Si Donald Trump llega a presidente, así serán sus primeros 100 días en la Casa Blanca
Hasta no hace mucho tiempo, imaginarse los primeros 100 días de mandato de Donald Trump era ocupación casi exclusiva de las publicaciones satíricas. Aunque en las comedias de la noche hayan dedicado muchas horas de televisión a hablar sobre la pátina dorada que podría adornar la Casa Blanca, el análisis de lo que verdaderamente puede llegar a hacer Trump (independientemente de lo que diga que va a hacer) ha sido tan superficial como la sección “política” en la página web del candidato republicano.
Ahora que cuenta con algunas elecciones primarias en su haber y un mapa electoral favorable para lo que resta de campaña, la posibilidad de que el próximo 8 de noviembre este populista impredecible venza a un candidato demócrata y se haga con el poder ya no debe tomarse a la ligera.
Corte Suprema
El camino a seguir tras la toma de posesión el próximo 20 de enero se ha vuelto más claro tras la muerte del juez de la Corte Suprema, Antonin Scalia, cuyo reemplazo, tal y como querían los miembros del Partido Republicano en el Congreso, no se elegirá hasta después de esa fecha.
Trump dejó en el aire dos nombres para ocupar la vacante en la magistratura: Bill Pryor hijo y Diane Sykes. Los dos candidatos son conservadores ortodoxos, en contra del aborto y de la protección de los derechos del votante. Dan una pauta del aspecto que tendría toda la corte si Trump pudiera elegir tres vacantes más en los próximos años.
Por supuesto, no está garantizado el apoyo de los republicanos del Senado, mucho menos el de los demócratas, y es muy probable que Trump pase gran parte de sus primeros meses de mandato intentando que su candidato predilecto sobrepase con éxito las difíciles audiencias de confirmación y una posible obstrucción.
Vicepresidencia
Por lo general, se supone que un político de otra corriente tendría problemas en estas circunstancias. Esta es otra muestra del probable estilo de liderazgo de Trump: se rumorea que elegiría a alguno de sus contendientes en la candidatura para la vicepresidencia.
Si bien las primeras especulaciones se centraron en la ex gobernadora de Alaska y ex candidata a vicepresidenta, Sarah Palin; y se llegó a barajar nombres tan absurdos como el de Oprah Winfrey, o el de la ex contendiente republicana Carly Fiorina; Trump en persona se encargó de aclarar que prefiere a un político experimentado de Washington para que lo ayude a transitar por los corredores del poder.
“Aunque soy muy político, no soy un político profesional y me gustaría elegir a alguien que sí lo fuera”, dijo Trump este mes en una entrevista. Su declaración bien podría estar señalando a alguno de sus rivales, como Marco Rubio o Ted Cruz, al que Trump se refiere constantemente como un “tipo inteligente”.
Cruz, como tantos otros detractores, insinúa que sobre la presunta administración Trump no se puede saber nada, pese a sus espectaculares promesas de campaña de prohibir a los musulmanes, deportar a los inmigrantes y levantar un muro en la frontera con México. “La verdad es que si Donald Trump fuera elegido presidente, nadie sabe qué diablos haría”, ha asegurado después de la estruendosa derrota en Nevada el martes. “Ni él sabe qué diablos haría”.
Pero si gana Trump no sólo los republicanos tendrán que empezar a pensar en lo impensable. Políticos de todas las estirpes tendrán que ajustarse a una nueva noción de lo que se entiende por el término disparatado.
Un ejemplo es la velocidad con que algunos hasta ahora escépticos podrían alinearse detrás de Trump una vez que entiendan que su campaña representa la ola anti-establishment y que equipara o excede a la del Tea Party, el ala ultraconservadora del Partido Republicano. Hasta ahora los legisladores rechazaban a Trump, pero esta semana ya aparecieron los primeros dos miembros de la Cámara de Representantes que lo respaldan.
Los demócratas tienen la esperanza de que un Trump candidato hace crecer las posibilidades de recuperar el control del Senado. Aunque si el balance de poder se mantiene como hasta ahora, Trump podría tener el respaldo suficiente en el Congreso como para aprobar rápidamente las propuestas menos controvertidas durante el corto periodo de idilio que disfruta todo nuevo presidente.
El muro
Esas propuestas menos controvertidas pueden incluir la del incremento en los fondos para el ejército de EEUU y la de reforzar la frontera sur con un muro continuo, aunque para conseguir que el gobierno mexicano lo pague habrá que esperar la resolución de unas tensas negociaciones bilaterales que difícilmente lleguen a buen puerto.
