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The Guardian en español

Los civiles afganos pagarán el precio de la nueva ofensiva aérea de EEUU

En los primeros seis meses de 2017, los bombardeos mataron a 95 civiles e hirieron a 137.

Sune Engel Rasmussen

Muchos de los miles de soldados adicionales que desplegará Trump en Afganistán como parte de su expansión de la guerra más larga de la historia del país vivirán el conflicto desde aviones de combate y helicópteros.

Estados Unidos ha reforzado el uso de los bombardeos aéreos en Afganistán y está invirtiendo una gran cantidad de recursos en el fortalecimiento de la fuerza aérea afgana. Pero aunque los ataques aéreos pueden ser efectivos a la hora de matar insurgentes, fomentar su uso también provoca más muertes civiles.

La semana pasada, al menos 26 civiles murieron en dos bombardeos diferentes. Cerca de Herat, aviones afganos causaron la muerte al menos a 13 civiles. Un día después, en lo que parece ser un bombardeo de la OTAN en Logar, al este de la capital, murieron al menos 11 civiles.

Ya antes del anuncio de la nueva estrategia, el 2017 iba camino de ser el peor año en muertes de civiles afganos desde el comienzo de la guerra en 2001. La cifra de muertes a causa de los ataques aéreos está a la par que en 2011, durante la estrategia de refuerzo del presidente Obama. En los primeros seis meses de 2017, los bombardeos mataron a 95 civiles e hirieron a 137.

Salvavidas y sentencia de muerte para Kabul

Tal cifra de muertos corre el riesgo de debilitar la confianza del pueblo afgano en las fuerzas aéreas nacionales, considerado como un paso fundamental para la independencia de las fuerzas de seguridad afganas, afirman los expertos.

Por ahora, sin embargo, el poder aéreo es el salvavidas de Kabul. Media docena de capitales de provincias están a punto de caer y algunas probablemente ya habrían caído si no fuera por el apoyo aéreo estadounidense.

Una de ellas, Farah, en la parte occidental del país, sufrió el año pasado un asedio talibán durante tres semanas, probablemente con el apoyo de comandos iraníes, hasta que se solicitó la ayuda de EEUU. Muchos de los insurgentes huyeron al norte a Shindand, en la provincia de Herat, un bastión talibán.

Aquí es donde atacaron las fuerzas gubernamentales afganas la semana pasada. Pero para cuando las bombas habían caído, los talibanes ya habían huido, aseguró a the Guardian la población local. En su lugar, los aviones mataron a 18 civiles, afirmó un testigo. El gobernador del distrito fijó la cifra de fallecidos en 13. “No había hombres entre las víctimas. Todas eran mujeres y niños. Estuvimos recogiendo partes de cuerpos hasta las 11 de la noche. No se hirió a un solo talibán”, cuenta otro testigo.

Azim Kabarzani, miembro de la junta provincial, afirma: “Kabul siempre ha acosado a Shindand. Pero el problema de Shindand no se puede resolver con redadas u operaciones militares. Los estadounidenses y el Gobierno deben saber que también viven civiles en la región”.

Combates en zonas pobladas

Desde 2014, a medida que los afganos han asumido mayores responsabilidades en los combates, los talibanes han ganado terreno y actualmente controlan o se disputan el 40% del territorio de Afganistán, de acuerdo con Sigar [Special Inspector General for Afghanistan Reconstruction], oficina de vigilancia de la reconstrucción del país creada por el Congreso de EEUU.

Mientras tanto, el uso de la fuerza aérea se complica, ya que los talibanes luchan cada vez más en zonas pobladas. El pasado miércoles murieron al menos 11 civiles en Dasht e Barai, en la provincia de Logar, en lo que las autoridades locales describen como un bombardeo de la OTAN que tenía por objetivo combatientes talibanes que estaban escondidos en una casa.

“La gente sujetaba el libro santo y pedía a los talibanes, 'por amor al Corán, salir de nuestras casas'. Pero los talibanes se negaron y finalmente se produjo el bombardeo”, cuenta Mohammed Halim Fidai, gobernador provincial. El ejército de Estados Unidos, por su parte, afirmó que era consciente de un ataque con posibles víctimas civiles y que estaba investigando lo ocurrido.

Barack Obama flexibilizó en 2014 las reglas de EEUU para iniciar un ataque. Shashank Joshi, investigador asociado del Royal United Services Institute, afirma que el uso libre de la fuerza aérea parece diferente en manos de Donald Trump, para quien ganar la guerra es una cuestión de fuerza bruta, no de diplomacia, señala Joshi.

“Esta administración tiene muchos menos escrúpulos por las muertes de civiles y está dispuesta a eliminar los límites que se han impuesto sobre ella”, sostiene Joshi. “Realmente no confío en que esta administración refuerce su poder aéreo de una forma responsable”, añade.

Tensiones con las fuerzas extranjeras

Los bombardeos erráticos han sido una fuente principal de disputa entre el expresidente afgano, Hamid Karzai, y Obama, y podrían volver a tensar las relaciones, explica Joshi. “La escalada militar en su conjunto, incluida la fuerza aérea y las operaciones de fuerzas especiales, va a crear el contexto para que surjan nuevas tensiones entre Kabul y Washington. Y va a ser difícil resolverlo con una administración que hace oídos sordos al negociar con aliados”, explica. “Puede que la Casa Blanca no entienda del todo la brecha que se puede abrir entre EEUU y Kabul a causa del goteo de víctimas civiles”, añade.

Aunque los talibanes son responsables de dos tercios de las muertes civiles, las protestas públicas se dirigen principalmente contra el Gobierno o las fuerzas extranjeras. De momento, Ashraf Ghani, presidente afgano, parece que está totalmente casado con la estrategia de Trump, pero podría recibir presión pública para reconsiderar su posición.

“Si siguen aumentando las víctimas civiles, tarde o temprano al menos ciertos sectores de la población no estarán contentos con el Gobierno por no ser tan franco como lo era Karzai”, afirma Thomas Rutting, codirector de la Afghanistan Analysts Network.

El foco en la campaña aérea

Se ha demostrado que alcanzar el último objetivo establecido de entrenar a 12.000 pilotos afganos al mismo tiempo que se quiere dar caza a la insurgencia es difícil y, según un calendario revisado, se espera que se cumplan objetivos en 2023.

El grueso de los cerca de 4.000 soldados estadounidenses de camino a Afganistán vendrá de la 82º División Aérea y una brigada aérea de la 25º División de Infantería, de acuerdo con the Washington Post. Estados Unidos también incrementará el apoyo aéreo con aviones de combate F-16 y A-10 y bombarderos B-52 adicionales.

Incluso con los afganos mejorando, EEUU sigue ejecutando el 70% de las misiones de combate aéreas. El índice de ataques aéreos estadounidenses en Afganistán está en su momento más alto desde 2014.

Los pilotos afganos parecen ser de gatillo más fácil que sus mentores estadounidenses. El año pasado, pilotos afganos llevaron a cabo 800 bombardeos en 1.992 misiones de combate y los pilotos estadounidenses, por su parte, 615 ataques en 5.162 misiones. Esto supone un ratio de ataques del 40% y del 12% respectivamente, según the Military Times. Aun así, a los civiles afganos no les importa la distinción entre las diferentes fuerzas que les bombardean desde el aire.

“¿Prefieren los afganos que les maten sus compatriotas o que lo hagan los estadounidenses? Quizá no importa”, afirma Rutting. En cualquier caso, sostiene, la alta tasa de muertes “no augura un buen futuro”.

Información adicional de Akhtar Mohammad Makoii y Mukhtar Amiri.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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