Los recortes castigan la vida de los mayores que viven solos
Paquita tiene 86 años y es murciana. Vive sola en una pequeña casa de un popular barrio madrileño “desde hace mucho tiempo”. No recuerda exactamente cuánto. A la capital se trasladó para trabajar en un hospital militar junto a otras dos mujeres de la familia. Ella es una de las más de un millón y medio de personas mayores de 65 años que viven solas en España, según calcula la Fundación Amigos de los Mayores, y contra las que la crisis económica y las políticas de austeridad han impactado con mayor dureza.
Los recortes en servicios sociales y en el sistema de atención a la dependencia, la congelación de las pensiones y el copago farmacéutico deterioran el bienestar de los mayores y, en mayor medida, el de aquellos que no cuentan con apoyo familiar. De quienes viven solos y se enfrentan cada día al riesgo de exclusión.
Esa soledad que muchos experimentan de forma más intensa por las noches, o los fines de semana –según los últimos datos del IMSERSO, hasta un 25% de los mayores reconoce sentirse solo en ocasiones especiales– es una situación que no dejará de aumentar en los próximos años, debido al progresivo envejecimiento de la población.
“La crisis me ha afectado, claro que sí”, sostiene desalentada Paquita, que se rompió el brazo hace año y medio. Se desenvuelve con cierto grado de autonomía, pero hay cosas que no puede hacer por sí misma. Por ello cuenta con un servicio de ayuda y comida a domicilio y teleasistencia; prestaciones que actualmente, y por la crisis, exigen el copago del beneficiario. “Antes no pagaba nada por la teleasistencia, ahora pago seis euros al mes, más 40 de la ayuda a domicilio y 5,29 diarios de la comida”, enumera enfadada. Las cuentas no le cuadran.
Este tipo de servicios permiten que la persona mayor pueda continuar viviendo en su casa habitual y consiguen satisfacer sus necesidades asociadas a la edad sin desvincularse de su entorno. Álvaro Crespo, responsable del programa de Acompañamiento a Mayores de la ONG Solidarios para el Desarrollo, considera que estos recursos evitan su institucionalización, es decir, que tenga que acudir a una residencia.“Si el mayor no tuviera a nadie que le ayudara con las tareas básicas como la comida y la limpieza, o no contase con la seguridad que da la teleasistencia, tendría más posibilidades de tener recurrir a ello”, señala.
La importancia de las prestaciones públicas
Sin embargo, estas prestaciones se enmarcan en la cartera de servicios que concede la Ley de Dependencia y la que ofrecen los Ayuntamientos, que se han venido recortando desde el inicio de la crisis. Según los datos que maneja la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, el presupuesto para esta partida se redujo entre 2011 y 2013 en 2.200 millones de euros al año. La dependencia, por su parte, sufre una situación de colapso que ha provocado la pérdida de más de 47.000 dependientes solo en 2014. Las restricciones del gasto se unen ahora a una nueva preocupación: la reforma de la Administración Local, que según los trabajadores sociales puede provocar la desaparición o reducción drástica de los servicios municipales.
José Manuel Ramírez, presidente de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, afirma que “muchas personas ya no pueden acceder a determinadas prestaciones porque tras el aumento del copago, no pueden permitírselo”. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las pensiones se sitúan en los tramos inferiores, según datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social. En 2013, el 50,67% de los pensionistas no llegaba a cobrar 650 euros.
Las personas mayores que viven y se sienten solas carecen de las redes sociales y afectivas para hacer frente a determinadas situaciones, por lo que la falta de condiciones materiales óptimas las sitúa en una posición de gran vulnerabilidad. Crespo establece un vínculo que se retroalimenta, y lo explica así: “Por un lado, cuando las necesidades materiales no están satisfechas, el mayor tiene más dificultad a la hora de establecer lazos sociales; y por otro, cuando existe soledad, el mayor puede dejar de lado la satisfacción de estas necesidades y no preocuparse por comer o tomar las medicinas que debe”. De ahí la importancia de los recursos públicos a la hora de abordar esta problemática.
La compañía, algo imprescindible
Para paliar situaciones de exclusión y soledad, Solidarios para el Desarrollo cuenta con programas de acompañamiento que consisten en la visita periódica por parte de una persona voluntaria a un mayor. A Paquita y su vecina Iluminada las visitan dos chicas un día a la semana un par de horas, durante las cuales comparten un rato de conversación.
“Estoy encantada con Lidia, la voluntaria, es muy maja y la quiero mucho. Muchas veces a las 21.00 le tengo que decir que se vaya, porque es muy tarde, pero ella está en la gloria aquí porque viene cansada de trabajar”, comenta Paquita. Y es que estos momentos fortalecen las habilidades y mantienen activos a los mayores, que se han visto relegados por la sociedad.
Iluminada, que tiene 79 años, decidió también contar con la visita de una persona voluntaria porque “me caí, me rompí el húmero y me ha quedado muy mal el brazo”. Ambas mujeres, que suelen visitarse todos los días, tienen miedo a salir a la calle, por eso necesitan a una persona que las acompañe.
Paquita lleva un año sin hacerlo, pero asegura que saldrá “cuando vaya llegando el buen tiempo”. Iluminada considera que la crisis le afecta mucho, porque “con una paga de 634 euros tengo que hacer frente a todo: el agua, la luz, la comida…”. Cuenta con un servicio de ayuda a domicilio, sin embargo tardó “mucho tiempo” en conseguirlo. Ahora ha presentado la solicitud para acceder a un piso tutelado para personas mayores, pero no está convencida de que se lo vayan a conceder. “A mí no me ha costado ser mayor, me han importado las limitaciones y son muchas”, aclara.
“Aún siguen teniendo mucho que aportar”
Las organizaciones de voluntariado cubren un espacio al que no llega la Administración, pero para la mayoría de expertos se trata de un recurso que debe ser complementado con las prestaciones públicas. Para Ana Lima, presidenta del Consejo General de Trabajo Social, los servicios sociales cumplen una función muy importante para las personas mayores que se sienten solas. “La teleasistencia, por ejemplo, da tranquilidad, previene la angustia e incluso da compañía; y los centros de día ayudan a combatir la soledad porque en ellos se generan redes de relaciones y afectos”, explica.
Los servicios sociales promueven la calidad de vida de las personas mayores; pero además es necesario acabar con el “edadismo”: discriminación por edad que se produce como consecuencia de los estereotipos que impregnan el imaginario colectivo. En muchas ocasiones, a los mayores se les suele representar como una carga o como un inconveniente. Desde Solidarios abogan, siempre que las propias personas lo demanden, por generar espacios de convivencia, por el fortalecimiento de las relaciones entre vecinos y por abandonar la idea de que son personas pasivas, improductivas, dependientes y “fagocitadores de recursos”. Porque “aún siguen teniendo mucho que aportar”, sostiene Crespo.