¿Por qué estoy siendo arrestado? “Quizá por matar a Kennedy”
Levanté mi teléfono para hacer una foto cuando la policía, de repente, empezó a detener manifestantes. Pero antes de que pudiera hacer una fotografía un par de brazos fornidos me agarraron. Un policía con casco negro y chaleco antibalas me arrastró hacia el interior de un furgón policial. “Soy un periodista extranjero”, dije varias veces en ruso. “Separe más las piernas”, fue lo único que me dijo mientras me empujaba la cara contra el camión y empezaba a registrarme.
Miles de personas salieron el domingo por la tarde para participar en una marcha convocada por el líder de la oposición Alexéi Navalni, que ha anunciado su intención de plantar cara al presidente, Vladímir Putin, en las elecciones del año que viene. En Moscú y otras ciudades rusas, los ciudadanos pedían respuestas sobre las acusaciones contra el primer ministro, Dmitry Medvedev, que según Navalni ha acumulado de manera oculta una inmensa cantidad de propiedades: mansiones, cortijos, yates e incluso viñedos italianos. Todo eso gracias al dinero de los hombres más ricos de Rusia.
Me detuvieron durante cinco horas y media, y después me liberaron. Muchos no tuvieron tanta suerte. La policía informó de que habían detenido a 500 personas en Moscú pero la organización OVD-Info dijo que en realidad habían sido más de 1.000. 120 pasaron la noche en la cárcel. Navalni fue sentenciado el lunes a 15 días de prisión.
Los cargos contra mí fueron retirados después de que el Ministerio de Exteriores interviniese, pero otros cientos se verán forzados a impugnar los cargos imputados en el sistema judicial ruso (a menudo kafkiano) o a hacer frente a multas o trabajos obligatorios.
“No creemos en el sistema judicial de nuestro país. Creemos que se pondrá del lado del régimen y no de la gente. Esa es precisamente una de las razones por las que salimos a manifestarnos el otro día”, comentó el periodista Vlad Varga, que fue detenido al mismo tiempo que yo. Me contó que él y algunos otros estaban buscando un abogado para que les defendiese de los cargos en los tribunales rusos y posiblemente ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, alegando que la policía había abusado de sus poderes.
Las autoridades de Moscú se negaron a autorizar la protesta de este domingo, aun así miles de personas asistieron. Fue una de las mayores movilizaciones no autorizadas que he visto desde las protestas callejeras de 2011-2012. La participación puso nerviosas a las autoridades y a la policía.
Cuando Navalni apareció, fue detenido casi inmediatamente y llevado al interior de un furgón policial que bajó por una bocacalle estrecha. Seguí a cientos de personas que perseguían al vehículo. “¡Dejadlo salir!”, “¡Es una vergüenza!”, y “¡Putin es un ladrón!”, gritaban mientras grupos de antidisturbios empujaban a los que protestaban y apartaban a los coches para despejar el camino al furgón policial.
Una vez que el furgón se había ido, la mayor parte de la multitud volvió a la calle Tverskaya. Yo me quedé para hablar con un hombre que me contó que la policía le había dado una patada. De repente, un agente antidisturbios que estaba muy cerca gritó: “Vamos a trabajar”, y un grupo de ellos empezó a agarrar a gente, incluido a mí.
Dentro del vehículo, mostré a los agentes mi autorización del Ministerio de Exteriores ruso y les dije que estaba haciendo mi trabajo. Cuando comencé a filmar, me incautaron el teléfono. Tres chicos y una chica jóvenes estaban detenidos junto a mí. Entre ellos había visto al estudiante Denis Samokhalov grabar de forma discreta lo que estaba sucediendo en su teléfono. Otro hombre, el ingeniero Anton Nikitin, había estado sermoneando a una serie de policías diciéndoles que estaban siendo carne de cañón para un régimen corrupto.
Durante las dos horas posteriores, el vehículo circuló por la calle Twerkaya recogiendo a más personas. Entre ellas, un chico de 20 años que tenía la nariz rota, según su versión, tras la patada de un policía. Varga, uno de los primeros en llegar al furgón policial, advertía al resto sobre sus derechos legales mientras dábamos tumbos.
A 17 de nosotros nos llevaron a una comisaría a las afueras de Moscú y a un pequeño auditorio. Me devolvieron mi teléfono. En una gran mesa bajo un retrato de Putin, los agentes se susurraban unos a otros mientras trataban de rellenar los informes con los cargos de los que se nos acusaba. “Quizá estés acusado de matar a Kennedy”, me dijo sarcásticamente el teniente al mando cuando pregunté por qué motivos habían detenido a un periodista estadounidense.
Algunos agentes empezaron a hacer alegaciones de pruebas incriminatorias contra nosotros del todo inverosímiles. Uno falsamente dijo que había estado gritando consignas de protesta. Al final, como la mayoría, fui acusado de “participar en una manifestación no autorizada”, un delito administrativo que establece el pago de una multa o trabajos obligatorios, y fui puesto en libertad.
He presenciado muchos arrestos infundados y juicios absurdos en los más de seis años que llevo informando desde Rusia. Aun así, me sorprendió ver cómo la policía detuvo con violencia a decenas de manifestantes pacíficos y a un periodista extranjero en este caso, incluso cuando no hubo amenazas de disturbios o violencia. Los cargos contra muchos de nosotros fueron como mínimo dudosos.
“¿Creías que las cosas estaban cambiando?”, me preguntó mi padre por teléfono después, preocupado por las medidas represivas contra la prensa. Probablemente no. Lo que sí que dejan claro los arrestos masivos del domingo es que después de la euforia patriótica por Crimea, el gobierno ruso está otra vez preocupado por un creciente movimiento contrario a la corrupción que se está desarrollando justo antes de las elecciones. Muchas de las personas que fueron arrestadas junto a mí eran adolescentes o jóvenes de 20 años, una nueva generación de manifestantes.
Un ingeniero llamado Albert Komissarov me contó que solo pasaba por allí cuando fue detenido el domingo. La próxima vez saldrá a manifestarse: “Ha habido una excesiva e infundada violencia. El régimen está intentando intimidar a todo el mundo, no solo a los que luchan contra él”.
Traducido por Cristina Armunia Berges