No es fácil que una política exterior y de inmigración más extrema pase la barrera de los 60 votos en el Senado, por supuesto, pero los demócratas podrían ver entonces cómo la práctica de gobernar por decreto se les vuelve en contra. Debido a su enfrentamiento con la oposición republicana en el Congreso, Barack Obama ha utilizado cada vez más sus prerrogativas constitucionales (algunos dirían inconstitucionales) en una gran cantidad de temas controvertidos.
Guantánamo
Para Trump sería muy fácil dar marcha atrás con los tan dilatados planes de Obama de cerrar la prisión de Guantánamo (anunciados por primera vez durante los primeros 100 días de su primer mandato). Trump quiere “llenar la prisión de tipos malos”. “Guantánamo seguirá funcionando”, ha dicho después de ganar el caucus de Nevada el martes.
Por algún motivo misterioso Trump pretende que los cubanos también paguen por esa instalación pero, al menos, su oposición a la decisión de Obama de acercarse a La Habana es mucho menos severa que su promesa de destruir el tratado nuclear con Irán y restablecer las negociaciones para imponer sanciones, con o sin aliados internacionales.
Inmigración
Gran parte del plan de Obama para la inmigración, que ya está siendo revisado por la Corte Suprema, no solo podría ser revertida por Trump desde el primer día, sino que podría llevarse en la dirección contraria.
La situación es particularmente alarmante para los grupos que defienden los derechos de los inmigrantes. Para justificar su plan de protección a inmigrantes indocumentados que de otra manera podrían ser deportados, Obama se ha apoyado mucho en la idea de la discrecionalidad procesal.
Según Trump, el peso de la ley debería descargarse sin contemplaciones sobre los 14 millones de personas estimados como inmigrantes indocumentados. Podría resultar muy difícil bloquear legalmente las deportaciones en masa. Aunque los impedimentos políticos, humanitarios y prácticos sigan siendo inimaginablemente altos, en cuanto Trump gane la elección, la inseguridad que sentirán millones de personas que dependen de la discrecionalidad procesal para permanecer dentro del país será real.
Siria
En otros aspectos de política exterior, es probable que el presidente Trump se vea forzado a proceder con mayor cautela. A pesar de las bravatas sobre un Estados Unidos que gana de nuevo, Trump se ha mostrado un tanto tibio en la cuestión de las intervenciones unilaterales en Oriente Medio y ha demostrado afinidad con el presidente ruso Vladimir Putin, al que podría dejar solo para encargarse de reordenar Siria como a él le parezca apropiado.
Las otras promesas de atacar al Estado Islámico y al terrorismo también pueden volverse complicadas cuando el factor realidad aparezca en la conversación. Por ejemplo, una prohibición temporal de ingreso para los musulmanes que quieran entrar a los Estados Unidos podría ser imposible de sostener desde la acción judicial, incluso con una Corte Suprema del lado de Trump.
China
El punto fuerte del plan económico de Trump es el comercio. Es en este área donde el cambio podría notarse de forma más lenta o más rápida, según lo que logre hacer Obama en su último año de mandato.
Un importantísimo acuerdo comercial con Asia, casi cerrado, ya sorteó los obstáculos más difíciles en el Congreso, pero podría quedar instantáneamente en peligro si no se firma a tiempo.
Es posible que la renegociación de los términos comerciales con China, quizás el punto más sobresaliente del “trumpismo”, sea algo que ocurra a largo plazo: no hay garantías de que Beijing vaya a aceptar o de que el Congreso vaya a ratificar la reescritura de los términos.
Pero tal vez los mayores cambios lleguen simplemente con la interpretación que el mundo haga de la próxima política estadounidense si Trump gana la presidencia. Una caída en el valor del dólar el día siguiente a las elecciones de noviembre, por ejemplo, le daría a Trump la posibilidad de afirmar, quizás sin mucha convicción, que ya estaba haciendo su parte para combatir el control de China sobre la moneda.
De no ser así, una gran parte de lo que Trump representa tiene que ver con la actitud, no con acciones inmediatas. “Hacer que EEUU sea grande de nuevo” no es parte de su plataforma electoral, es un eslogan. Y es algo que el candidato afirma que puede lograr con una serie de acuerdos ingeniosos y perspicacia para los negocios, y no con políticas concretas.
Seguramente la corrupción comenzará desde el primer día, aunque para valorarla serán necesarios más de 100 días, incluso para Trump.
Traducción de Francisco de Zárate