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El cardenal Omella fracasó como vía de diálogo en el conflicto catalán

El Papa y el cardenal Omella posan con una camiseta del F.C.Barcelona el jueves pasado / Scholas

Jesús Bastante

“Mi corazón llora. En este momento, como pastor de Barcelona, comparto el dolor y el sufrimiento de la gente”. El cardenal de Barcelona, Juan José Omella, envió este mensaje de audio el viernes por la noche, desde Roma, una vez consumada la votación en el Parlament que declaraba la independencia de Cataluña, y después de que Mariano Rajoy decretara el artículo 155 y convocara elecciones para el 21 de diciembre.

Omella, uno de los grandes protagonistas silenciosos de las últimas semanas en la crisis catalana, constataba el fracaso de la vía de mediación que, privadamente, le había llevado a mantener diversos encuentros y llamadas para favorecer la distensión entre ambas partes del conflicto. Una vía que el pasado jueves por la mañana, cuando el cardenal de Barcelona aterrizaba en Roma, parecía haber surtido efecto. Omella se iba a encontrar con Francisco con la misión, casi, cumplida.

Cuando el arzobispo de Barcelona se encontraba ese mismo jueves con el papa Francisco, estaba convencido de que, pocos minutos después, el expresident Carles Puigdemont iba a convocar elecciones en Catalunya, frenando así la intervención por parte de La Moncloa. Los sucesos del jueves sorprendieron a todos.

En esa misma jornada, durante un encuentro de Francisco con Scholas Ocurrentes (la fundación educativa creada por el Papa cuando era arzobispo de Buenos Aires), Bergoglio y Omella aparecieron portando una camiseta del FC Barcelona con los responsables de la fundación del club catalán.

Horas antes, Omella había participado en la reunión de la Congregación de Obispos en Tarragona. Durante las horas previas a la votación del Parlament, los teléfonos echaron humo en Barcelona, Madrid, Valladolid y Roma. Los tres cardenales españoles que, cada uno en su lugar, han intentado mantener viva la vía del diálogo, (Osoro, Omella y Ricardo Blázquez), trataban de dar una respuesta conjunta.

La primera voz fue la de Omella. “Amo profundamente Barcelona y Catalunya, son gente maravillosa. Y amo también a España, y amor a la Europa a la que pertenecemos (…). Deseo y pido al Señor que nos ayude a evitar la confrontación y a construir un futuro en paz”.

Posteriormente, fue el cardenal de Madrid, quien invitó a “no levantar muros, a generar encuentro y reconciliación social. En este momento, en España, con especial fuerza”. Por su parte, Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española, reiteraba “apoyo al orden constitucional”, y ha defendido “su restablecimiento”. Con todo, los prelados pensaron que la urdimbre que habían creado podía haber surtido efecto y alcanzado una vía de escape suave.

Se frenó un comunicado

Pese al fracaso en las negociaciones, el papel que distintos personajes de la Iglesia catalana y española han llevado a cabo para intentar frenar la deriva soberanista ha sido muy relevante, siempre desde la discreción. Tanta, que los obispos catalanes, reunidos los pasados martes y miércoles, evitaron hacer pública su voz mediante un comunicado que sí había sido planeado con anterioridad.

La estrategia, seguida por todos, incluso por Xavier Novell, obispo de Solsona, partidario de la independencia, y el único que votó el pasado 1 de octubre, abogaba por el silencio oficial, y la tarea de mediación privada.

Pocos nombres resultan claves para comprender la función de la Iglesia en el conflicto. Los tres hombres del Papa en España, Juan José Omella, Carlos Osoro y el presidente, Ricardo Blázquez, han mantenido, junto al arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, encuentros privados y llamadas entre todas las partes, y han provocado momentos de distensión en unas semanas muy duras para todos.

El papa Francisco ha estado informado desde el primer momento de los pasos que se daban. Con dos elementos: uno, mantener abiertos todos los posibles puentes de diálogo; dos, no interferir ni participar directamente en mediación alguna. No hay que olvidar que el Vaticano, como tal, es un Estado reconocido internacionalmente, por lo que cualquier tipo de intervención debía ser oficiosa, y jamás con un carácter público.

Los dos principales responsables del Govern, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, son dos declarados católicos practicantes, y han escuchado las voces de varios pastores antes de tomar su decisión.

De hecho, las dos únicas comunicaciones públicas, la de los obispos catalanes del 25 de octubre, y la posterior de la Comisión Permanente del Episcopado, del 27, resultan similares. Y todos los obispos se han mantenido en esta tesis, a excepción del arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz; y del sempiterno obispo de Solsona, Xavier Novell. Dos versos sueltos que no han empañado la labor de los eclesiásticos.

Rebaño dividido para bastante tiempo

Cuestión distinta es la reacción de sacerdotes o religiosos catalanes, con congregaciones absolutamente divididas, o instituciones católicas de corte catalanista, que han virado hacia el independentismo y el reconocimiento de los resultados del 1-O.

En esto, los obispos catalanes son conscientes de que el escenario en el país va camino de enquistarse, y que el trabajo que se pide a la Iglesia en estos próximos meses (sea cual sea el resultado de las elecciones y las decisiones políticas que puedan darse) es el de favorecer la distensión y auspiciar cauces de diálogo y encuentro. Primero, entre la propia Iglesia –que ha quedado fracturada en esta crisis– y segundo, en la sociedad catalana, de la que los cristianos forman parte.

En el resto de la Iglesia española, el trabajo también es importante. Con todo, la nota del 27 de septiembre denotó varias cosas: en primer lugar, el cambio de estrategia en el Episcopado, que se alejaba de la política partidista y abogaba por el consenso; en segundo término, el peso de los tres prelados catalanes en la Permanente de la CEE (Omella, Pujol y Vives); en tercer lugar, el trabajo coordinado, y conocido por el Papa, de los cardenales Blázquez, Osoro y Omella.

No hay, como se quiso vender, una quiebra de confianza entre el presidente de la CEE y los arzobispos de Madrid y Barcelona. Blázquez es un hombre de consensos, y de ceder el testigo a quienes puedan ser más efectivos. Y tanto Osoro en Madrid como Omella en Cataluña han sido capaces de ser escuchados por sus interlocutores.

Junto al papel de los obispos, tampoco es desdeñable el trabajo callado de varios sacerdotes y responsables de comunidades religiosas, que han utilizado todos sus vínculos de confianza para intentar que, finalmente, la ruptura total entre Cataluña y España no se produjera.

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