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Qué piensa el feminismo sobre el porno

Cartel de la charla "Sexo, porno y feminismo" organizada por Podemos

Marta Borraz

Corrían los años 80 del siglo XX cuando el movimiento feminista estadounidense posaba su mirada sobre la pornografía y articulaba una teoría crítica de algo que había tomado el carácter de un auténtico fenómeno de masas. Un análisis que, lejos de ser homogéneo, se convirtió en un intenso debate que mantuvo enfrentadas a las feministas abolicionistas o anti-pornografía y las llamadas feministas pro-sex. Más de treinta años después continúa vigente una gran diversidad de posturas, que mantienen el tema sobre la mesa.

De hecho, Podemos organiza este martes la charla “Sexo, porno y feminismo”, que contará con la presencia de la actriz porno Amarna Miller. Un acto que ha generado polémica y al que se han opuesto varias feministas del PSOE. Incluso el cartel ha provocado reacción dentro de la formación porque para el Área Feminista y LGTB de Alcorcón (Madrid) “aúna aquello contra lo que luchamos: la hipersexualización de las mujeres y la construcción del deseo en base a la subjetividad masculina hegemónica”.

El debate se ha construido tradicionalmente sobre la dicotomía peligro/placer que implica la sexualidad de las mujeres, según la filósofa y escritora Nancy Prada. Las abolicionistas norteamericanas, encabezadas por Andrea Dworkin o Catherine MacKinnon, abogaban por la prohibición de la pornografía e insistían en la dimensión del peligro con sentencias como “la pornografía es propaganda sexista” o “la pornografía es la teoría y la violación es la práctica”. Según esta lógica, el porno sería un instrumento más de perpetuación “del derecho sexual de los hombres sobre las mujeres”.

Como reacción surgió un grupo de feministas que se manifestaron contrarias a esta postura, entre ellas Gayle Rubin y Carole S.Vance. “No basta con alejar a las mujeres del peligro y la opresión; es necesario moverse hacia algo: hacia el placer, la acción, la autodefinición. El feminismo debe aumentar el placer de las mujeres, no solo disminuir nuestra desgracia”, apuntaba en 1989 Vance. Las feministas pro-sex identifican el placer como un elemento fundamental de la liberación de las mujeres y cuestionan la capacidad del “Estado patriarcal” para garantizar su bienestar.

La estratificación sexual de Rubin

Ambas corrientes siguen teniendo herederas en la actualidad, aunque el debate se ha cargado de matices y huye de la categorización. Las dos posturas comparten la crítica al porno mainstream por considerar que “las mujeres no son sujeto nunca”, según la activista y responsable del Área de Igualdad de Podemos en Madrid, Beatriz Gimeno. “Está hecho por y para hombres y los ideales que representa son heteropatriarcales”, comenta la actriz Amarna Miller, que asegura creer en un “porno ético”, en el que “lo realmente importante esté tras las cámaras: seguridad laboral y un marco legal y consenso”.

La experiencia de intentar prohibir la pornografía “nos enseñó que jamás debemos utilizar las armas de la derecha y que la censura se vuelve en nuestra contra”, sentencia Itziar Ziga. La activista, escritora y periodista se refiere a la coincidencia, aunque con diferentes objetivos, de la postura del feminismo antipornografía con la derecha estadounidense, pues esta comenzó a utilizar los mismos argumentos para coartar los derechos reproductivos de las mujeres, como el aborto, y los de gays y lesbianas.

Siguiendo esta línea se ha expresado Gayle Rubin, que identifica una “jerarquía sexual” a la que contribuyen las que llama “leyes sobre el sexo”, como las de regulación de la pornografía. Esta estratificación sexual, afirma, ubica en el “lado bueno” al heterosexual en matrimonio monógamo y del “lado malo a los travestidos y transexuales, fetichistas, los que tienen sexo por dinero o sadomasoquistas”. De hecho, una de las controversias del feminismo actual estriba en si determinadas prácticas como estas últimas deben ser representadas.

Las escenas de sumisión ¿promueven la violencia?

Se trata de uno de los puntos calientes del debate. Partiendo del alto número de mujeres que cada año son asesinadas y agredidas sexualmente, las escenas en las que una mujer aparece humillada, vejada o incluso penetrada sin su consentimiento ¿deben ser permitidas?, ¿hay límites en la representación de las fantasías sexuales? Para Rosa Cobo, profesora de Sociología del Género y directora del Centro de Estudios de Género y Feministas de la Universidad de A Coruña “no debería permitirse material pornográfico en el que tienen lugar violencias, a veces extremas”.

