La élite del Reino Unido está en guerra contra sí misma a una escala sin precedentes
Cuando en 2001 empecé a trabajar en BBC, una de las cosas que más me sorprendió fue que la mayoría de personas que ocupaban los cargos de mayor responsabilidad habían ido a las mismas universidades, o que se daba por hecho que te encantaba esquiar, o la facilidad con la que mis compañeros mencionaban a personas poderosas que conocían. Imperaba un pensamiento uniforme. Tenía compañeros conservadores y compañeros progresistas pero en su inmensa mayoría tenían la mentalidad de la élite.
Los niveles de indignación, descalificaciones y división que encontramos en los niveles más altos de la sociedad británica en estos momentos sugieren que la sociedad ha cambiado. La portada del Daily Mail, que ataca a los rebeldes del Partido Conservador [parlamentarios que han votado con la oposición para obligar al gobierno a someter a votación el acuerdo sobre el Brexit] y que ha propiciado una avalancha de insultos y de amenazas, es solo el último ejemplo de la guerra interna de la élite del Reino Unido. A su lado, las muestras de resentimientos de clase contra ellos son una nimiedad.
Pueden afirmar que ya hemos pasado por esta situación antes. Sí, tal vez, pero no es frecuente.
Cuando en mayo de 1940, el primer ministro Winston Churchill tuvo que convencer a su Gobierno para que lo apoyara y siguiera luchando contra los nazis [a pesar de la oposición del titular de Exteriores, Lord Halifax, ya que las tropas alemanas habían conseguido cercar a los soldados ingleses en Dunkerque] la fractura fue evidente pero estas diferencias de opiniones siempre quedaron circunscritas a la mentalidad tory que Churchill compartía con aquellos que no opinaban lo mismo, como era el caso de Lord Halifax.
Algunas series de televisión recientes, como Howards End, han mostrado esta batalla cultural que se dio en la clase media alta del Reino Unido, entre los que eran partidarios de la acción y los que preferían la reflexión, se libró de forma civilizada.
Ahora, la situación es inaudita. No puedo recordar que en ningún otro momento de la historia reciente diferentes sectores del partido conservador hayan querido fulminarse mutuamente y que este deseo haya sido más intenso que el de fulminar a la izquierda. No puedo recordar semejantes niveles de crueldad en campañas para divulgar información o simplemente rumores contra el otro sector. Es como si todas las cuestiones, incluso las de menor envergadura, giraran en torno a sus problemas existenciales.
Y son reales. El primero es obvio: el Brexit. Dos generaciones de abogados, banqueros, contables y directivos de empresa han crecido con el tratado de Lisboa, el Tribunal Europeo de Justicia y la Comisión Europea, y un año y medio después del referéndum a algunos todavía les cuesta aceptar la nueva realidad.
El segundo problema existencial lo hace patente el titular del Daily Mail: “La posibilidad de un marxista en el número 10” (de Downing Street, sede de la presidencia del Gobierno). Conectar la derrota del gobierno en el proceso del Brexit con el miedo a la formación de un Gobierno de izquierda radical en 2018 ha sido una genialidad del director del Mail, ya que incide de lleno en la guerra interna de la élite del Reino Unido.
Se suponía que el Brexit tenía que hacer que los ricos volvieran a ser populares. En medio de una hoguera para quemar las regulaciones y espasmos enfermizos de alegría nacionalista, los Boris Johnson (ministro de Exteriores) y los Rees-Mogg (diputado tory) y la plebe volverían a unirse. Sin embargo, esto no ha sucedido ya que la élite ha perdido el control sobre el laborismo y ahora podría formarse un Gobierno que pusiera fin a la gran maquinaria de la privatización, garantizara las prestaciones sanitarias y diera a los trabajadores unos derechos que no han tenido desde los años setenta.
