La región china de Sinkiang se convierte en un Estado policial de alta tecnología
Los responsables de los sistemas de vigilancia chinos están probando un sistema de reconocimiento facial que alerta a las autoridades cuando individuos bajo supervisión se alejan más de 300 metros de su casa o lugar de trabajo. Los críticos señalan que este nuevo impulso a la vigilancia ha transformado las zonas occidentales del país en un Estado policial de alta tecnología.
Según Bloomberg, las autoridades en Sinkiang, una región fronteriza que alberga la mayor población en China de la minoría musulmana uigur, llevan experimentando con el “proyecto de alerta” desde principios de 2017.
El programa, que contrasta rostros captados en las cámaras de vigilancia con una lista de personas controladas, es el producto de un contratista de defensa público que está desarrollando un software diseñado para predecir e impedir ataques terroristas antes de que tengan lugar.
“Un sistema así es apropiado para controlar a la gente”, ha dicho Jim Harper, un especialista en lucha antiterrorista y ex alto cargo del Departamento de Seguridad Nacional de EEUU. “'Documentación, por favor' era el símbolo de vivir en un sistema tiránico en el pasado. Ahora, las autoridades del gobierno no tienen que preguntar”.
El artículo de Bloomberg es el último en detallar las técnicas vanguardistas que se están implementando mientras que Sinkiang se convierte en un laboratorio de vigilancia en la vida real. Otros métodos incluyen la recopilación de datos biométricos, escáneres en smartphones, análisis de voz y sistemas de seguimiento obligatorio por satélite en vehículos.
“Están combinando todas estas cosas para crear, básicamente, un Estado policial total”, dice William Nee, un activista de Amnistía Internacional en China.
Periodistas en el punto de mira
Ahora ninguna visita de periodistas a Sinkiang pasa desapercibida. Hace poco, la policía paró a un corresponsal de AP y le comunicó que sus movimientos estaban siendo controlados mediante las grabaciones del sistema de vigilancia.
Durante una visita de 12 días por el “Estado de vigilancia total” chino, el vehículo del Wall Street Journal fue rodeado por la policía después de que las cámaras detectaran su matrícula de fuera de la ciudad.
Cuando The Guardian visitó Sinkiang la primavera pasada, sus periodistas fueron convocados a una reunión con la policía minutos después de registrarse en un hotel de Kashgar y les comunicaron que desarrollar su actividad periodística sin un permiso oficial estaba prohibido.
Un vecino desesperado señaló que Sinkiang se ha convertido en un infierno: “Preferiría ser un refugiado sirio a chino”.
Yang Shu, un experto en terrorismo de la Universidad de Lanzhou, dice que la situación de seguridad extrema en Sinkiang es un secreto a voces y que la vigilancia podría aportar “pistas importantes” para ayudar a capturar a los que causan la violencia. “La alta tecnología puede garantizar la seguridad sin interrumpir las actividades normales de la gente”, dice Yang.
Amenaza terrorista
Pekín defiende que los controles son necesarios teniendo en cuenta las erupciones continuas de violencia, que las autoridades culpan a extremistas islámicos pero que los activistas creen que se deben en parte a la represión de los uigures.
Nee dice que los informes que apuntan a que ISIS haya reclutado a algunos uigures significa que algo de vigilancia está justificada: “China se enfrenta a una amenaza real de terrorismo con toda la gente que ha ido a Siria y podría, potencialmente, volver”.
Sin embargo, el seguimiento indiscriminado de los uigures está alimentando “una indignación increíble” y está teniendo lugar fuera de lo límites de la ley internacional y de la china.
“La gente debería hacer caso a esto porque podrían usar las mismas herramientas de vigilancia en otro sitio en China, o para exportarlas. Muchas de estas compañías querrán que su negocio crezca, naturalmente, y vender su tecnología a otros países autoritarios, o incluso democracias, que estén buscando las mismas herramientas de control”.
Información adicional por Wang Xueying.
Traducido por Marina Leiva