“La privatización es corrupción”
La salud, la personal y la pública, son protagonistas estas semanas. La propia salud del sistema sanitario se ha colocado en el centro de atención y casi reducida al discurso sobre cómo hacerla rentable. “El sistema sanitario es un determinante de salud muy importante. Es importante no sólo que ahorre sino que cumpla su función”. Es una frase de los doctores Juan Gervás y Merdeces Pérez. Ambos han escrito un libro: 'Sano y salvo' (libre de intervenciones médicas innecesarias, Los libros del lince) en el que desgranan la cantidad de tratamientos, visitas y enfermedades que la sociedad “padece” de forma absurda. Un sistema que inyecta inquietud en las personas y lastra económicamente la sanidad pública.
¿Privatizar la gestión hospitalaria ahorrará dinero para salvar el sistema sanitario?
En España tenemos un problema peculiar que nos distingue en los procesos de privatización. Cuando se habla de privatización se está hablando de corrupción. Y eso hace que experimentos así tengan críticas muy fuertes.
Corrupción, ¿en qué sentido?
El regulador tiene que tener capacidad de regular. Si hay una interacción excesiva se pierde esa capacidad y no hablamos de privatización sino de mezcla de intereses privados y públicos, sobre los intereses generales de la población. Algunos procesos son privatizables y la convivencia con el mercado no implica la puerta giratoria. Los británicos que estudiaron el caso de Alzira (Valencia) concluyeron por escrito que algo así sería intolerable por la excesiva connivencia entre el regulador y el regulado. No se trata de demonizar lo privado. El Plan de Salud Dental juvenil de El País Vasco, único y exitoso en el mundo, que hace imposible distinguir por la dentadura a ricos y pobres, cosa que no pasa ni en Suecia, se basa en una cuota por chaval que el Gobierno paga a dentistas privados.
¿Se explica así el rechazo de grandes sectores de la población?
No es creíble cómo se presentan estos planes. Como si no hubiera otra alternativa. La población, si se les presentaran datos sobre el plan de privatización, lo podría sopesar y decidirse. Pero esos datos no existen, no en los últimos años. Los pocos que hay, como el de Salvador Peiró en Valencia, demuestran que esta deriva ideológica [la gestión privada es más rentable] no se sustenta en datos.
Habla de otras alternativas. ¿Como cuáles?
Una gran parte del gasto sanitario se puede reformar. Por renovación no por derribo. Hablamos de un ahorro en el sistema sanitario general de hasta el 30% de un presupuesto que son más de 10.000 millones de euros en España. Tanto en la prevención como en la curación y la rehabilitación, cuyo gasto público dedica un tercio del presupuesto a técnicas que no tienen fundamento científico que se aplican y pagan con dinero público.
¿Puede concretar?
En el tema de vacunas. Habría que asegurarse de que las vacunas básicas llegan a todo el mundo. Habría que gastar más para que no haya una epidemia de sarampión como hubo en Sevilla porque la vacuna no llegaba a la población gitana o chabolista. En hacer un seguro que cubriese a todos los niños vacunados de manera que cuando hubiese efectos adversos no hubiese que ir a juicios. Pero en general habría que gastar menos, ¿en qué? La vacuna del papiloma humano cuesta tanto como todas las vacunas básicas juntas y todavía es experimental. No es por disminuir el gasto sino porque es experimental. Las vacunas de rotavirus, del neumococo, la varicela… tendrían que quedarse en moratoria. La de la gripe, igual. Que además conllevan un gasto gigantesco e increíble desde el punto de vista administrativo, de expedición, publicidad…
Y en la curación, ¿cómo podría hacerse?
Habría que extender la intervención de médicos de primaria para muchos procesos que ahora hacen los especialistas, procesos sencillos, que ahora implican la derivación al hospital y que cuesta muchísimo dinero hacerlo así. Es más barato y más humano. Por ejemplo la colocación del DIU o la dermatología. Los médicos de familia podrían hacer todo esto y no tener que mandar al especialista, generar una cita, la lista de espera, la derivación al sector privado…
¿La medicación?
Sí. España es una potencia mundial en resistencia por el exceso de antibióticos.
Acaba de paralizarse en el Tribunal Constitucional el euro por receta en la Comunidad de Madrid y hace unas semanas en Cataluña. ¿Esa medida sirve de algo?
No tiene sentido. Hemos participado en estudios que muestran que cuanto menos copagos haya mejor salud hay. En España se hacen mil millones de recetas al año. Y cada una corresponde a un envase. La tentación de instaurar un euro por receta con ese sistema es muy grande. Pero también un insulto. La receta se ha convertido en realidad en un cheque para la farmacia. No es un documento donde el médico prescribe una medicación para un tiempo. Cada receta no debería conllevar un medicamento sino el tratamiento en general con todas las medicinas para los meses necesarios. Luego el farmacéutico podría preparar el tratamiento para cada paciente.
¿Entonces los copagos no ayudan a mantener el sistema?
Copagos pocos y razonables demuestran que funcionan mejor. En los sistemas sanitarios con cobertura pública, llevar los recursos donde la gente los necesita (y pienso en las urgencias rurales de Castilla-La Mancha) y copago suave… la literatura científica demuestra que produce más salud. En medicamentos: diseñar el copago en función a la necesidad del medicamento. Si un niño de seis años necesita un medicamento: copago cero. Si un anciano de 80 años tiene el capricho de tomar un medicamento con poca efectividad, copago del 50%. Los medicamentos con poca utilidad o dudosa, que hay muchos, un copago más fuerte. La salud lo agradecería y la población lo entendería.
En su libro explica que la sociedad vive obsesionada con una salud eterna y eso es caldo de cultivo para la creación de enfermedades…
Lo primero es la responsabilidad de las propias personas. La sociedad tiene la pulsión por estar siempre sano y joven. Con esa materia prima, es más fácil el proceso por el que industrias crean esas enfermedades y sus soluciones (un proceso conocido como 'disease mongering'). Cada día se marcan límites más bajos de los niveles normales de tensión arterial lo que transforma a millones de pacientes en enfermos sin serlo. Se crea miedo. Y mucho dinero por el coste de los procedimientos y medicamentos. Mucho de ese gasto lo soporta el sistema sanitario público. Y lo que es muy importante: se ahorraría en sufrimiento, en dolor, en angustia e inquietud.
¿Qué patologías, por ejemplo?
El colesterol. Los medicamentos para bajar sus niveles son los más vendidos del mundo y supusieron en 2010 unos 820 millones de euros para el erario público. La obsesión con el colesterol no tiene base científica. No se ha demostrado que a una persona por bajarle el colesterol gane años de vida. Otro ejemplo es la denominada andropausia que hacer que a hombres con edad se les pida que se pongan cremas con testosterona para mantenerse viriles. Eso es falso. No hay base científica y, además, es peligroso para la enfermedad cardiaca o el tumor de próstata. Y a su calor se han creado, comités, seminarios, cuestionarios, decisiones, gestiones, anuncios, propaganda por los cuales los varones acaban pensando que deben seguir esas pautas. Como esos hay decenas de casos como la osteoporosis, la fractura de cadera….
Y, ¿entonces?
Vivir y disfrutar la vida. No se mida el colesterol, sea feliz. No se esconda del sol. Dé un paseo. Sea razonable.