Erdogan, un hombre propenso a la ira que debe resistirse a la venganza
Recep Tayyip Erdogan es un hombre propenso a la ira. El presidente turco tiene un historial de crueldad en su trato a sus oponentes y críticos y, por eso, se espera que su respuesta al intento de golpe de Estado por una parte del ejército turco el pasado viernes sea violenta y brutal.
La actitud combativa de Erdogan es el resultado, al menos en parte, de sus experiencias como un niño pobre de un barrio de clase trabajadora de Estambul, y del trato durísimo que recibió cuando, ya como alcalde de la ciudad y líder de la oposición antes de 2003, fue perseguido y condenado a prisión junto con muchos de sus seguidores.
Pero esta postura de hombre duro también es el resultado de su decisión de hacer las cosas a su manera, su convicción paternalista de que él sabe qué es lo mejor para Turquía.
Desde que se convirtió en Primer Ministro y ahora en Presidente, Erdogan ha afirmado en varias oportunidades ser el blanco de oscuros complots para derrocarlo y destituir del poder a su partido neo-islámico, el Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP). Normalmente, en su cabeza, estos supuestos complots están armados por enemigos ocultos en el extranjero. Su “bestia negra” preferida es Fethullah Gülen, un antiguo aliado ahora exiliado en Estados Unidos.
En sus palabras al regresar a Estambul después de que aparentemente se hubiera frustrado el golpe de Estado, Erdogan culpó directamente al ejército, o al menos a parte de él que dice estar defendiendo la tradición secular ataturkista contra el avance del Islam sobre la vida pública.
Afirmó que el golpe era una “oportunidad de Dios” para limpiar las filas del ejército, y que los responsables pagarían un “alto precio”. El evidente trasfondo religioso en su amenaza da a entender que pretende hacer otra gran purga del ejército, ahora con la bendición de Dios. Esta justificación será esencial para lograr la aprobación pública en un país devoto pero también muy respetuoso de sus Fuerzas Armadas.
El sábado, el Primer Ministro Binali Yıldırım dijo que habían arrestado a 2.839 miembros del ejército. Cuando un periodista le preguntó, contestó que el gobierno tendrá en cuenta cambios en la legislación para poder volver a aplicar la pena de muerte.
Las anteriores purgas al ejército bajo el mando de Erdogan resultaron en juicios masivos y penas de prisión para muchos oficiales acusados de deslealtad y conspiración. Ahora, dada la violencia y la sangre derramada durante la noche del viernes, este intento de golpe de Estado parece haber superado el famoso golpe de 1980. El castigo a los supuestos cabecillas del golpe, reales o imaginarios, será realmente duro.
Erdoğan no es muy popular entre los líderes occidentales. Se enfrentó a Estados Unidos por el tema de los kurdos y Siria, a la Unión Europea por la inmigración y los refugiados, a sus vecinos árabes y a Israel por el terrorismo yihadi, y a Rusia por conflictos de frontera. Su historial en violaciones a los Derechos Humanos y a la libertad de expresión le ha ganado fuertes críticas en Occidente.
Pero la repentina posibilidad de que derroquen violentamente a Erdogan y al AKP, de que bombardeen el Parlamento con tanques, y de que el sistema democrático turco –un logro inusual en Medio Oriente- sea desmantelado a punta de pistola, tendría un efecto rápido y aleccionador en Washington y Bruselas.
Erdogan puede ser problemático, pero el surgimiento de una junta militar de facto en este aliado estratégico y miembro de la OTAN sería muchísimo peor. Ahora vendrá un período de apoyo y simpatía por el Presidente turco que hasta ahora venía faltando. Al final, Erdogan puede ser imperfecto, pero es un demócrata.
Sería inteligente de su parte que usara este inusual momento de solidaridad –que no durará mucho- para apaciguar y controlar su instinto natural de venganza y recuperar la autoridad moral. Es mejor parecer un estadista tranquilo que puede unir un país herido y conmocionado, que generar aún más inestabilidad.
El temor ahora es que utilice el levantamiento no solamente para purgar el ejército sino para además intensificar su guerra no declarada contra la minoría kurda en el sureste, para atacar a políticos pro-kurdos u otros oponentes (que han condenado el golpe por unanimidad), que aproveche para imponer cambios constitucionales que le den más poder, que aumente el acoso a la prensa independiente, periodistas y académicos.
Si Erdogan toma ese camino, perderá rápidamente el apoyo que tiene ahora en el extranjero a raíz del fallido golpe de Estado, y también se esfumará la solidaridad que surgió en las calles. Si sigue culpando a los “invasores” por el golpe y utiliza el fantasma de fuerzas extranjeras oscuras que supuestamente buscan destruir la república turca (como lo ha hecho anteriormente) para justificar más represión, desperdiciará cualquier capital moral que haya conseguido.
Del mismo modo, si Erdogan, haciéndose pasar por el salvador de la democracia, continúa socavando y depreciando la democracia con el fin de acabar con sus enemigos, la contradicción será muy evidente. Una reacción excesiva sería el mayor enemigo de Erdogan y de Turquía.
Traducción de Lucía Balducci