que acoge exclusivamente a huérfanos con la enfermedad activada y les ofrece “comida, medicinas y un ambiente de aceptación total”, según explica a Efe Protus Lumiti, director de la casa en Nairobi.
En Kenia, los niños que nacen “positivos” se enfrentan a un estigma difícil de superar y que viene de lejos. En una sociedad como la keniana, altamente puritana, tener el sida se veía como fruto de una conducta inmoral, un tabú relacionado con la sexualidad.
Ese estigma lo sufrían incluso los niños. Lumiti cuenta que, hasta 2003, los niños del orfanato no eran aceptados en escuelas públicas porque “infectarían a otros”.
Actualmente, los niños no son obligados a revelar su condición a sus compañeros. “Es difícil mantener a los amigos si se lo dices”, cuenta Paul. “No saben muy bien qué es lo que tienes”.
Ellos mismos al principio desconocen su condición, no saben muy bien “qué tienen”. Desde chiquitos empiezan a hacerse preguntas: “¿Por qué tomo medicinas?, ¿Por qué estoy aquí?, ¿Qué significa el VIH?”.
Los médicos, profesores, “madres” y “tíos” (profesionales que viven con ellos en las casas de “Nyumbani” y que son su familia) les dan la información en pequeñas dosis.
Les enseñan sobre higiene, el cuidado que tienen que tener y el riesgo que existe de poder infectar a otras personas.
En la adolescencia comienza la parte más dura, aseguran, ya que empiezan a tener pareja y a plantearse formar una familia. Ese es el momento en el que se les explica las precauciones que tienen que tomar si tienen sexo o quieren tener un bebé.
Una chica que vive en el orfanato cuenta a Efe que su novio la dejó cuando él insistió en tener relaciones sexuales y ella se negó.
En la parte de atrás de Nyumbani, junto a un pequeño huerto que da unos generosos tomates (y deliciosos, se enorgullece Paul), está el cementerio. Unas cuantas cruces cuidando a los niños que murieron.
“Ahora, con medicinas y los avances médicos, ya no tenemos apenas muertes. Pero los más mayores sí que tienen algún amigo aquí”, explica Lumiti.
Pero Paul, al menos, saldrá adelante: “No me avergüenzo de lo que soy. He aprendido a apreciarme, a hacerme fuerte y hacer algo con mi vida, no aislarme de los demás por esta condición con la que me ha tocado vivir”, afirma.
Por Alicia Alamillos
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