Debido a que los conservadores la han cagado con el Brexit, a que Yvette Cooper la cagó en las primarias laboristas, y a que Theresa May la ha cagado en prácticamente todos los frentes, la élite del Reino Unido está furiosa, escupe su furia y se golpea a sí misma como si fuera un boxeador profesional. Uno tiene la tentación de comprar un cubo de palomitas y disfrutar del espectáculo, pero lo cierto es que los países tienen élites por una razón.
En un mundo peligroso, históricamente los países que tienen distintas clases sociales han confiado en los más educados, los más ricos y los más formados para que sean los que decidan las estrategias nacionales. Es una tarea que no solo ha correspondido a los políticos; también a los mejores abogados, los banqueros y los funcionarios. Si esto es lo que hacen en contextos de crisis, como Orwell hizo durante la Segunda Guerra Mundial, se les puede perdonar esos sombreros excéntricos que llevan en Ascot y los galimatías de las cenas protocolarias.
Las películas bélicas de este año que evocan con nostalgia el pasado nos recuerdan por qué las élites son útiles: Kenneth Branagh como jefe de la Armada en 'Dunkerque', liderando estoicamente la evacuación; Julian Wadham como el general Montgomery en 'Churchill', mostrando la capacidad de liderazgo y el temple que convirtió a Monty en un héroe, Gary Oldman como Churchill en 'Darkest Hour' ('La hora más oscura').
Este mundo de humo de cigarrillos, suéteres de lana y de respeto sigue siendo un referente para los más mayores pero es un mundo totalmente ajeno a los más jóvenes, hasta el punto de que puede ser llevado a la gran pantalla como si de una ficción se tratara y con algunas premisas. La más importante, que la élite británica nunca pierde su temple.
Lo cierto es que en 2017 ha perdido su temple, de forma rotunda. Esto está teniendo repercusiones en todos los sectores de la esfera pública. Si te opones al gobierno, eres un traidor. Si apoyas al Partido Laborista, eres un traidor marxista. Si defiendes los valores progresistas eres un luvvie (histriónico), una palabra en argot que solía utilizarse para los actores y que los tabloides ahora utilizan para referirse a personas que le dan importancia a los conocimientos, a la argumentación razonada y a la moderación.
Durante la campaña del Brexit ya vimos cómo se denigró la opinión de los expertos y este fenómeno no ha hecho más que intensificarse, una vez ha estallado la guerra interna de las élites. Vemos cómo los tabloides menoscaban la reputación de abogados, banqueros, economistas y de cualquier experto que no sea uno de los suyos.
Ahora mismo, el Reino Unido es visto por el resto del mundo como un blanco fácil para cualquier fuerza exterior que desee desestabilizarlo. La primera ministra ha perdido el control y los ex primeros ministros son contratados para trabajar para regímenes despóticos. Pronto tendremos los informes de la investigación del FBI en torno a la injerencia rusa en el referéndum del Brexit, quedaremos todavía peor como país y la élite todavía estará más furiosa consigo misma.
Tal vez si solo leen los periódicos británicos no es obvio para ustedes, pero ningún otro país del mundo tiene una élite con este problema de disonancia cognitiva. Ni siquiera Estados Unidos ya que, a pesar de la catastrófica presidencia de Trump, las élites empresariales y militares han tomado cartas en el asunto para despedir a los locos, acabar con los espías rusos y proteger a Trump de la realidad (y viceversa) en una gran nube de humo de Big Mac y televisión por cable.
Como muchos de nosotros descubriremos durante estas fiestas, las diferencias y tensiones que se cuecen a fuego lento entre allegados suelen terminar en una explosión. Creo que los ministros conservadores o los directores xenófobos de los tabloides no estarán contentos hasta que se produzca una explosión catártica y un sector del partido conservador se haga con el control.
Lamentablemente, como saben todos los miembros del Gabinete, esto significa que los conservadores no estarán en el poder mucho tiempo. En democracia, la mejor estrategia para acabar con los aires enrarecidos suele ser convocar elecciones, y necesitamos que se celebren unas en 2018 lo antes posible.
Traducido por Emma Reverter