Si la maltrata, ¿por qué no le denuncia?
Del “algo habrá hecho” se ha pasado al “la culpa es de ella por seguir con su maltratador”. Con ese argumento, el 40% de la ciudadanía española responsabiliza a las mujeres de los malos tratos que sufren. Mientras las expertas en la materia llaman a explicar a la ciudadanía por qué cuesta abandonar una relación violenta, un programa de la Diputación de Bizkaia ofrece a las mujeres apoyo y acompañamiento para que se separen de sus agresores, respetando sus ritmos y decisiones.
¿Qué frena a romper con un maltratador? La psicoanalista Mariela Michelena cita el miedo al cambio y el empeño por sacar adelante una relación cuyo fin se vivirá como un fracaso: “Por no dar por perdida esa inversión, seguimos sosteniendo la ilusión de que si nos esforzamos lograremos transformarlo. Nos aferramos a cosas por las que 'vale la pena luchar' y minimizamos las agresiones diciéndonos que está estresado, que ha sufrido mucho...” La terapeuta, autora de los libros 'Mujeres malqueridas' y 'Me cuesta tanto olvidarte', apunta que se predispone a las mujeres a olvidarse de sí mismas para cuidar a los otros. “Y pensar que él no podrá vivir sin mí también engancha”, dice.
Silvia (nombre ficticio) apenas llevaba dos o tres meses casada cuando su marido empezó a maltratarla. La faltaba al respeto, la controlaba, se ponía agresivo, rompía objetos delante de ella... “Yo atribuía su comportamiento a sus problemas personales, así que me volqué en apoyarle, renunciando a mi bienestar, pensando erróneamente que así conseguiría liberarlo de su malestar”, cuenta.
El miedo a que la violencia se recrudezca tras la ruptura influye en algunos casos, pero no en la mayoría, afirma Michelena. También descarta que la dependencia económica o la preocupación por los hijos sean elementos centrales: “Hasta ahora eran la gran excusa, pero vemos muchos casos de chicas jóvenes, independientes, que siguen aferradas a relaciones destructivas”.
Reconocer el maltrato
El sistema de protección para mujeres víctimas de malos tratos se inicia habitualmente cuando ellas deciden irse de casa o denunciar. Es decir, se asume que den el gran paso sin apoyo institucional. Por ello, el Servicio de Mujer e Intervención Familiar de la Diputación de Bizkaia lanzó en 2006 un programa que apoya y acompaña a las mujeres para que abandonen las relaciones violentas.
Uno de los primeros objetivos es que la mujer reconozca que vive en una situación de violencia. A partir de ahí, se trata de que identifique las agresiones (por ejemplo, cuesta reconocer como tales las relaciones sexuales no consentidas), los mecanismos que utiliza el agresor para controlarla y dominarla, y cómo funciona la escalada de violencia. “Pocas llegan expresando que son víctimas: quieren sacar a la luz su situación, pero necesitan ayuda para verbalizarlo”, cuenta Elda Uribelarrea, responsable del equipo profesional del programa.
Muchas acuden al Servicio para informarse sobre recursos de viviendas y ayudas sociales, o para pedir orientación sobre el divorcio. La máxima es atender sus demandas sin presionarlas. “Si de entrada les decimos que abandonen la relación, estamos provocando la reacción contraria: 'Yo haré lo que yo quiera'. Nuestro papel es acompañarlas en la toma de decisiones”, abunda Uribelarrea. Esto puede incluir apoyo en procesos de divorcio o de denuncia, pero la prioridad es fortalecer su autonomía.
Apoyo en la separación
El programa ha atendido a un total de 177 mujeres de perfiles muy diversos desde su inicio en 2006 hasta junio del 2012. La mayoría llevaba más de diez años viviendo la situación de violencia. La intervención, a cargo de psicólogas, educadoras sociales y el apoyo de una abogada, suele durar unos 18 meses. Se trabaja también con las hijas e hijos de las usuarias (en estos seis años se ha atendido a 135 menores) a quienes también se considera víctimas por haber sido testigos de la violencia.