La ensayista y crítica audiovisual Pilar Aguilar coincide en que “la representación no puede ir en contra de los derechos humanos” y aunque reconoce la sexualidad “como un elemento fundamental de la vida” apuesta por algún tipo de regulación que “impida la glorificación de esta dinámica en la que los cuerpos de las mujeres se ponen exclusivamente al servicio del deseo masculino”. Ambas expertas desgranan similitudes entre el material pornográfico y la publicidad asegurando que “el porno modela los deseos sexuales y las mujeres están ahí para ser consumidas”.

En la otra orilla, las feministas pro-sex, para las que es fundamental diferenciar entre la representación de la violencia y la violencia misma. “La clave es aprender a separar la ficción de la realidad. No veo a nadie culpando a 'La Jungla de Cristal' por promover la violencia, hay que tener un consumo responsable, del porno y de cualquier contenido”, sostiene Amarna Miller. Pero ¿y qué ocurre cuando son las mujeres las que fantasean con este tipo de situaciones violentas?

¿Libre elección?

Lo primero, dice María Llopis, referente del movimiento postporno y autora del libro Maternidades Subversivas (Ed. Txalaparta), “es señalar que eso no significa que quiera ser violada”. Ziga enmarca el deseo y la fantasía sexual en un contexto determinado: “Venimos del patriarcado, de relaciones jerárquicas, de ahí que muchas de nuestras fantasías reproduzcan dominación... pero para nuestro placer. Me parece más subversivo que opresivo. Opresivas son las que tratan de decirnos en nombre del feminismo con qué fantasías o juegos no debemos disfrutar”.

Llopis apunta a que las prácticas sadomasoquistas “pueden ser terapéuticas” e insiste en que es un juego basado en el consentimiento en el que “parece que el que domina tiene el control, pero es el dominado el que lo tiene”. Para ella la clave radica en de qué manera se graban las escenas. “En el porno convencional la mirada es la del hombre y las mujeres son objeto, por eso puedes grabar un polvo muy normal cargado de violencia y una escena de dominación desde el punto de vista feminista, todo depende de la mirada”.

Para unas y otras los límites de la representación son diferentes. Mientras para Cobo y Aguilar la violencia sobre las mujeres es uno de ellos, Gimeno y Amarna Miller afirman que es el consentimiento, “y la legalidad”, añade esta última. Todas coinciden, sin embargo, en que el problema del porno mainstream es que “reproduce un único modelo de sexualidad” y “es la única educación sexual que tienen los jóvenes”, analiza Gimeno. Para la diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid la solución pasa por idear contrapesos educativos.

Cobo diferencia entre libertad y voluntad. “Hay realidades sociales que reducen el espacio de la libertad aunque los individuos acepten instrumentalmente esa realidad”, explica en referencia al consentimiento. “La falta de recursos, de educación y otros motivos llevan a gente a hacer contratos que no les benefician ni son aceptables por las consecuencias que implican”. Por otro lado, el filósofo y autor de Pensar la pornografía Ruwen Oigen ha resumido este cuestionamiento en la siguiente frase: “Para ellas cuando una mujer dice 'no' es 'no', pero cuando una mujer dice 'sí' no es 'sí'”.

Qué es el postporno

“Si no os gusta la pornografía que existe, cread vuestro propio porno”. Es la propuesta de la artista y actriz porno Annie Sprinkle, parte del feminismo pro-sex y considerada la precursora del postporno. Un movimiento incubado al calor del feminismo pro-sex que tomó fuerza de la mano del filósofo queer Paul B.Preciado, que organizó en 2003 el primer Maratón Postporno en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). El objetivo de esta corriente es la reapropiación feminista y queer del porno para representar cuerpos y sexualidades no normativas que no están incluidas en la industria.

Preciado lo definía en esta entrevista en la revista Parole de Queer como “el proceso de devenir sujeto de aquellos cuerpos que hasta ahora solo habían podido ser objetos abyectos de la representación pornográfica: las mujeres, las minorías sexuales, los cuerpos no-blancos, los transexuales, intersexuales y transgénero, los cuerpos deformes o discapacitados”. Diversos colectivos como el ya desaparecido Girls Who Like Porno, que integraba María Llopis y Águeda Bañón, el grupo Post-Op o Diana Pornoterrorista se han erigido como referentes del postporno. El movimiento se caracteriza por tener una intencionalidad política y estar vinculado al mundo del arte y el activismo para crear alternativas a la representación sexual tradicional.

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