Sé que llego tarde, muchas veces me han mirado raro porque yo, tan moderno y a la última, no fuera usuario de AirBnB, Uber, y demás servicios de esa mal llamada “economía colaborativa”. Pero ha llegado el momento, hace muy pocos días alquilé mi coche a otra persona a través de una aplicación de alquiler de coches entre particulares. Nuestro segundo coche familiar tiene en este momento, de forma temporal, muy poco uso. Una chica, casi vecina nuestra, necesitaba un coche de sustitución mientras el suyo estaba en el taller. Todo tan sencillo que parece un uso de libro dentro de la economía colaborativa.
Una vez cerrado el alquiler me llegó un aviso de la empresa explicándome que en mi coche se podía instalar un dispositivo que permitía alquilarlo sin necesidad de estar yo presente. El usuario con su app, una vez aceptado el alquiler, puede abrir el coche y empezar a utilizarlo. De la misma forma, al acabar, cerrarlo y dar por terminado el contrato. Nuevos vientos, un vendaval.
En seguida empecé a hacer cuentas, y me vi fácilmente con una pequeña flota de coches de alquiler equipados con estos dispositivos y aparcados estratégicamente por la ciudad, haciendo la competencia a empresas como Car2Go, o por qué no, incluso las grandes empresas de alquiler. Los números me salían fácil en la cabeza, y me imagino que no seré el único pensando así.
De hecho, conozco bien a unas personas que lo llevan haciendo desde hace tiempo, pero a mucha más escala, con pisos en AirBnB. Desde hace años, han ido reinvirtiendo los beneficios que sacaban de alquilar pisos en Amsterdam en comprar aún más pisos con el objetivo único de alquilarlos para estancias cortas de turistas. Les vi hace poco, y me contaron que ante los cambios normativos en Amsterdam, iban a dejar de hacerlo y empezar a hacerlo en Madrid. Con tres pisos para empezar.
Esto de la economía colaborativa genera acalorados debates. Hace poco me enzarcé yo en uno (muy civilizado eso sí) en twitter sobre este tema. Normalmente los defensores del libre mercado y las libertades individuales se ponen en seguida del lado de las empresas y pequeños empresarios (porque no son propietarios sin más que alquilan su casa cuando no están) que alquilan sus inmuebles a través de estas plataformas y en contra de las normativas que las diferentes Administraciones Públicas están generando para regular este negocio.
Y claro, todo esto ha ocurrido en las semanas en que se ha sabido de la multa del Ayuntamiento de Barcelona a AirBnb, los anuncios del ayuntamiento de Madrid en el mismo sentido, la nueva regulación que está planteando el Ayuntamiento de Palma (ex “de Mallorca”) o incluso los problemas que está encontrando esta compañía con otros ayuntamientos en los nada sospechosos de intervencionismo EEUU.
En un lugar poco sospechoso como el Reino Unido, los conductores de Uberson considerados como empleados, aduciendo una relación laboral de dependencia. De hecho, ante el bochorno de llamar a todo esto “economía colaborativa” ya se está llamando “gigeconomy”, algo que podríamos traducir como “economía bajo demanda”. Según parece, el espíritu inicial está mutando. Llamadlo estrategia empresarial.
Reconozco no tener la respuesta al problema que genera todo esto, pero creo que la solución estará en el centro. Por un lado, creo que es interesante que personas a título individual intenten compartir activos que no están usando y por ello compartan gastos, y hasta generen cierto beneficio. Y entiendo que haya emprendedores que quieran hacer negocio aprovechando esta oportunidad en el cambio de intereses y costumbresde los consumidores, haciendo posible el acceso a recursos o viajar de forma alternativa o más barata, pero las reglas no pueden ser iguales para unos que para otros, simplemente porque no es lo mismo. Y definir esa divisiónrepresenta un gran reto si contamos con una línea tandelgada.
Y es que las leyes y normas, simplemente por existir, generan incentivos. Muchas veces, perversos. Una vez Mark Twain dijo que la mejor manera de aumentar los lobos en América, los conejos en Australia y las serpientes en la India pasaba por pagar una recompensa por sus pieles. Entonces todos los patriotas se dedicarían a criarlos.
Muchos de los que originalmente eran fervientes defensores de la economía colaborativa ahora se quejan de tener un piso de turistas ruidosos encima de su casa. Y las regulaciones están haciendo que gran parte del negocio que podía articularse de forma legal y transparente, pase directamente a la economía informal, por controles administrativos o por mera elusión.
Bienvenidos al futuro, nadie dijo que iba a ser fácil.