De las 39 mujeres que iniciaron la intervención en 2011, al finalizar ese año 13 habían iniciado una vida independiente del agresor. Pocas abandonan el programa, pero incluso en ese caso vuelven a la relación desde otro punto de partida, afirma Mariví Cubillas, coordinadora del programa: “Entienden por qué se da el maltrato y no se culpan por él”. El programa atiende también a las mujeres que, después de separarse de sus agresores, están pensando en volver con ellos. En ningún caso ha ocurrido que el maltratador se reconozca como tal y pida ayuda, como hacía Luis Tosar en la película 'Te doy mis ojos'.
Los procesos de separarse y de denunciar son muy delicados, aunque Cubillas matiza que las mujeres “tienen sus propios mecanismos de defensa, de control del agresor”. En todo caso, el equipo de la Diputación acompaña a las mujeres en cada paso, y si detecta que la seguridad de la mujer o de sus criaturas está en riesgo, se lo comunica a Fiscalía. “Los hombres suelen achantarse cuando saben que hay profesionales apoyando a la mujer”, afirma la coordinadora.
No todo es denunciar
Psiquiatras que le dijeron que lo suyo era un problema de pareja, comisarías en las que no había especialistas en violencia de género, Servicios Sociales que se negaron a atenderla sin cita previa... Silvia cuenta que el proceso de buscar ayuda para enfrentar los malos tratos primero y el acoso de su marido después de separarse de él “fue agotador y frustrante”. Decidió no denunciarle: “Suponía justificar las faltas en el trabajo, encararme a él en el juicio, sentir la incredulidad del juez sobre mi testimonio... ¿Qué pruebas podía aportar? Ninguna además de mi angustia y mi miedo”.
Uno de los aspectos singulares de la iniciativa vizcaína es que denunciar se considera algo deseable, pero no se plantea como un requisito o un fin en sí mismo. Cubillas y Uribelarrea citan infinidad de motivos que frenan a las mujeres a recurrir a la justicia: la complejidad del proceso, no querer perjudicar a los hijos o incluso al marido, la situación administrativa en el caso de las inmigrantes, la influencia de las familias... “Y enfrentarse a la etiqueta social de mujer víctima de violencia es duro”, recuerdan. Así, en cada caso se sopesa junto con una abogada las consecuencias positivas y negativas de denunciar o no hacerlo, teniendo en cuenta tanto lo que aportaría a la mujer, como el desgaste emocional que supone.
Eso sí, si la mujer tomase una decisión que pone en riesgo su integridad, como incumplir una medida de alejamiento, la educadora le explicaría las consecuencias de su decisión y su obligación de denunciar el quebrantamiento de la orden de protección ante el juzgado. Hasta el momento, después de ese trabajo, ninguna ha renunciado a medidas de protección.
Un problema social
Además de la atención individual, las participantes en el programa trabajan en grupo para tomar conciencia de que la violencia machista no es una circunstancia privada, sino un problema social que les ha tocado vivir por ser mujeres. En esos espacios reflexionan entre otras cosas sobre los roles y estereotipos sexistas, y sobre los modelos de amor y de familia aprendidos. Desde 2011, también disponen de un programa de ocio y tiempo libre. “El éxito no es sólo que la mujer rompa con su pareja, sino que se sienta más capaz, empoderada, que vea que puede vivir sola, para que no vuelva a repetir ese modelo de relación”, expone Cubillas.
Silvia, quien considera fundamental combinar la terapia psicológica con esos espacios de empoderamiento, cuenta que descubrir los estudios feministas le permitió situar su experiencia de malos tratos en el contexto de una sociedad machista: “Ser consciente de ello me hizo sentir mucho más dueña de mí misma”.
La psicóloga Mariela Michelena recalca la necesidad de sensibilizar a las jóvenes para que comprendan “que la violencia se inicia cuando empezamos a renunciar a pequeñas parcelas de autonomía, como salir con las amigas o vestir como queremos”. Elda Uribelarrea, por su parte, critica que la prensa destaque que la víctima no había interpuesto o había retirado la denuncia, o que alimente el mito de las denuncias falsas: “Hay que explicar cómo los maltratadores van minando con estrategias sutiles la autonomía y la autoestima de las mujeres. De lo contrario, parece que somos tontas”.